por Elenita sin más.
No sé si habéis visto una peli francesa que se llama «Los consejos de Alice». Sino, os la resumo: se trata de un viejo alcalde que, asumiendo que ha perdido la capacidad de tener ideas nuevas, contrata a una asesora (Anaïs Demoustier) para que le abra los ojos ante la parte filosófica y sociológica lo que gestiona.
Viendo los debates, los mítines, los Gags y toda la propaganda mediática de estas elecciones, echo mucho de menos esa parte que entienda que esto no va ni de ETA, ni ver quien es más feminazi, o más marica, ni de contarnos milongas. Se echa en falta cercanía, que el político apague la puta cámara y hable con la gente, antes de que entre en esa burbuja en la que cobra más que la media, ocupa su tiempo con gente que no vive la realidad común de los barrios, le llevan en un coche del que no paga la gasolina, o le invitan a comer el 80% de los días.
Yo me crie entre una madre rojísima y unos abuelos ultraconservadores. En la mesa estaba prohibido hablar de política y a mí me mosqueaba no hacerlo, porque me parecía la forma de asumir que pasara lo que pasara, iban a votar lo mismo cada cuatro años.
De aquellos polvos, estos lodos. Aunque han aparecido otros partidos, esa «no discusión» se ha magnificado. Y ahora, en lugar de en casa, me pasa cuando me tomo un café con mis amigas.
La verdad, no sé bien a quién debo votar. Porque no entiendo lo que los políticos quieren decirme. Es como si evitaran cometer errores. Como si se avergonzaran de sus programas, o tuvieran miedo a que si son elegidos, no vayan a cumplirlo.
A mí no se me convence con un vídeo de quince segundos de Instagram, ni con una sonrisa impostada, ni vendiéndome cosas que llevan 40 años sin cumplir. Y en esto, yo que he visto debates rudos de la BBC (cuando vivía en Londres) meto en el saco a periodistas de chichinabo que se limitan a consensuar preguntas genéricas que inducen a la repetición y a la memorística más aburrida y plana.
Desde aquí, aprovecho para enviar un mensaje a todos ellos:
Hablen mi idioma. Salgan a menear a gente como a mi madre y mis abuelos. Y equivóquense como lo hacemos todas, porque así es como nos pueden sacar de dudas, no trasladando mierdas de Madrid ni iniciando «emburbujamientos» antes de tiempo.
A mis amigas y la gente, también me gustaría decirles que hay que ser un poco más exigente y abiertos. Aunque para eso, a veces, haya que discutir de política.
Y cierro con una experiencia propia. Sabéis que soy enfermera. Una vez, uno de los especialistas del hospital se presentó a unas elecciones con unas siglas y, de repente, dejó de pensar como médico, para seguir unas pautas establecidas por el partido. A él, también, dejé de entenderle. Y creo que eso es común en todos. No hay porqué dejar de ser personas, ni acaparar materias que desconoces, ni someterte a dictámenes que no se asocian con lo que eres. Se supone que una lista, la componen 20, 50 o 100 personas. No una. Ni sólo en la foto en la que sale guapa.
No sé si me explico.
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