En un año pasan muchas cosas… pero sólo te das cuenta de lo que ha sucedido cuando te pones a hacer balance y descubres las cosas, que en esos trescientos y pico días has ganado y has perdido. Para nosotr@s ha sido un año frenético, igual que para Alicante y esa calle donde tenemos la suerte de vivir desde, justamente, el tiempo que hace que un pequeño bar llamado La cucaracha abrió sus puertas.
Para quienes no lo conozcan, les podemos decir que este oasis garajero con suculentas viandas (y un tocadiscos), es uno de los pocos sitios de esta ciudad en el que uno puede escuchar un vinilo de Negu gorriak mientras se come un platico de Hummus con zanahorias, lee un fanzine o mantiene una acalorada conversación sobre los avatares políticos del mundo, la conveniencia de ir, o no, al concierto de esa noche en la Stereo o esos temas mundanos que, no por necesarios, abundan por estos lares. Vamos, que es uno de esos rincones en los que las cosas surgen sin más.
No es que nosotr@s seamos habituales, pero sí que, de vez en cuando, nos gusta tomarnos una Estrella de Galicia, o zamparnos unos nachos o una minihambusguesas antes de subir a casa. La última vez el viernes, cuando antes de echarnos unas risas con el monólogo de Quequé, pasamos a saludar y nos fuimos con dos entradas para un cumpleaños distinto, en el que no faltaron globos, cucarachas de cartón, velitas y, claro, buena música.
La Stereo olía diferente aquella noche de sábado. Había un aroma a gaztetxe revenido mezclado con la rabia punkarra que el postureo no ha podido cargarse. No había rastros del tardeo «indie», ni del maquillaje de las calamidades nocturnas del día anterior. La esencia del concierto de Perro podía intuirse, aún, entre los primeros acordes de un grupo espitoso de Valencia llamado Power Balance, que llevó nuestras memorias a esas noches de desenfreno gaztetxero que las arrugas y la distancia no han podido acabar de arrancar. Tanto hemos cambiado que por un momento nos encontramos fuera de lugar, pero esa sensación duró lo que tardas en acabarte la primera cerveza.
Entre el random, el chándal rojo del guitarrista sin camiseta, la estética de Vilma Dinkley de la chica de los teclados, el tupa tutupá de la batería y las ganas de formar parte del pogo de la primera fila, nos extirpamos el puretismo de cuajo y sobrevivimos a las letras surrealistas de una banda interesante a la que agradecemos devolvernos la parte de pasado que la rutina intenta, sin éxito, arrebatarnos.
Luego llegó la hora de The cure, o esa versión valenciana de la banda de Robert Smith llamada Antiguo régimen. Ya sabéis que para nosotr@s «Política de tierra mojada» es uno de los mejores discos del año pasado. Y cuando los primeros acordes de la canción que da título al álbum abrieron el concierto, nos vinimos arriba. Corrimos a la segunda fila, explotamos dos globos, nos metimos con la sosez del cantante y su mirada al horizonte y esperamos a que la cadencia de la música contagiara a nuestros dos pies izquierdos algo de coordinación.
De repente, nos vimos paseando por la década en la que nos criamos buscando puntos de Joy división, Echo & The Bunnimen o Parálisis permanente flotando en la combinación del bajo denso, la guitarra con ese punto justo de Flager y chorus y la herencia de los ritmos de Stewart Coppeland en temazos como Piezas sobrantes o desorden mundial que nos pusieron nostálgicos y, porque no decirlo, un poquito cachondos.
El descanso nos vino bien para tomar el aire, saludar a viejos amigos, interactuar con desconocidos, conocer al concejal de Medio Ambiente y a su asesora y seguir despertando la nostalgia con esas tertulias humeantes que la ley antitabaco se llevó a la puerta de los bares.
Al entrar, nos dimos de bruces con la personalización del punk: Descaro, distorsión, speed, juventud y un pogo alentado por una cantante con el brazo vendado que, cantando entre el público volvió a evidenciar que Granada es algo más que el indie de los planetas y Lori Meyers.
En apenas una hora de concierto, el olor a sudor afloró y nos acabamos de identificar con la causa con temazos como Entre extraños o se calienta la ciudad que indirecta, e irónicamente, describían la situación que allí vivíamos. Da gusto comprobar que todavía hay jóvenes que no sucumben a la estupidez del puto regeatón y entienden que hay un punto de partida llamada punk que hace que los futuros pasos del camino merezcan la pena, casi tanto como ese disco, que os podéis descargar gratis de su bandcamp.
Y nada, hablando de futuro, y como no podía ser de otra manera, el festival lo cerró el jefe… que estuvo avispado defendiendo a su compañera Marisol cagándose en Felipe IV, alias el rey planeta, que lleva ya casi 400 años muerto. La libertad es un bien por la que muchos luchadores han perdido la vida, así que nosotros nos unimos a la cruzada de Jose y, ya que estamos, reivindicamos la importancia del humor en esta vida, a veces tan aburrida. Porque si a estas alturas, hablar sigue siendo un delito y pensar diferente una razón de imputación que algunos descerebrados comparan con los verdaderos delitos de los chorizos que han salido indemnes de esta chapuza de gestión que nos ha dejado hipotecados para muchos años: ¡apaga y vámonos!
A ver si más que futuro terror, tenemos un mañana ilusionante, como el que le auguramos a la banda del militante músico y jefe de la cucaracha. Que entre Una distancia, toda la noche y María Orsic, consiguió que, al final, dejáramos de parecernos a los de Compromís y acabáramos moviéndonos hasta perder el aliento.
A ver si la banda se prodiga más por los escenarios, la cucaracha cumple muchos años más y Alicante sigue evolucionando como ha empezado a hacerlo en estos 365 días de cambios y desetiquetados. Y, claro, que nosotros los veamos y los vivamos con la intensidad que vivimos esa noche del sábado sin fiebre pero con música garajera de la buena, en directo, que es como mejor suena.
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