Estamos acostumbrados a escuchar cuentos. Basta con ponerse el telediario, o la radio… o leer un periódico. Pero en la vida real, parece que la tradición oral, vaya dirigida a los niños, y a las niñas. Aunque cuando te pones a escuchar atentamente las historias que cuentan Chus Seva, Alberto Celdrán, Héctor Bardisa, Clowndestino… te das cuenta de que a veces, la descodificación de adaptar la realidad al cerebro de los niños, facilita que nuestras cabezotas tejan definiciones diferentes para algo que siempre hemos visto, o nos han hecho ver, de una manera determinada.
A mi no me gusta Halloween. Pero no quiero que mi hija sea un monstruo inaceptado. Asó que este año he sucumbido a la «magia comercial» de las brujas y las calabazas. Eso sí, a mi manera: con disfraz, pero con castañas y huesos de santos. Y con más historias y literatura, que atracos de puertas superazucarados. Porque que nos impongan algo, no significa que no le podamos dar un toque propio y diferente ¿No?
Pues eso, acepto las calabazas, pero me fui con mi familia a ver a Chus. La librera, disfrazada de bruja, había preparado una selección de cuentos de miedo… senté a mi hija entre fantasmas, esqueletos, Espidermanes y novias cadáveres y me senté en una silla, en segundo plano, a escuchar.
Mi hija no sabe lo que es el miedo. De hecho, se pasó la semana riéndose de las espantosas decoraciones de su cole, las puertas de los vecinos y los escaparates. Algo muy bueno, porque los temores son menos jodidos cuando los afrontas con una sonrisa. He ahí, la primera lección.
Las voces típicas de cuentacuentos fueron sucediéndose, mientras yo interiorizaba los pánicos que exceden los límites de Halloween: la precariedad, las facturas, el precio de la vida, los sueldos de mierda, la muerte, las enfermedades… Eso es desasosiego, y no un aullido de lobo o una peli mala de Disney.
En el caso de Chus, debe acojonar mucho haber estado dos años sin poner las alfombras en el suelo. No es difícil deducir que la sonrisa viene de cambiar precariedad por entretenimiento. O lo que es lo mismo, fomentar la empatía. Segundo aprendizaje de la historia, para mí y para la esponja que tengo por hija.
¿Os habéis planteado cómo suena el miedo? ¿y como se ilustra? Posiblemente, haya un trecho entre las imágenes sueltas de las «historias para no dormir» de Chicho Ibáñez Serrador, o el que buscan los que van a ver «The Unholy» o «La casa de las profundidades» al cine. Creo que la sugestión es la forma más efectiva de vivir el espanto. Aunque tampoco es lo mismo vivir de cerca un cáncer, que que algún cabronazo te dé un susto.
Y ahí, en darle el matiz, o la importancia correcta, a cada cosa, estaría la tercera lección de la mañana.
Es contraproducente para alguien que siempre vivió el Día de los Santos como un ceremonial del respeto, cambiar el silencio y el negro de luto con luces de velas, por la fiesta. Seguramente, esa sea mi parte favorita de Halloween: celebrar la vida, en lugar de sumirse en la tristeza lógica de la muerte.
Nadie quiere morirse. Por eso, hay que disfrutar la vida. Para eso no hacen falta cuentos… pero, por si acaso, nos fuimos a comer, a disfrutar de la importancia de la familia y a estrechar lazos con los amigos que empiezan a ser familia… como los Adams…
Pero antes, seguían sucediéndose los cuentos: «corre corre calabaza» (el que nos compramos), el baile de los esqueletos, la visita inesperada… y entre brujas, fantasmas, arañas, murciélagos y cucurbitáceas, encontré el último aprendizaje: ponga lo que ponga en tu carné, y te digan lo que te digan, puedes volver a ser un niño. O más bien, el niño que fuiste, nunca se ha ido, sigue ahí esperando acojonarse, aprender, descubrir y vivir las cosas, como si fueran la primera vez que las tienes delante.
Voy a disfrutar de los cuentacuentos, no porque sea padre, sino porque hay una parte de terapia en esas medias horas de mañana, en el hecho de tener tiempo para escuchar, en aprender.
Mi hija se fue con un libro nuevo, como cada vez que va a una librería. Que la literatura sea un premio, y que esté deseando que llegue la hora de acostarse para abrirlo, es seguramente, lo mejor que le puedo enseñar. Ella me ayuda aprender, y yo aprendo a educarme, a educarnos.
Al final, de esto se trata. De que la vida sea mejor. Y, obviamente, intentar que tu imaginación no se oxide, es una buena forma de abrir los ojos, la nariz y el resto de los sentidos. Mi semana ha sido larga, pero buena, gracias a eso. Pensad lo que necesitáis vosotr@s para eso. Veréis que es rentable que, a veces, la realidad, tenga páginas ilustradas y voces diferentes.
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