Autor: Juan Bay
En homenaje a Max
Cita Maimónides en su primer Tratado sobre lo natural -aunque nombrado así, en realidad el Tractatus no posee nombre en el original que se conserva, quizás porque el mismo carece de, se calcula según los estudiosos del Centro de interpretaciones Interculturales del bajo alÁndalus, sus primeras veinte páginas-, cita, decía, que también en la grisura se halla la belleza. Acompaña la afirmación de profusos ejemplos y amplio desarrollo teórico, como en él era costumbre -al fin y al cabo fundaría en su Córdoba de residencia la Escuela profusa y meditante, una suerte de mezcla a partes iguales de Universidad y Centro de comunión espiritual que marcaría un antes y un después en el desarrollo cultural de la península y la Septimania-.Quiero hoy traer aquí, en días de inminencia primaveral, cuando el aire mudó ya su olor y los días se atemperan, esta cita porque, bajo la mirada atenta -que también Maimónides nos legó en sus escritos y enseñanzas-, se pueden apreciar, en medio de la invasión de vástagos, flores, capullos, brotes, verdes en todas sus gamas, colores como llamaradas, la resistencia del pequeño gris, del imbatible, casi imperceptible gris. Cuando los colores instauran su dictadura, y es cita de memoria del tercer capítulo del aludido Tractatus, el gris es la rebeldía frente a la obscenidad de lo evidente. El judío sabía de lo que hablaba, pues ya en su infancia padeció la por aquel entonces tan extendida dolencia, hoy aparcada en una memoria médica histórica que otro día abordaré, grisura del iris, que así se dio en llamar, aunque el término médico nada dice ni del color ni del iris. Esta dolencia, unas veces pasajera y otras crónica, se propagaba por la mera visión del hongo Anamicoletus lubeli, uno de los más extendidos por toda Europa, hoy en día prácticamente extinguido salvo en algunas áreas de Laponia, por mor de las condiciones de conservación. La grisura del iris habitó en Maimónides, según estudios recientes, desde los cuatro hasta los treinta y nueve años, con una horquilla de desaparición que se calcula que ocuparía desde la segunda pubertad hasta el comienzo de la tercera, con las traslaciones pertinentes. El por sí mismo considerado sefardí sufrió pues esa dictadura, ya que el hongo lo que anula es la capacidad de apreciación del gris, una suerte de condena a galeras de colores que abanican las palmeras. Hombre de gran sabiduría y profunda espiritualidad, en nada nos ha de extrañar que habiendo padecido al malvado A. lubeli dedicara posteriormente gran parte de su obra a la valoración y loa del gris, ese elemento imprescindible en la sintaxis del arco iris. Se estima que Moshé, en su sin par Guía de los perplejos, cita el gris en tres y media cuartas partes de la monumental obra, lo cual da una medida ajustada de la importancia del asunto. No en vano, primavera.
Ángela dice
Esta genial el aporte. Reciba un cordial saludo.