Al hilo de Al borde, de Gloria Fuertes, que me llegó como regalo.
En el borde, en la frontera, en el lugar donde impera el límite y reina la miscelánea histórica, donde la barrera fue mordida una y otra vez. Esta piedra fue del otro lado en algún tiempo pasado y alberga una memoria de territorio fronterizo, cambiante, de multipropiedad. En el borde del sueño o la vigilia, como escribía el otro día; en el borde del desamor y sus ruinas para luego volver a brotar; en el borde del abismo al que se llega tras flirtear con el borde de la vida y sus derelictos; en el borde de la ceguera, de tanta noche de luz tenue leyendo hasta el dolor, de tantas cosas que vemos que preferiríamos no ver. En el borde del dolor, la linde con el placer, el muro de contención a punto de ceder bajo la presión dactilar. En el borde de la acefalia, de la logística, de los zapadores, del orden castrense, de la ingeniería civil, del zarandeo neuronal del orate. En el borde del movimiento causal y el browniano, de la dispersión aleatoria y el tresbolillo. En el borde del aullido al graznido, del lobo al autillo, de los colmillos a los picos corvos, las uñas afiladas, la mandíbula férrea. En el borde de los colores, tersos, difuminados, lisérgicos como alucinaciones, yellow brick road with diamonds. En el borde de la precipitación, de la insolubilidad, de la génesis milagrosa del sólido, de la agregación molecular, de la huida del campo de concentración del producto de solubilidad, de la dictadura de los iones. Sentado al borde de ti, de la cama, de la tarde, del tacto, de tus ojos cerrados, de tus manos abiertas, de aquel día de playa de guijarros, del recuerdo de infancia en piscina desmontable. En el borde de la escritura automática, de Gloria, por ella.
(En cursiva, por orden de aparición, Benie Taupin, John Lennon y Antonio Vega).
Autor: Juan Bay
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