nos gusta abrir, lentamente, al ritmo que nos marcan The cure con su «friday I´m in love».
el cambio que sufren algún@s cuando la semana acaba y se abre el espacio que te permite hacer lo que te da la gana: sin horarios, sin obligaciones y sin jefes que te toquen los cojones con prisas, exigencias y cosas peores.
sencillo del grupo valenciano.
Al entrar, mezclas recuerdos de tu época grunge con aquella primera vez que leíste la frase de Jorge Manrique: «cualquier tiempo pasado fue mejor», te ríes, y el concierto empieza a sonar. No conoces a Thee Vértigos, pero te gusta lo que suena. El rhythm and blues, mezclado con la psicodelia, llevan a tu localizador de épocas a los sesenta. Tratas de imitar los movimientos de pies del guitarrista, simulas que te sabes la letra, meneas la cadera como si tu tía, «la moderna», te hubiera enseñado los entresijos del guateque y cuadraran con el «chinesse draggers» o con los saltos del canguro que cierran el nuevo.
Con tanta recreación del pasado, te acuerdas de la llamada a la radio, con motivo de la necesidad de que bajen, de una puta vez, el IVA cultural, que decía que la gente no va a conciertos porque los grupos de hoy no transmiten y piensas que: ya le gustaría a los sirex, o a los canarios, haber podido tener el sonido de guitarra que tenía el chico de negro de thee vértigos, y la cantidad de escusas tontas que pone la gente para no moverse de casa, para no descubrir sublimes novedades como la que nosotros estábamos descubriendo en ese momento.
Después de unos cuantos aullidos acompasados, y de acordarnos de la incomodidad de la silla en la que pasamos nuestras jornadas de trabajo, nos fuimos a tomarnos una cervecita en el bar con olor a nuevo de las cigarreras.
Y un rato después volvimos a montarnos en nuestra máquina del tiempo para descubrir el directo de Froth. La música de los estadounidenses era más densa, tenía un aire dinosaur Jr con punteos country: una mezcla de efectos de guitarra eléctrica en un tempo al que le faltaba un poco de TNT para acabar de explotar.
La gente observaba quieta, como en los conciertos de antes, moviendo sus pies, asintiendo con la cabeza y recreándose con los matices, como si la antigua usanza se hubiera reciclado en aquel mismo instante.
Los Californianos parecían hablar un idioma diferente, obviaban la empatía mirando al suelo como si se les hubieran perdido las lentillas, asumiendo que no entenderíamos sus comentarios en inglés o quizá fuera que no tenían miedo de ocultar el miedo escénico, o les decepcionara que el recinto no estuviera lleno.
A pesar de todo, no nos decepcionaron. Desgranaron el «patterns» mezclado con novedades de sacarina y nos arrancaron de cuajo la monotonía mientras los péndulos marcaban que ya era saturdaaaay waaait (que cantarían los cure). Nos tomamos una rápida en el barrio y nos fuimos a casa, porque el finde 2.0 del «eat my soul» no había hecho más que empezar…
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