Hacía mucho tiempo que no me proponían un reto periodístico real. No es que la actualidad de la cultura local no lo sea, pero la vida se mueve a tal velocidad que redactar noticias y artículos, más que un trabajo, parece una carrera. Por eso, cuando Jose, de TocaPop, me propuso la idea de entrevistar a Marc Ros, eso que llaman vocación, volvió a emerger de la nada y disfruté la experiencia como si volviera a ser un recién licenciado con sed de realidad.
Desde que soy padre, apenas he podido leer un par de libros. Y como nostálgico de esos viajes que solo la literatura te aporta, fue un buen comienzo que el punto de partida fueran 361 hojas de aventuras, todas para mí, y un aderezo musical con el mismo nombre: «El Regreso de Abba».
El libro
Para mí, lo mejor de la lectura es poder degustarla y si va unida a una entrevista posterior, requiere un boli y una libreta en la que ir apuntando ideas, párrafos, preguntas… algo a lo que el libro de Marc Ros se presta, porque es un compendio de reflexiones, anécdotas y experiencias, capaces de transportarte a tu viaje a la Costa Brava mientras el cuerpo te pide un Gin-Tónic o unas gominolas (sustitutivo del LSD que nunca tomé).
No soy crítico literario, ni tampoco me gusta hacer spoiler. Entiendo que, como sucede con las canciones, cada uno tiene su propia forma de imaginar lo que lee. Mientras me sumergía en el libro evité tener al cantante de Sidonie en la cabeza y me limité a buscar mis similitudes con Domènech para conocer mejor a Abba y a Hugo, sin desdeñar la labor secundaria de Nuria, Ginette o Federica Fellina.
Suelo ser estricto con mis recomendaciones literarias, pero sé a quién puedo recomendar este libro, de hecho ya lo he hecho. Porque, en estos tiempos egoístas, no a todo el mundo tiene porqué interesarle los gustos musicales y culinarios de una estrella del pop, o lo que pueden decir entre líneas sus escritos. Pero en mi entorno, como en el de Domènech, sí que es algo que se encumbra y, aunque no soy un buen comercial, sí soy reservado, por lo que cuando recomiendo algo, suele traducirse en venta o premio. Cosa que me congratula a mí, y en este caso al amigo Marc, o a la Editorial.
Definida en una frase, la historia podría ser «una canción larga de Sidonie, sin estribillo», metafísicamente, es más una buena excusa para pensar en cosas en las que habitualmente no piensas (aunque deberías). Hay un rato en el que te encabronas pensando que hay gente que puede permitirse pasar unos días sin correr para no llegar a ninguna meta. Y así, entre cabreado, abierto de mente e interesado, uno encuentra la manera de relacionar una lectura no lineal, con las canciones del disco. Hecho, por cierto, muy original…
En Elda…
No volvía a Elda desde que firmé el finiquito tras un año en Levantina. La verdad, es una ciudad que me fascina desde que Juan Bay me contó unas anécdotas divertidísimas relacionadas con dispendios surrealistas derivados del boom del calzado en la zona. Vivido en primera persona, quizá no sea tan mágico, porque, normalmente, los estratos sociales diferenciados dejan mucho que desear, como bien reflejó Mario Camus en «Los Santos Inocentes». Pero si algo aprendí aquel año, es que, a veces, lo simple vale más que todo el ovillo de deseos por cumplir en el que se ha convertido mi vida.
Me costó aparcar, pero me vinieron bien los 10 minutos de paseo hasta el Casino Eldense. Traía, de casa, una idea del libro: lo que eres y lo que quieres llegar a ser. Hecho que se representaba gráficamente en cada detalle de las calles por las que iba paseando.
El bombo taladrante del principio de la prueba de sonido acabó de guiarme hasta aquella terraza donde me esperaba Jose para abrirme paso entre los más madrugadores espectadores de la puerta.
Ya dentro, tuve mis ratos de dejavús, entre el final de la prueba de sonido, la conversación con Paquito, que celebraba su cumpleaños con vasos de Whisky con hielo, las mesas, el viento, la música interrumpida con «no oigo el bombo», ó «súbele a Jes la voz». Axel, el batería, corría y descorría la «manta» del bombo, probaba bongos, intercambiaba palabras en catalán con Marc.
Me quedé embobado viendo el espectáculo y cuando acabaron, me reclamaron para probar mi micro. Para alguien que alguna vez fue músico, resulta extraño que con dos palabras todo esté OK. Así que, Jose me llevó al Backstage improvisado del segundo piso a conocer a los Sidonie.
Es una putada no ser un melómano, porque le quita solemnidad al hecho de conocer a gente que te ha alegrado muchas tardes y muchas noches con su música y sus conciertos. Con esto de la Covid-19 las muestras de afecto se reservan para la intimidad, algo que, normalmente, agradezco. Pero, la verdad, no fue necesario tocarlos, para sentir que en el rato que me bebí el quinto de cerveza, ciertos lazos invisibles se estrecharon lo suficiente como para que, mientras ellos terminaban de acicalarse, yo digiriera todo el fenómeno fan para poder hacer la entrevista que una ópera prima se merecía.
Al bajar, las mesas ya estaban llenas de gente sentada, las luces encendidas y los camareros correteaban con botellas, vasos y hielos. Aproveché para hablar con algunos eldenses ilustres, para conocer a otros, mientras internamente iba gestionando la adrenalina de que un locutor de radio, acostumbrado a escribir cosas, como estas, en la intimidad de su mesa de trabajo, tuviera que hablar ante 200 personas.
Llegaron las estrellas del rock, que sin abrir la boca, ya se habían llevado la primera gran ovación. Jose tomó la palabra, mientras yo conformaba un cuarteto en la sombra con más pinta de futbolistas antes de salir al campo que otra cosa.
Ordené mis cuatro papeles (literal), los apoyé en un libro que me había pasado uno de los técnicos y subí al escenario, mano a mano, con Marc…
La entrevista.
Odio los guiones, pero aunque luego no los siga, mi cabeza los prepara minuciosamente. Envidio cuando Hugo y los grandes artistas dicen que el escenario les transforma (positivamente). A mí me pasa, más bien, lo contrario. Prefiero gestionar lo que escucho, que hablar. Y, por suerte, Marc Ros, facilitó la armonía de mis psiques con su talento innato sobre las tablas. Habló primero y, sin quererlo, propició que más que una entrevista, acabáramos teniendo un diálogo.
Mi objetivo era desdoblar la imagen preconcebida del Marc cantante de Sidonie, para partir de alguien que había escrito su primera novela. En la introspección previa, me había leído unas cuantas entrevistas para tratar de evitar repetirme. Mi baza fue Nuria, un personaje secundario del libro, y parece que a él le gustó… conmigo no tenía que competir sobre quien conocía citas literarias más profundas, yo quería hablar de su libro, algo que, aunque sea obvio, no siempre pasa.
En mi guión, como siempre, había un montón de cosas que no pregunté. A veces, una botella de Coca Cola, representa mejor el mar, que un banco de peces, o unos bonitos corales. Esto no va de buscar el 10, sino de entretener, o tratar de que la gente se lea el libro, no porque lo escriba Marc Ros, sino porque pienses que hay algo ahí que puede merecer que pierda una parte del tiempo que no tienes.
Hubiera estirado las reflexiones más, indagado en las virtudes y los defectos de Abba y Hugo, en los puntos comunes entre ellos y quien los inventa. Podíamos haber alargado la conversación sobre los males del turismo cutre, hacer una terapia primal más intensa, darle un toque más lisérgico a la cosa… pero había que rematar la faena con las aportaciones de Axel y Jes.
El amigo Pi, saltó al escenario con un colorido gorro andino. Me gusta la gente que disfraza sus capacidades en ese humo de la fama que evita que veas a la persona real. Tienen tan buen feeling, que, con los tres en el escenario, mi presencia pasó a ser testimonial. Espectador de lujo, con el don de tener un micro para aportar cosas a lo que, sin necesidad de preguntas, iba destripando las cinco W del disco.
!El arte de improvisar, amigos!
La cosa es que en la sombra del escenario, uno ve cosas que no se pueden ver desde el lado del público. Creo que para triunfar (no para tener más me gustas, sino para estar orgulloso de lo que haces) se tienen que dar dos factores: por un lado, la capacidad para adaptarse a las situaciones más inesperadas. Y el segundo es tener afectos suficientes para superar las cosas a las que no eres capaz de acomodarte.
Con los 3 en el escenario, mientras reflexionaban sobre Colombia, el verano sin festivales, la fina línea que separa el pop y el rock… descubrí que Marc sentía cierto orgullo de haber salido de su zona de confort, dotando a sus personajes de aptitudes y miedos propios. Pero, ser capaz de volar solo, no significa que debas dejar de hacer, en buena compañía, lo que más te gusta. Y por suerte, para los fans de Sidonie, no es lo mismo bailar sobre una hoja en blanco que sobre las tablas de un escenario. Y ahí, no hay capítulos escribibles sin la ayuda de Axel y Jes, a los que mi recién recuperado periodista vocacional, se quedó con las ganas de entrevistar a solas.
El concierto
La suerte de ser crítico musical, es que acumulas historias que este cúmulo de precipitación te hace olvidar. De hecho, ya no recordaba la primera vez que vi a Sidonie en una sala de Barcelona cuando todavía cantaban en inglés. Entonces era lo que se llevaba: Delorean, Love Of Lesbian, Sexy Sadie, CatPeople…
Luego volví a verles en petit comité, en la Fnac de Donosti, cuando estrenaban el «Costa Azul». De ahí en adelante, todo habían sido grandes festivales, en los que uno no sabe si va a ver música, a follar con tías con coronas o a emborracharse.
Ya soy un puto abuelo cebolleta. Pero es verdad que con la edad, hay una mezcla de responsabilidad, cansancio y saturación. Y uno vuelve a valorar las fiestas privadas (como las de los padres de Abba). Mengua el aguante con el alcohol, te enamoras y cambias la corona por una alianza… y la falta de tiempo te ayuda a recuperar el gusto por los conciertos de sala.
Entre eso y la Covid, este verano hemos vuelto a tener saraos para viejunos: sentaditos, con más de 45 minutos de duración… y, sobre todo, con la capacidad de reenamorarte de grupos a los que casi odias de tanto cruzarte con ellos.
Domènech me admitiría en su cuadrilla de snobs capullos que dejan de escuchar a bandas que superan las 10.000 reproducciones en Spotify. Pero también tengo memoria selectiva y si el Jon de hace 5 años escribió un libro, como el de Marc, con BSO, pero indie, algo más habrá por ahí…
Durante la entrevista hablamos sobre la relación entre la música que te gusta y los momentos en los que te diviertes. Pues, digamos que esta fue mi reconciliación con Sidonie. No es que hubieran dejado de gustarme, sino que, creo, más bien, que mis circunstancias vitales, me han llevado más hacia José Domingo, Santi Campos, Neil Young o los clásicos de antes, lo que no quita que cada canción del trío catalán, tenga un significado para mí. Y recuperar esa visión, me divirtió desde el primer acorde de «fascinados», o con el largo abrazo de «Maravilloso», canción que me ha perseguido durante la crisis económica de estos años.
Las canciones de «El regreso de Abba» las tenía frescas. De hecho, no me puedo quitar de la cabeza el estribillo de «mi vida es la música», y me mola mucho el rollo «beatleliano/psicodélico» y los mantras de «Nirvana Internacional», creo que la voy a pinchar en mis siguientes sesiones, aunque David Kano no le haga un remix.
Me faltaron las canciones de «La Costa Azul», pero con 20 años de carrera y una hora y poco de concierto, da para lo que da. ¡Puto toque de queda!
El rato dio para reflexiones teológicas, momentos de hipnopia made in Pi, ironía, o eso creo, cuando Marc se acordó de Carlos Goñi al cantar «el peor grupo del mundo»… en definitiva, que me fui a casa contento, como tras aquella farra postadolescente en Barna donde los vi por primera vez.
Epílogo
Agradecimientos lógicos al margen. Esto ha sido un gran regalo. Los «oparis» son para disfrutarlos, no solo en el momento, sino cuando te sientas a pensar lo que te han aportado. Supongo que por eso me ha salido esta parrafada, larga pero sincera que dedico a los que no estuvieron porque las entradas se agotaron demasiado rápido.
Ojalá mi trabajo se pareciera más a esto que a la sucesión de prisas sin memoria en la que vivimos. La profesión de periodista ganaría trascendencia y, posiblemente, músicos y escritores lo agradecerían tanto como yo he agradecido tener tiempo.
Esta pandemia nos debería dejar una serie de enseñanzas sobre la importancia de la empatía, del tiempo y del hecho de valorar lo que tenemos, aunque sea menos de lo que nuestros yos capitalistas desearían. Sidonie y Tocapop me han hecho feliz por unos días. Haciendo todo eso para lo que estudié. No por nostalgia, sino porque, en el fondo, uno no puede dar la espalda a lo que el cuerpo le pide. Y experiencias como ésta aderezan lo que la monotonía, de por si, regala a un vividor dedicado a describir lo que ve y lo que siente.
No dejéis de sentir, ni renunciéis a lo que os remueve las entrañas. Al fin y al cabo, es lo que nos quedará cuando todo esto se acabe y nos toque hacer balances.
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