Iñaki Gabilondo forma parte de la BSO de muchos españoles. Todos sabemos lo que ha sido, lo que ha aportado y lo que ha significado en el periodismo nacional. Hoy, con más de 40 años de carrera a sus espaldas, se echa a un lado porque está «empachado». No necesita dar explicaciones, pero antes de marcharse ha dejado una última perla que deberíamos tener en cuenta los que escribimos (o contamos) cosas cada día y los que han dejado de macerar sus opiniones por una pertenencia partidista de la que muchas veces convendría alejarse.
Hoy deja los análisis políticos porque no se siente capaz de continuar. Algo lógico en esta sociedad enconada en la que cada vez cuesta más tener opiniones, y transmitirlas, o más bien, afinarlas en este molde en el que quien lee y escucha tiene más predisposición a desacreditar o insultar, que a debatir o a analizar.
Cuesta no avinagrarse ni parecer enfadado. Y los que nunca nos mordemos la lengua agotamos los réditos de fe y fuerzas tratando de no entrar en disputas que no nos convienen. Con un caballeroso último halago a los servidores públicos, dice adiós consciente de que la militancia periodística está en desuso, como le pasa, también, al silencio, a la reflexión o a la escucha con los que nos criamos los que empezamos a peinar canas recordando tiempos mejores, y difíciles, como los que nos contó Iñaki desde el micrófono amarillo de la Ser.
En los primeros días en la carrera de periodismo, una profesora nos hizo contar por qué habíamos decidido estar allí. Pues bien, yo no he desistido porque siendo bien pequeñito, un señor muy serio con apellido vasco se plantó en el cuartel de la Guardia Civil de mi pueblo a eliminar filtros y escuchar a los que unos días antes habían visto explotar una bomba delante de sus narices, con sus hijos de camino al cole y los cacharros del desayuno acumulados en la fregadera.
Yo era un crío. Pero aquel día recibí muchas lecciones sobre libertad, empatía, la importancia de la verdad… y de levantarse pronto… que fueron fortaleciéndose en el despertar de cada día.
Luego volvió a la tele y nos dejó «sólos» preparados para un futuro que, por desgracia, se tornó negro y nos obligó, ya no solo a escribir, o a debatir, sino a luchar y reinventarnos defendiendo una profesión que la nueva política, las redes sociales, las suplantaciones, intrusismos… han devaluado más de lo debido.
Siempre envidié a Ana Pastor, Mamen Mendizabal, Silvia Intxaurrondo y todas las periodistas que tuvieron la suerte de crecer compartiendo mañanas con Iñaki.
Hoy Antón Losada admitía que plagió ideas del maestro Gabilondo muchas veces. Los entrecomillados y las alusiones al mito viviente no acaban aquí. Son demasiados recuerdos acumulados y pertenecemos a una generación con suficiente memoria para no olvidar todas las cosas que pueblan nuestro zurrón de experiencias objetivas y subjetivas.
Yo aún no me he cansado de opinar. Dejé hace tiempo el análisis político, pero es imposible separar la política de la cultura que es lo que me da de comer hoy (por hoy). La verdad, me gustaría jubilarme con la conciencia tranquila y el sosiego con el que hoy se despedía Iñaki con Angels Barceló. El tiempo es quien ensalza las labores que hoy cocinamos en el fango. Espero que haya un día en el que la opinión y los referentes, como Iñaki, vuelvan a tener la trascendencia que merecen. Mientras tanto, seguiremos escribiendo para que el legado del más grande de esta transición que parece no acabarse, permanezca viva muchos años.
¡Gracias por todo sr Gabilondo!
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