Hemos vuelto a dar un paso atrás. La irresponsabilidad, las prisas, los sometimientos y el ansia social-consumista de algunos, nos devuelven las restricciones en nuestro día a día. Con lo fácil que hubiera sido ser coherentes y dejar hablar a la lógica… y resulta que la pandereta que caracteriza a este país ha vuelto a emerger.
Lo malo no es ser conscientes de la evidente falta de civismo que se ha impuesto. Aunque no hayan sido mayoría, han sido suficientes los que, sin cabeza, han ido provocando pequeños focos, que se han ido extendiendo hasta poner al borde del abismo a muchas comunidades.
El problema real es que hemos desaprovechado la ocasión de abrir un debate a gran escala para cambiar desde nuestros malos hábitos hasta nuestros «sensibles» modelos de negocio. La consecuencia es que volvemos a estar acojonados.
¿Por qué? Porque aquí se ha primado el turismo basura, las discotecas, que los bares tuvieran el aforo completo, etc, antes de saber qué iba a pasar con los colegios, con los hospitales o con los profesionales de la cultura, por poner un ejemplo.
Voces alzadas no han faltado, como la de Mónica Oltra o Alberto Garzón. Pero determinados intereses fácticos se apresuraron a acallar el debate con el hecho de paliar, momentáneamente, el «hambre». ¿qué pasa? que volvemos a estar en las mismas. Un mes de pan, para, quizá, cuatro o cinco de hambruna o duda.
La cultura estuvo rauda y veloz, generando un modelo diferente basado en llenar las plazas (otros años vacías) o dividiendo los carteles de los grandes festivales, en píldoras diarias. Sin quererlo, se han solucionado problemas como la previsión, la implicación de las instituciones, los agobios o la falta de criterio. Bien montado, el dinero puede ser el mismo (o más) y, seguramente, eso será lo que acabe generando el debate real.
En el resto de ámbitos no ha pasado. Unas veces por disputas políticas, otras porque cuatro empresarios se han negado a pensar más allá de lo que les da dinero, y otras porque hay mucho cenutrio suelto incapaz de frenar sus ansias sociales.
Es obvio que hay que comer. Pero, a veces, hay que plantearse el proceso que nos lleva a la mesa. El turismo es un concepto ambiguo, pero en el día a día, uno no ve más que cutrez en forma de visitantes y precariedad para la mayoría de los que trabajan en el sector.
El llamamiento de «aquí no pasa nada» no ha surtido efecto fuera de los cuatro ignorantes que no saben irse de vacaciones sin ponerse hasta el culo y destrozar cosas. La parte precavida ha demostrado que prefiere gastarse un poco más de dinero y evitar riesgos y contactos con esa fauna irreprimible.
Pero claro, de éso no se habla. Igual que tampoco conviene abrir hilos sobre la incertidumbre que padres, alumnos y profesores sufren cuando miran al calendario y ven que septiembre se acerca, o los sanitarios vuelven a temer que los rebrotes acaben volviendo a demostrar la falta de medios y de personal acuciante…
El problema es que la cuerda con Europa está tensa, e igual el replanteamiento que nos pedía el soberbio Rutte era por algo. Pero claro, aquí somos los más listos y nos ponemos el adjetivo mediterráneo, o salimos a manifestarnos sin mascarillas, o eludimos el problema hablando de la tecnología que no tenemos, las vacunas que acabaremos comprando o sometiéndonos a los productos extranjeros, teniendo espacios, presupuesto y capacidad para diseñar planes que no nos dejen en bragas cada vez que algo nos pilla por sorpresa.
Los que saben de esto, dicen que parece inevitable que vuelvan a confinarnos, si no estrictamente como en marzo, con algún matiz que no detenga en seco nuestra inestable economía. A ver si esta vez, en vez de tomarnos copas por Zoom, hablamos un poco de lo que queremos ser como barrio, como ciudad y, sobre todo, como país. Porque por desgracia, enarbolar una bandera y soltar cuatro consignas estúpidas no sirve absolutamente para nada.
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