Para l@s que llevamos años teniendo la suerte de «sufrir» los avatares, y los placeres, de padecer el síndrome de Peter Pan, interpretar los momentos con la inocencia que, supuestamente, sólo tienen los niños, es un don que la mayoría de habitantes de este raro mundo deberían envidiar.
Por suerte, hay cositas como el Show de Dodó que nos dan la razón y con un espectáculo a mitad de camino entre lo carnavalesco y lo educativo, nos devuelven la esperanza que teníamos cuando El país de nunca jamás era un destino tan apetecible (y real) como Bali o las Islas Caimán.
En los tiempos que corren, no es fácil conseguir que los niños apaguen por un rato sus maquinitas absorvecerebros y abran los ojos a la vida que tienen delante. Ahora que cargamos sobre las espaldas de los profesores la responsabilidad de educar, no está mal ver que hay padres que, aparte de callar a sus joyas hiperactivas con bienes materiales, son capaces de regalarles una tarde en el teatro a los perpetuadores de su genética.
El show de Dodó es un espectáculo difícil de etiquetar. Por momentos, es un circo con música, pero al rato se convierte en una función de clowns bailando al son de la banda sonora de un club de esos con mucha oscuridad y jazz de ese que, supuestamente, sólo pueden disfrutar los adultos. La risa es el hilo conductor de todo. La magia se hace realidad en cada acorde de piano, el tempo sube y baja, el climax adquiere formas inimaginables y las dudas y la imaginación de los niños, tiñen el rato de colores vivos y estridentes.
Por un momento, nuestro querubín encorbatado y de mueca seria, rompe las cadenas que lo esclavizan y olvida barreras como el tiempo, el dinero, las arrugas, el estatus y esas gilipolleces que desvían nuestra atención, y se limitan a seguir el ritmo de una campana o un timbre de esos para llamar la atención del de la recepción del hotel.
Hacía tiempo que no veíamos un piano desnudo, y tan cambiante. Luca Franca es un maestro de ceremonias con el talento pintorrojeado. Marina Sorín es la fantasía encarnada por un violín trompeta con acento japonés inventado y la expresividad contagiosa que nunca viene mal para los que apuran demasiado las caladas de la seriedad.
Mastretta es el paseo pausado de un clarinete que asusta y hace gracia a partes iguales. Y ya sabéis que si a un niño se le despierta la curiosidad, no hay nana que apague la efusividad de sus ideas locas fluyendo, imaginando que los músicos son invisibles, que el teatro es un parque, o mamá es un personaje más del espectáculo. Quizá por eso, la lección más importante que debe aprender un beginner de la música es que: cada canción, como cada momento de esta vida, tiene un tempo, o un ritmo. De ahí que Coque Santos se empeñara en marcar la cadencia de las brazadas, que convirtieron en mar el escenario, a los niños en sirénidos, y a los no tan niños en idealistas flotantes.
Imaginaréis, si aún sabéis lo que es imaginar, que la edad dejó de importar. Que todos, y todas, sucumbimos a la mueca del espectador boquiabierto, que todos, y todas, chasqueamos los dedos al unísono, que todos, y todas, temimos al orco, y que todos, y todas, nos sentimos hadas, princesas, o dragones, que todos, y todas, fuimos tradicionales e innovadores a partes iguales, que niños, y no tan niños, sentimos eso que se siente cuando arrugas un papel de regalo y descubres la ilusión desenvuelta, sonando.
Y como puede que el aplauso no fuera suficiente compensación para tanta felicidad, desde aquí agradecemos a este cuarteto de locos músicos redescubrirnos el camino hacia los sueños que están por cumplir y recordarnos que por mucho tiempo que pase, nuestra niñez y nuestra inocencia sigue ahí esperando a que la saquemos a pasear por el teatro, por la vida real o por el país de nunca jamás.
Anónimo dice
Un espectáculo genial!! a nosotros también nos encantó.
Luci