A veces, el destino tiene una forma curiosa de compensar las decepciones. Si el miércoles me quedaba con las ganas de ver a Damien Jurado en Alicante, el azar me trajo a Zarautz el mismo día que visitaba el pesebre que me vio nacer el señor Elliott Murphy. Y claro, esas cosas, aunque no haya entradas, no se las debe perder uno…
Las cosas no han cambiado mucho en el norte, sigue lloviendo como una regadera que cala lo justo, los conciertos empiezan a su hora, la gente parece más seria de lo que en realidad es y Garoa, como cuando me fui, sigue siendo el centro neurálgico de la diversión de las almas errantes, que todavía se excitan con dosis de cultura en forma de libro, bolo musical, entrevista, o todo a la vez, que es lo que el sábado pasó.
El cicerone perfecto, de la fiesta a la hora del vermú, fue mi admirado Joseba Martín. Una de las fortunas de que existan los podcast es poder seguir escuchando «La Jungla Sonora» de Radio Euskadi a más de 800 kilómetros de casa. Y, más suerte, aún, es poder formar parte del ruido de fondo del programa referencia de los amantes de la música vascos, aunque sea un aplauso perdido, o una sonrisa que se escapa tras un perspicaz comentario.
El paperezkoak de abril fue entrañable y en petit comité. Quizá fuera la emoción de volver a casa, ver que ahora visitan Zarautz los Posies, las Estrogenuínas, que el Rockumentalak y la utopía de la librería más vetusta de la villa cuelgan carteles de Sold Out, que Putzuzulo es de todo menos un zulo y que el Barley no ha muerto… el caso es que sentí cierta nostalgia abrazado al sumun, de ver a una gran estrella neoyorquina, sentada a apenas 10metros de mi, con su cuerpo de neoparisino apoyado sobre su guitarra negra, haciendo un balance de 44años de carrera musical, en una tertulia improvisada a mitad de camino entre una entrevista, una presentación de libro y una terapia de psicólogo insistente. En definitiva, un lujo.
Entre medias de las historias sobre Bruce, la feria de Nueva York de 1931 y el recuerdo al recientemente fallecido Hasier Etxeberria, sonaron canciones como «last of the rock stars», «Chelsea Boots», «Green River» (sin distorsión), una versión (como no) de Dylan… y mis pelos como escarpias, y los de los 40 locos como yo, allí presentes, también.
Por cierto, que todo este cúmulo de reverencias a Bruce, historias de la primera conferencia del Rock, cuajadas y demás, fue en inglés, sin traducción simultánea (porque el trujamán no llegó a tiempo) y con mis ganas locas de decirle a las profesoras del idioma de Shakespeare de mis tiempos mozos, presentes en la sala, que, al final, entre los viajes, y las horas de música de Morrison, Cobain, Bowie y compañía, algo se me pegó.
Las canas de la música embellecen el presente, complementé el entusiasmo tras la gloriosa mañana, con un crianza en copa y un beso de esos que nunca pude darle a una vasca. Un disco inédito firmado y las gracias eternas para debolex, por colarme y a Eneko y a Oier por mantener viva la locura del papel que nunca arde.
«Volveré, con la perspectiva que da haberse alejado de lo que criticaba por cansancio de repetición»
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