El talento es algo infravalorado en esta ciudad. Aquí, para tocar, vale más tener buenos amigos y mucha cara que un don para hacer música. Predomina el criterio cover sobre la creación propia, el probar lo que otros dicen que es bueno, sobre el gusto por catar personalmente lo que emerge de nuestras cloacas particulares. ¡Así nos va!
A estas alturas, querer cambiar éso es más propio de masoquistas que de personas con cabeza. Pero aunque los cambios, aquí, requieren paciencia, constancia, bolsillo y unas tragaderas kilométricas hay que intentarlo, aunque sólo sea para no quedarse con las ganas. La suerte es que la recompensa, por muy nimia que sea, satisface el tiempo y el dinero que pierdes por el camino. Y, personalmente, fue un gusto recuperar para la causa a uno de los seres con más talento de estas tierras; el señor: The Psychophonic Mexican.
No nos conocíamos personalmente, aunque seguro que hemos coincidido en un montón de saraos en estos cuatro años. Pero la verdad es que tenía un grato recuerdo de las veces que lo había visto en el Arniches o en el Un Buen Día. Por éso fue la segunda persona con la que contacté cuando supe que tenía vía libre para montar este ciclo. No discutimos mucho las condiciones, aunque sí que nos costó fijar una fecha, imagino que porque tras un año sin tocar, a uno le da vértigo volver.
Pero todo llega… eran las 18.30 y apareció acompañado de Judith. Ambos eran un pequeño gran manojo de nervios. Sacamos los bártulos del coche, entramos a la sala y se pusieron a probar. Ese es uno de los grandes momentos de este ciclo, esos treinta o cuarenta segundos en el que los músicos tocan para ti como si estuvieran ensayando, encendiendo un interruptor que acaba de dar luz cuando empieza el concierto, pero que se calienta como la punta de un cigarro cuando pretendes darle la primera calada.
«esto no suena» «desenchufo», «no me oigo»… cada música tiene su ritual, sus mosqueos, su forma de entrar el calor… y, mientras, fuera empieza a intuirse el equilibrio entre un témpano islandés y su condición de cuate de San Vicente. El violín verde de Judith es un complemento ideal para que el frío encuentre el grado justo de ternura. Está todo preparado, podemos abrir las puertas, fumarnos el último cigarro, ir saludando al «cuentagotas de asistentes» y esperar a que den las ocho para empezar a disfrutar.
Esta vez el público sí que ha respondido, lo que nos tranquiliza y nos excita a partes iguales a todos. El intro rompe el hielo mezclado con «si tú no estás»… sí, ahora hay una parte del repertorio en castellano, mezclada con los temas de «Get outside yourself». Me acuerdo de Nacho Casado, otros evocan a Devendra Banhart, a José González… pero no, es Sergio, con su particular visión de la realidad musicada y acompañada por pizzicatos, clewings, chops y otras técnicas de violín que no pasan desapercibidas en el cuerpo de las canciones.
A medida que el repertorio va sumando novedades, más cómodos se les intuye, más coordinados, menos nerviosos… se han ganado el respeto del público que respira las notas en el silencio sepulcral que se ha extendido por la sala. Judith, aparte de tocar, hace coros en algunas canciones… un año para esperar una hora que se ha pasado volando. Es hora de cortar, hay que dejar con las ganas al respetable que aplaude y apura sus cervezas.
Ha sido un buen inicio de fin de semana. Esa era la idea. Esperemos verte muchas veces próximamente… que no pase un año.
Escucha «Get Outside Yourself»
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