Antes de explicarte de qué va la nueva exposición del MACA tengo una pregunta para ti ¿tienes ganas de experimentar algo diferente?
Partiendo de que hay partes del arte moderno para las que no tengo sensibilidad alguna, te diré que si tu respuesta es sí, quizá estés preparado para acercarte al MACA a desprogramar tus dramas en un universo paralelo, que está dentro de ti, aunque no lo percibas.
Las emociones fluirán a través de un viaje en el tiempo ideado por la Eulàlia Valldosera del pasado, para ver como reacciona tu interior, al juego de dejarse atrapar por la luz, o por las sombras, de un laberinto físico, en el que debes encontrar tus propias salidas.
Para empezar, no parece que estés en el Museo de Arte Contemporáneo de Alicante. Y no sólo porque hayan cambiado su imagen corporativa. Debes leer los paneles explicativos de la entrada a la exposición, para que tu curiosidad empiece a romper el caparazón de la rutina, mientras 20 años de encierro en una caja, desempolva la diferencia entre la vida analógica del final del siglo XX y esta postpandemia ávida de luces. No me refiero a las Led.
Con la inmersión en la oscuridad, se acaba la parte física. Es hora de tocar con los ojos. Y en una proyección circular puedes ver los diferentes presentes que, tengas los años que tengas, has podido llegar a vivir.
Sin querer mediatizar tu percepción, yo he imaginado escenas de mi vida que podrían haber sido diferentes. Esas en las que un matiz lo cambia todo y de las que procuras no recordar cosas para no rallarte demasiado. Porque en el fondo, ya han pasado así.
Es difícil entender el ahora sin indagar en tus orígenes. Mi suerte es partir del matiz de que sea la propia artista la que me cuente los porqués de este envoltorio extraño, que fuera del círculo te lleva a un plano con la parte encerrada en el vídeo, representada en cosas rutinarias como un paquete de tabaco, una caja de aspirinas, un bote de cola-cao, unos calzoncillos o una silla de clase de prescolar.
Ahí quizá encuentres las partes neutras que ni son luz, ni son oscuridad. Básicamente, lo que tú, con tus percepciones, tus recuerdos y tu analítica quieres, o puedes, ver.
Yo he echado de menos un desagüe, o un váter para poder tirar de la cadena. Quizá en eso consista. En que la huida no sea tan sencilla. Que tengas que deconstruir más la escena, convertirla en tuya, transformarla en nuestra, compartirla…
Ahora preferiría que la visión de la artista no me hubiera mediatizado. Hubiera omitido la rueda de prensa, la explicación práctica, las sensaciones de los otros periodistas, los sabores de segunda mano, los clicks de los fotógrafos, la imagen de mi yo de hace 25 años viendo esa misma escena, el olor al polvo que han limpiado en el proceso de transformación del espacio. El color de la pared… el tránsito hacia las fotos que completan el puzle del «ombligo del mundo del 93» frenando la Caída, mientras las brasas del infierno se enfrían con la experiencia y las arrugas.
Sin caer en la cuenta de que la última serie se llama «Lazos familiares» he dudado entre llamar a mi madre o a mi tía, que está enferma. Porque en mi rutina ellas son las confidentes de las cosas mágicas que me pasan y no puedo escribir en un artículo, o describir en una noticia. Pero hay experiencias que no se pueden compartir. No por egoísmo, sino porque son personales y cada uno las vive a su manera, con sus armas y sus banderas blancas coincidiendo en un mismo pensamiento.
20 años después, Sería bueno convertir la visita en una performance poniendo una cámara, o una grabadora en la que el visitante contara sus sensaciones al volver a pisar la parte del MACA que sigue intacta.
Sociológicamente, sería una bonita retrospectiva de la mente postpandémica. Quizá encontráramos respuestas que siempre acabamos buscando en lugares equivocados. O simplemente, ayudarían a desahogarse a miles de personas que no saben que en sus mentes residen los porqués que evitan el aburrimiento y desarrollan tus capacidades para entender la vida de otra manera.
Igual es tan simple, como cambiar la línea recta, por un recorrido circular…
La parte técnica de la exposición.
El Museo de Arte Contemporáneo de Alicante presenta la exposición “Desprogramar el drama”, de Eulàlia Valldosera. La muestra reúne la instalación La Caída. Salir de las llamas para caer en las brasas de 1996, dos fotografías de la serie El ombligo del mundo de 1993, las tres pertenecientes a la Colección Fundación Mediterráneo en depósito en el MACA, y nueve fotografías de la serie Lazos familiares de 2012, propiedad de la artista.
Con múltiples significados, intrigante y compleja La Caída es un referente en la historia del arte de los años 90, una de las instalaciones más significativas de la artista catalana y su montaje se ha convertido en un desafío pues hace más de veinte años que no se muestra al público. Es una obra fundamental en la trayectoria de la artista, una instalación compleja y enigmática que habla de un accidente emocional, la imposibilidad de salir de una situación aun intentando comportamientos distintos. El cuestionamiento mismo de la pareja en su entorno doméstico, una historia carente de narración que se despliega en el espacio donde el espectador se encuentra atrapado como testigo y artífice del problema.
Lazos familiares es una serie de fotografías de la intimidad y pone en evidencia las relaciones sentimentales visibles y ocultas que los miembros de cada familia sufren, gozan o padecen. Implicaciones complejas e inevitables que redefinen el modelo mismo de familia en continua transformación. La imagen real y su sombra aparecen y conviven en el mismo espacio, se solapan, se fragmentan, se suman en una imagen final a modo de collage de transparencias: la realidad visible está hecha a partir de muchas capas o niveles de comprensión de una misma situación anímica.
El ombligo del mundo fue uno de los trabajos más transgresores del arte español de los años 90 y génesis fundamental del trabajo de Eulàlia Valldosera que renuncia a la práctica retrógrada de la pintura bidimensional que le enseñaron. Parte de un hecho banal como fumar cigarrillos, un elemento convertido en metáfora del consumo, la meditación y la fugacidad del tiempo.
En todas las obras, el drama está a la vista. Recuperado. Reprogramado. Los hechos no se relatan, sino que se representan. Por medio de la realidad y de su sombra, de la proyección de la luz y del movimiento. Con una mirada propia, Valldosera recrea escenas dramatizadas que reflejan simultáneamente la presencia y la ausencia, la memoria y el deseo, donde la sombra evoca una búsqueda interior que remite al mundo del subconsciente, no solo como espectro de un pasado no resuelto, sino también como una forma auténtica de la realidad. Es necesario pues volver al inicio, desprogramar y eliminar los patrones fijos de comportamiento para decidir qué camino seguir.
LA ARTISTA
Eulàlia Valldosera. Villafranca del Penedés (Barcelona), 1963
Artista pionera y radical, Valldosera es referente de un modo de hacer artístico que rechaza la sobreproducción, que valora los materiales pobres y recurre a la experiencia de la vida cotidiana. Formada en BBAA en Barcelona, amplió estudios en Holanda y recibió la beca DAAD en Berlín. Desde principios de los 90, desarrolló un trabajo multidisciplinar con la proyección de haces lumínicos, fotografías y video en instalaciones donde reutiliza objetos cotidianos y en performances a partir del cuerpo y su proyección en el espacio psicológico colectivo.
Los residuos, la limpieza, la enfermedad, la herencia materna o las relaciones de poder han sido recreados en numerosas performances, series fotográficas e instalaciones. Son escenarios cotidianos hechos de enseres domésticos que conviven con los dispositivos tecnológicos (que auguran la presente era digital), envases desechables de productos, botellas de detergente, muebles…, despliegan sus sombras por las paredes de la sala desenmascarando el truco, poniendo al alcance del público los mecanismos que normalmente se ocultan para crear la magia del encuentro del objeto con su sombra, con su doble; los objetos se animan y hablan de un sujeto fragmentado.
Valldosera estudia nuestros mecanismos de percepción mientras cuestiona el objetivo del arte. Y decide no crear objetos artísticos sino procesos mientras afirma que la obra de arte es un espejo del marco que el espectador sostiene al mirar. Rescata así nuestra capacidad de asombro, revela nuestras oscuridades, nuestras memorias y programas, la ilusión de una supuesta separación entre nuestro cuerpo y nuestra mente. El espectador es un objeto más y se borran así las fronteras entre la luz vibrante
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