Cuesta no deprimirse. Por segunda vez, en menos de un mes, nos han hackeado las redes sociales. Bueno, oficialmente, han denunciado contenido de nuestras redes, lo que ha hecho que nos quedemos sin Facebook e Instagram, ya, 48 horas, y subiendo.
Las leyes de privacidad son las que son. Pero las macroempresas estas, no se molestan en indagar y contactar con ellas es una utopía que desespera más de la cuenta.
Mi vida ya tiene estrés de sobra, como para no poder cumplir con compromisos adquiridos, o tener que pasar horas hablando con máquinas, trabajadores que no se apiadan de ti y te pasan de un teléfono a otro sin dar soluciones, mientras ahí fuera, en la realidad, la vida sigue.
A mí no me van a vencer. De hecho, reafirman mis ganas de cargarme este sistema en el que dependemos de millonarios que se enriquecen de los pequeños males de la sociedad. Engañándonos, viciándonos, sometiéndonos a móviles y ordenadores con cerebros franqueables y dejándonos en bragas ante injusticias como las que yo estoy sufriendo en mitad de una muerte de una tía, una crianza complicada, la puta ola de calor y las ganas de adelantar la cremá.
Ya sé que a ti te la suda, porque bastante tienes con lo tuyo. Pero en otro momento, hubiera tenido que despedir trabajadores y privarme de más cosas de las que me privo, a cuenta de las zanganerías de algún gilipollas con conocimientos informáticos y ganas de tocar los huevos.
Lo siento por l@s que nos mandáis mensajes, sin respuesta, preguntándonos lo que pasa. Lo más triste es que muchos lo hacen con sorna y crítica, y otr@s ni se han dado cuenta de que no estamos. Si no tuviera las convicciones que tengo, mandaría todo esto a la mierda, pero cómo es lo que quieren, pues peleo, como llevo haciéndolo 8 años: sólo y contra el que se ponga delante de la cultura, de la evolución y de las ganas de cambiar las cosas.
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