Aunque no lo parezca fui muy futbolero en otros tiempos, de hecho, llegué a hacer crónicas, fui entrenador, viajé con mi equipo, y tuve mi carné de socio de la Real (20 años) hasta que me mudé a Alicante. «La enciclopedia» me llamaban.
No voy a hacer un alegato táctico, ni hacer gala de forofismo, ni pienso sumarme al clickbait en el que los diarios de hoy centran su contenido. Simplemente, aprovechando el comienzo del Mundial de la vergüenza, quiero recordar la parte romántica del deporte, esa que el dinero y otras mierdas se han ido comiendo, hasta dejar vacío lo que debería ser lo más importante: las gradas.
La pasta es importante, nadie lo niega. Muchos de los que hoy critican el proceder de los catarís tienen sus armarios llenas de ropa de marcas que explotan lo mismo, o más, a sus trabajadores. Pero sus jefes no llevan turbante. Y también sería divertido ver si tu dignidad e integridad, renunciarían a una suculenta propuesta económica, pongamos, multiplicando por 10 tu salario, por hacer lo mismo que hacen aquí, en Doha. O lo que es lo mismo cuanto vale el Romanticismo. Cuánto valoras tu ética…
Romanticismo y ética. Ética y romanticismo…
Dos ausencias notables en un deporte que a muchos nos atrapó justamente, por eso que transmitían.
Sé que como dice Florentino Pérez, hay millones de personas que pagan dinero cada mes por ver partidos, que nunca han oído hablar del Hércules o del Real Unión, porque forman parte de una realidad de otro tiempo que ellos no entienden. Esos que nunca verían un partido en campos de tierra, se creen a pies juntillas que Europa puede adaptarse a la forma de entender el deporte que tienen los seguidores de la NBA o los japoneses que entienden el deporte Rey como una fiesta tan interminable como un capítulo de Oliver y Benji.
El problema es que ayer, por cuestiones de trabajo, a las cinco de la tarde estaba en la calle y recordé los tiempos en los que la inauguración de un mundial era una razón de peso, para hacer pellas, no dormir o quedar con gente tan loca como tú en un bar con la puerta cerrada. En los tres casos, coincidía que no había nadie en la calle, porque todo el mundo estaba pegado a su televisión, viendo un Argentina- Camerún, un Bulgaria-Italia… daba igual, porque aquello era más que fútbol. Y ayer eso no pasó.
Porque hoy es más que fútbol, sí, un puto, y asqueroso, negocio. Privado para los pobres, que los jóvenes (no) ven por Youtube o Twich y que interesa a una cuarta parte de los que antes esperábamos cuatro años para vivir algo parecido.
Aunque no confiaras en tu selección, la ilusión inundaba tu vida durante un mes. Los niños peleaban por cachos de parque en los que montar sus partidos, los creyentes cambiaban de Dios y adoraban a Maradona, a Romario o a Zidane para olvidar sus penurias. Los bares vendían más bocatas y cerveza poniendo un partido detrás de otro…
Eran otros tiempos, otra vida y otra realidad, que ahora tendrías que ir a Ghana o a Senegal para entender. Hoy el juego se ha privatizado. Es más una apuesta, un pay per view, un minuto y medio de resumen sin emoción, un anuncio estrambótico o una moda pasajera. Pero no es romántico, ni merece un mes de tu vida pensando en el balón.
La nostalgia me hizo llamar a mi padre, para comprobar que una parte de aquello que yo disfrutaba seguía existiendo aquí. El problema es que mi padre ya tiene 77 años. Y que antes de Qatar, hubo una Rusia que también chanchulleó para disimular muchas de sus mierdas.
A la noche, después del 0-2 de Ecuador, recordando que los petrodólares aún no pueden comprarlo todo vi a Infantino, presidente de la FIFA, dando un discurso populista: «yo soy gay, yo soy árabe, etc». Se le olvidó añadir que, también, era un corrupto, un sepulturero del romanticismo del fútbol, un oportunista y un mierda.
A estas horas han terminado 4 partidos y no he visto ningún gol. La supuesta salsa del fútbol. He oído mil opiniones, supuestos, bailes, imágenes de gradas vacías… y de Naranjito… pero no he visto goles, porque para eso, hay que pagar.
Y os preguntaréis: ¿Qué tiene que ver esto con la cultura?, pues no es difícil de hilar, porque cuando conviertes la parte romántica de algo en un negocio y dejas que las decisiones la tome gente que no sabe nada del tema, se acaba olvidando lo más importante: los profesionales, el público, los jóvenes que son el futuro y el amor por las cosas, la esencia, la vida.
Igual, durante un tiempo, el gasto de más de unos compensa la pérdida de esas cosas, pero con el tiempo se empieza a olvidar de dónde se viene, adónde se va, y porque algo era algo. Se llame fútbol, teatro, música, cine o principios.
¡
Deja una respuesta