Nunca he entendido por qué el alicantino medio no conoce el influjo de subir de noche al Castillo. Al menos, cuando como en los días de Live The Roof, lo abren…
No hace falta ser Jaume I, ni ninguno de sus fieles soldados para poder mirar hacia abajo para reorganizar tus vértigos, o para estar más cerca de la luna por un rato. Es ese tipo de cosas, que aunque no te las recomiende un influencer, tienes que hacer si vienes a Alicante, porque como terapia, no tiene precio, porque te puedes reconciliar con una parte de la historia ignorada de esta tierra y porque aquí la vida de tus ancestros ha pasado y hay un hilo invisible que intuyes cuando la luna, aunque no esté entera, te indica a qué punto debes mirar.
Te lo digo yo, que perdí el último autobús de subida y viví ese extremo silencio del camino que sólo rompen los runners. Esa rara rinconada de la ciudad en la que los turistas no tienen cabida. Un lujo que 300 noches del año sólo degustan los seguratas, o los que apuran sus cigarros haciendo fotos antes de bajar. Y que el Live the Roof te permite experimentar (unas cuantas veces, la próxima: el viernes con Vega)
El premio esta vez era disfrutar de El Jose. Y si decidí subir, es porque. aunque en teoría no es mi rollo, tuve una revelación con su parecido razonable al Lichis en sus tiempos de La Cabra Mecánica. Quizá con menos rock & roll estupefaciente, pero sí noté en él una parte ácida cuando deja de lado el amor facilón y se dedica a escribir sin hacer rimas con «corazón».
Obviamente, con mi forma física llegué (en alicantino): «chopao y afonao«. La parte morena de Meet & Live se dio cuenta y me regaló un avituallamiento gaseoso. Y, vaso de Mahou en mano, me senté en la atalaya que separaba la música en directo del resto de la noche, ahí abajo; en Alicante.
En esa frontera idílica, entre sorbo y sorbo, uno tiene perspectiva de sobra para combinar las historias que cuenta El Jose, con los bailes improvisados de los que me rodean, Alicante iluminada a vista de helicóptero y el gusto por probar diferentes finales para la historia, «sin ensayo ante el espejo», todo improvisado.
Reconozco estar en uno de esos puntos receptivos en los que captas mejor los detalles que, cuando estás cansado, acostumbrado, perezoso o abstraído, se te pasan de largo, aunque te griten de cerca.
A ese lado sensible, le gustan los contrastes del público del Live The Roof, porque no es la gente habitual que me encuentro en los conciertos de las salas. La mayoría tiene algún añito más que yo y diría que más que por la música van por la experiencia y por la exclusividad. Se nota porque cantan el top 5 del Spotify y el resto de las canciones beben, hablan o se ríen, mientras convierten las canciones en un complemento ideal para el previo de la cena, para huir de los problemas o para recuperar la chispa.
Si escuchas atentamente, lo mismo te encuentras con parecidos razonables con «una calle de París«, que cuentas la cantidad de colillas que caben en una canción, o exaltas la amistad, o te conviertes en bruja y te congratulas de no ser la única que contacta con eso que seguro, algún día, hicieron en las partes oscuras de este castillo y no quedó reflejado en ningún anal de las historia.
Luego sigue el amor, los recuerdos «espichados» al exalcalde de Granada, que valdrían para la mayoría de gobernantes, una oda a los problemas… y sigues escribiendo el guion de la noche siendo consciente de que, en realidad, estás aquí porque estás cansado de no tener una hora para escuchar música abstraído de humos y ruidos que estropean el modo mono de tus cascos peleándose con la señora que habla del «sálvame» (o como se llame ahora) en el bus, mientras el móvil te avisa de que subir más el volumen podría dejarte sordo.
El alma se lava sin agua. Somos avariciosos a largo plazo. Y tenemos el defecto de creer que son otros los que tienen que inspirarnos en esa parte sorda de la vida. Quizá por eso, se repiten tanto las cosas y nos cuesta tanto sorprendernos. Porque se nos pasan los pequeños detalles que son los que hacen que las historias del Jose, se adapten a la mía y la de las decenas de personas presentes.
El Live the roof, hoy, ha cambiado mis sudores, por reflexiones profundas y nocturnas. Las fotos las hacen mejor otros, pero la vida sólo se vive una vez. Y hay ratos, como el del viernes, con El Jose, que hay que captar las cosas sin zoom. El epílogo con Extremoduro y una bajada más pausada pensando en la cantidad de tiempo que desaprovechamos perdiéndonos lujos como éste redondearon la noche en cuesta. Esa que se empina y te hace sudar. Esa que se aplana de repente, mientras te das de bruces con El Jose, con un Castillo, con la música, en una noche veraniega de octubre… y la vida, teñida de luz, sin farolas, cuando coges los prismáticos para verla con otra perspectiva.
Deja una respuesta