Ayer tuve un airado intercambio de opiniones en Twitter con Francesc Sanguino y con un experto sociólogo «alicantino». Resulta que al candidato a alcalde del PSOE no le gusta Alicante Noir, porque lo organiza una empresa de Barcelona y no tiene en cuenta los intereses de los alicantinos. Algo que no comparten algunos escritores locales y empresas de Alicante implicadas en el Festival.
Lo fácil hubiera sido preguntarle si, en su época de director del Teatro Principal todas las obras eran producidas y protagonizadas por gente de aquí… pero, terminada la discusión lo que pensé es que estoy rodeado de gente que dice defender Alicante y más que proponer, atacan, o callan incluso cuando, en teoría, tienen la responsabilidad, o la obligación, de defender las cosas de aquí. La defensa, desde su concepto de la cultura local, la entiendo. Echar mierda porque él no haya tomado la decisión, no tanto.
Yo reconozco que soy una víctima fácil. Y más en esta tierra en la que poca gente da la cara por ti. Eso sí, en privado, recibí más de cincuenta mensajes de apoyo. Cosas de Alicante…
La conclusión es que, sin pretenderlo, el hecho de dar una opinión, molesta al que en lugar de ponerse en situación, o pensar qué es lo que lleva a un medio como este a hacer una crítica, o una alabanza, simplifica todo en una cuestión literal que tiene que ver más con el interés político, que con el cultural. Porque que yo diga que Alicante es capital de la literatura, no significa que sea un necio e ignore que hay más librerías o mejores ferias del libro en otros lugares, sino que desde la hipérbole, trato de poner en valor todo lo bueno que se está haciendo.
En 7 años he adaptado mis posturas a las diferentes realidades que me ha tocado vivir como profesional, o más bien militante, de la cultura. Ayer la discusión fue con Sanguino, pero antes las hostias fueron de Valor, de Simón, de Vara, de gente de Valencia, de artistas, de gestores… Obviamente, me he equivocado muchas veces. En lo que no he errado es en acumular argumentos para decir que un alto porcentaje de los políticos de aquí no están a la altura del puesto que representan.
Es duro, y triste. Por eso, como ayer la cosa iba de literatura y de escritores alicantinos, hoy se me ha ocurrido hacer público un extracto del borrador de un libro que llevo meses escribiendo sobre el pasado, el presente y el futuro de la Cultura en Alicante:
«Los políticos son un mal necesario». Esta frase lleva incrustada en mi cabeza desde que hace 7 años llegué a Alicante. En ese tiempo, puedo contar con los dedos de una mano los concejales que han mirado más por los pueblos/ciudades que representan, que por el interés de su partido, o peor, de su persona.
Alejado del enfado inicial que esto provoca, uno baja su nivel de exigencia al mínimo y trata de analizar los porqués de esa inoperancia que comparten partidos de izquierda, de derecha, de centro y de más allá.
La respuesta es irónica, porque nace en las políticas culturales, o más bien, en la ausencia de las mismas. Algunos tienen un plan a medias que defienden como verdad absoluta. Pero el que no deja de lado al artista, se olvida del público, o de toda esa gente que sin subirse al escenario, forma parte de la idiosincrasia cultural de un territorio (prensa, técnicos de sonido, iluminadores, gestores privados, empresas…). Porque en el fondo no interesa que la política se perpetúe, sino de que se sepa quién la ha puesto en marcha.
Si a la falta de políticas culturales le unimos la ausencia de apegos, Obtenemos como resultado que en una gran ciudad como Alicante, hayamos visto pasar a cuatro concejales de cuatro partidos diferentes en apenas cinco años (Simón (IU), Vara (PSOE), Padilla (PP) y Manresa (C´s)). Y en otras poblaciones, donde sí han repetido ganadores de elecciones, ha habido cambio de nombres, con su correspondiente pérdida de dos años de puesta al día de la actualidad (un ejemplo claro es Elche).
La cultura, más que principios, exige militancia y algo muy simple: dejar hacer al que sabe. Por suerte, en estas tierras abundan los profesionales. La lástima es que en la mayoría de los casos, su modo de vida depende de convencer a gente que está de paso, o a Funcionarios que, lejos de revelarse, o enseñar, al menos, las vías burocráticas que están en sus manos, callan.
Estar en medio de este desastre, y no callar, me ha regalado decenas de «enemigos». Gente que cree que soy de izquierdas, otros que me llaman facha… la verdad, creo que hay tres materias que no tienen que ver con la ideología: la educación, la sanidad y la cultura.
En mi opinión, las tres deberían estar al margen del resto de la política. No entiendo que existiendo un poder judicial, independientemente de quien gobierne, no existan comités de especialistas que decidan, a largo plazo, las líneas de actuación en estas tres materias. Al menos, la cultura, exige un plan que no puede llevarse a cabo en cuatro años. Seguramente, ni en ocho.
He ahí una de las claves del fracaso, y de la precariedad, de la cultura, que algunos han logrado eludir a base de autogestión, o «delegando» en un técnico la responsabilidad de estirar en el tiempo un criterio determinado, que ha dado buenos réditos a poblaciones como El Campello, Pedreguer o Villena, donde los Concejales de Cultura cambian igual, pero se limitan a la diplomacia y las fotos, mientras otros toman las decisiones importantes en base a un presupuesto y unas necesidades gestionadas durante décadas con profesionales de la cultura local y bajo el implacable juicio del público.
La democratización de la gestión es otra buena manera de hacer crecer la cultura en una población. Un buen ejemplo de ello es Sant Joan, cuya Concejalía de Cultura cede una parte de espacio y presupuesto a los gestores privados del pueblo. Y de esa colaboración nacen la filmoteca y el festival de cine, La Tapia (Organizada por muralistas de Sant Joan), La Fireta del Llibre (las librerías locales), Píldoras musicales (con el sello de la Sala Euterpe) o el Festival de Jazz (gestionado por El Refugio).
Fórmulas puede haber miles, seguramente ninguna infalible. Pero hay expertos que auguran que el futuro de la política pasa por el nacimiento de partidos por gremios. Es decir, que un colectivo de Médicos se presente a unas elecciones, no para ser alcaldes o presidentes, sino para gestionar la Concejalía, o la Consejería de Sanidad. O que los profesores se agrupen para sacar suficientes votos para tomar las decisiones que la Educación requiera.
Tal vez, lo realmente democrático, sería votar a personas concretas para cada puesto. O lo que es lo mismo, no votar a un partido que luego decida quien es el alcalde, el concejal de fiestas o el de urbanismo, sino que cada partido especificara quién de la lista va a ocupar cada «sección» y el ciudadano votara por el alcalde, por el concejal de cultura, o por el de educación, sin importar si comparten o no siglas.
Sé que es una utopía, porque exigiría que, por un lado, el partido, o el candidato, tuviera un plan documentado de sus intenciones, y que el ciudadano hiciera su parte y se lo leyera. Pero nos evitaría ver a gente que no sabe hacer la «o» con un canuto gestionando materias que requieren un tiempo para ponerse al día.
Así volviendo a la frase del principio del capítulo: «los políticos son un mal necesario», porque ellos controlan el 90% del dinero que mueve la cultura en Alicante (y no la venden los suficientemente bien para que empresas privadas desnivelen esa balanza).
Pero hay medicinas que pueden paliar en parte el mal. Como siempre, eso depende de la presión que la sociedad en su conjunto pueda ejercer. Y de la unión que los interesados en su desarrollo acabemos teniendo. Porque, no siempre un voto cada cuatro años es suficiente. Hay veces que tenemos que implicarnos y pensar en algo más que en nosotros mismos para cambiar cosas que repercutan en nosotros y en lo que nos rodea.
El problema es que, a diferencia de en otros aspectos como el comercio, o el turismo, en la cultura hay una corriente acostumbrada a que te lo den todo hecho, mezclada con los que han optado por la pataleta constante, en lugar de tratar de poner soluciones individuales a males colectivos.
Algún día tendremos que sentarnos sin los políticos de turno a hablarlo…»
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