El arte de entretener se ha basado siempre en el rupturismo, porque sin él, el humor acaba siendo un chiste que se repite. De ahí, que hacer reír requiera cierta empatía, para tratar de entender a quién estás provocando esa risa, un zurrón lleno de «gags» sin gracia que te comiste aprendiendo a ser humorista y un contexto, cada vez más complicado de entender para los que polarizan todas y cada una de las situaciones que ocurren ante él, o ella.
El arte de destensionar una realidad, ya de por si, rígida, es un esfuerzo que no debería requerir un debate posterior. Entre otras cosas, porque el humor nunca fue políticamente correcto, ni se pudo guionizar. Al fin y al cabo, la agudeza tiene más de improvisación que de recreación y de exageración que de gracia comedida.
Y en ese impulso sin pinganillo, Inés Hernand soltó un chascarrillo que se ha sacado de contexto.
Sé que es la televisión pública, que los telespectadores pecan de sensibilidad, que el presidente del Gobierno pertenece a un partido que cada miércoles se evidencia que no gusta al 49,9% de España y todo lo que queráis. Pero el humor improvisado es así. Y nadie debería arrebatarle esa naturalidad. Ni debería exigir disculpa alguna. Y menos, si no ofende a nadie.
Entiendo que el consumo «fast» de todo, haga que el televidente obvie el 99% de un contenido de 5 horas al pie de una alfombra roja, si el político/periodista fija su lupa en el detalle. Pero no deja de ser eso, un detalle, un intento de humor suelto o un chiste que puede o no gustarte, como a mí no me gustan el 90% del «pseudohumor bienqueda» que promueven los guionistas acojonados del prime time.
Ni Inés Hernand, ni Pedro Sánchez tienen la culpa de que tu vida sea así de aburrida, de polarizada y de ridícula. Aunque viendo el panorama, seguramente, este tipo de polémicas tienen como fin desviar la atención de lo que importa (en este caso el cine), o de absorber la parte crítica que todo gag de humor debe tener. Incluso cuando este se aplica a un saludo o a una despedida, dentro de un programa en directo de más de dos horas en las que comentarios similares volaron entre reporteros y gente que, obviamente, no era presidenta del Gobierno.
¿La diferencia? el matiz, la lupa y las chorradas que hacen que, a parte de que el humor pierda la naturalidad que necesita, tú hables de cosas que no vienen a cuento. Eso sí, luego puedes ponerte tras la pancarta de la revolución y de la libertad. Pero, al menos, de esta segunda, te va a faltar algo muy importante: criterio propio y capacidad crítica. Justamente, lo que hace que un chiste te haga gracia y otro no.
Deja una respuesta