La última vez que vi a Antonio Luque fue en la barra del Jendrix. Allí hicimos buena la letra de su canción tímido y los extrovertidos más noctámbulos, encarnados por un madrileño, un conquense, un vasco y un sevillano costumbrista, quejándose de la poco afluencia de público de su concierto en el Arniches, dejamos pasar el fuego amigo, hasta el Cabo de Trafalgar, que fue, precisamente, donde empezó la aventura del quinto aniversario del Söda.
Aquel día preferimos a MFC Chicken, y esta vez, fue El meister o los míticos the Rezillos los que pagaron nuestra falta de control del don de la ubicuidad ¡Lástima! pero la escusa de otra cita en petit comité, resultaba ineludible. Y es que de alguna manera había que «celebrar» la investidura de Trump, o que el humor negro aún tenga cabida en esta ciudad de Castedos que se creyeron el cuento del barquero, ese que dice que «las chicas guapas, no pagan… nada«.
Esperaba una especie de grito de progreso, con tintes cantautistas, pero lo bueno de las expectativas es que nunca se cumplen. Y el Chinarro hizo gala de su humor pá dentro, y las estatuas, que no somos de piedra, atendimos como cuando hablaba el profesor ese al que si no le atendías te cruzaba la cara.
San Borondón estaría orgulloso de que, aunque Walden no haya dado con la receta de la máquina del tiempo, sí que exista la música: capaz de darnos una vuelta por los últimos 20 años en, apenas dos horas de Heinekens, setas que no eran venenosas, famélicos famosos (duros como el turrón de Alicante). rayos verdes y Babieca, claro, cabalgando por Murcia, con unos cuantos panochos mosqueados.
El humor es como los peores poemas, capaces de rimar el frío de un viernes de enero con los ciervos de dentro del triángulo rojo y el trópico de lo espiritual. Así son los viajes astrales del Chinarro: surrealistas, distinguidos y representativos de estos tiempos mejores escritos en Alfabeto morse: hay gente que lo sabe leer, quien lo interpreta sin tener ni puta idea, y los que hablan mientras los artistas cantan, que esta vez, por suerte, fueron los menos.
Entenderéis entonces, que la acción, acabara en amor. A esa llamada, tod@s acuden sin rechistar: universitarios, fotógrafos famosos, dj´s, periodistas, funcionarios, marmolistas circunstanciales, escritores y farreros en general, esos que paladean el arte del doble sentido, que juegan con la vida y convierten los problemas en una metáfora simple de la vida.
Como casi siempre, se me ha olvidado que esto era una crónica de un concierto, pero en la vida, la música no es más que la Banda sonora, el guión entrecomillado es más entretenido, los efectos especiales son una canción de estreno y, personalmente, solo me faltó «la ciudad provisional» para que la noche fuera perfecta o sencilla: cantar, bailar, reír, beber agua en botellas rosas y esperar que el Söda siga deleitándonos con muchos momentos exclusivos como éste…
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