El ruido forma parte de la idiosincrasia alicantina. Pero, tomando un estribillo de nuestro inminente visitante ilustre, Joaquín Sabina: ¿Cuánto es mucho ruido?
La polémica vecino vs farrero tiene muchos años. Principalmente, porque, a parte de ruidoso, el alicantino de hoy, como el de todas las partes del mundo, tiende a ser bastante egoísta. Tanto que olvida el ruido que hace cuando está de juerga, y lo que molesta ese mismo ruido al que intenta descansar.
Dependiendo del contexto, el ruido forma parte de tu diversión o es una molestia a erradicar. Algo así como el peatón cuando coge un coche y el conductor cuando pasea.
¿Qué pasa? que esta polémica es una de las consecuencias de no tener un modelo de ciudad. Ni un modelo turístico acorde con lo que la ciudad necesita, u ofrece.
Seguimos los viejos parámetros del turismo de borrachera o los horarios desorganizados de la diversión, cuando la realidad es que, hoy en día, los comensales que buscan «sorpresas gourmets», los catadores de vermú y cervezas artesanas, o la gente que, como Cenicienta tiene como toque de queda la hora del último Tram/Bus que le lleva a casa… son mayoría. Y lo «divertido» es que una gran parte del resto, o se adaptaría a otros horarios (como demuestra el tardeo o los «europeizados» horarios de los eventos culturales) sin problema, o se buscaría la forma de seguir divirtiéndose donde el ruido no moleste al que quiere dormir.
La ironía es que hay una parte de razón entre los que dicen que quienes se compraron un piso en El Barrio sabían lo que había. Pero no es menos cierto que el modelo de negocio de la zona se ha ido a la mierda y que hay más persianas bajadas y antros llenos de polvo, que bares que tengan éxito.
A todo esto, no hay que olvidar que, obviamente, esos bares, y establecimientos, que resisten, necesitan ayuda para transformar, o adaptar, sus modelos de negocio actuales. Y es lógico que tengan miedo al cambio, si no hay un plan que les explique en qué va a consistir dicha evolución.
La solución sencilla sería mirar al resto de ciudades del mundo para pensar ¿Qué se hace en otros centros urbanos? unido a otra pregunta fundamental ¿Qué le falta a Alicante?
Posiblemente la respuesta no fuera demasiado sorprendente, porque la de Alicante debe ser la única parte vieja sin idiosincrasia diurna. A pesar del buen tiempo y sus amplias terrazas, nadie se ha planteado cambiar los cubatas por el vermú, o las Katximbas por tapas. O sacar el arte a alguna de las bonitas plazuelas del Barrio. Por no hablar de que llevamos años necesitando un centro neurálgico dónde quedar y vernos con nuestros amigos.
Además, aunque hay quienes se han esforzado concienzudamente por cambiar su fama, El Barrio no es ni de lejos el sitio dónde mejor se come. Y, aunque haya una sede de la Denominación de Origen Vinos de Alicante allí, poco de exponente gastronómico tienen los sitios que sirven comida. Ninguno de los 20 mejores arroces que te puedes comer en Alicante, se vende en la Calle Mayor, algunos ni siquiera tienen vinos de aquí en sus cartas.
El exdueño de PuntoPop siempre nos decía que en su momento, las tiendas de ropa alternativas más importantes de la ciudad se ofrecieron a trasladarse al centro si se daban las circunstancias adecuadas para «bohemizar» el barrio. En lugar de eso, sólo tenemos souvenirs. Es una idea del pasado, pero no se ha resuelto el problema de primar lo cutre, en lugar de buscar que lo primero que se encuentra la gente de fuera represente mejor todo lo que Alicante, como ciudad, puede ofrecer.
Por ejemplo, aunque el MACA y el MUBAG, comparten espacio con el de Belenes y el de Hogueras, más el SantaMaca o la sede de Daguten, en apenas un kilómetro cuadrado, nadie ha pensado en una ruta de museos. No hay difusión de la parte cultural de la zona. Ni de la gastronómica.
Igual que tampoco la hay de las visitas guiadas que cuentan cómo creció Alicante, o quién fue el Marques de Cagalaolla, o cuantas civilizaciones han pisado los bajos del Castillo de Santa Bárbara, malviviendo captando curiosos en lugar de formar parte de la estructura turística de la ciudad. Y no sólo para el turismo de fuera, sino también para los muchos ignorantes que al no conocer la historia de la ciudad difícilmente van a sentir un mínimo apego por ella.
Por eso, quizá, aunque el ruido sea parte de nosotros, la estridencia nos confunde. O la forma de provocarlo, o las horas en las que los decibelios suben en lugar de viajar a otros lados menos habitados.
Es posible que al vecino picajoso le moleste igual el cambio, pero nada tiene que ver el olor a pota en la puerta de tu casa con el que desprende un buen arroz, la charla sin contexto de dos borrachos a las 3 de la mañana, con el guía que cuenta quiénes fueron Maisonnave, Balmis, Arniches o Jorge Juan. Fomentar ir al MACA, en lugar de emborracharse. Atraer culturetas y familias en lugar de despedidas de solter@s. Que el crucerista, en vez de bazofia se encuentre vino de aquí, una dosis de historia y arte mezcladas con pericana, capellán con tomate o gamba roja. Y que los 60 euros que ahora se gasta en souvenirs de toros y flamencas y cerveza, se inviertan en llenarle el estómago, la curiosidad y la certeza de que Alicante es una cosa con «tanto, tanto ruido» (bueno), que dan ganas pasar un rato más largo aquí y formar parte de él.
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