Tras el atracón de buena música, utilizamos una de las trescientas cuartadas, para tomarnos una cervecita en la barra, que habían montado en el exterior, con motivo de la feria del diseño, y recopilamos buenos ratos e impresiones.
Cuando nos faltaban apenas dos tragos para apurar la caña, escuchamos unos acordes de guitarra incitándonos a volver a la oscuridad del interior. No conocíamos a PepecontraPepe, pero puestos a hablar de rarezas, la noche necesitaba cierta irracionalidad para ratificar lo que muchos pensaban de los presentes.
Así que, como coincidimos con el cantante en eso de que «no estamos dispuestos a equivocarnos», vimos pasar deprisa unas cuantas canciones tocadas con dos guitarras: una eléctrica con aire desafinado y una acústica envuelta con una voz reflexionando, en verso, cotidianidades de enanos.
Por un momento, se entremezclaron recuerdos de Bassmatti, con el ñoñismo más recalcitrante de la bella Easo. Luego, como nos pasa con el gran Giorgio, reinventamos el concepto de enamorarse con la crudeza inanimada de las letras y nos quedamos con esa sensación ruda de los que nunca aprendimos a bailar como es debido.
Para cuando nos dimos cuenta, volvíamos a jugar a descubrir y convertíamos en familiar un sonido que hasta entonces nunca habíamos escuchado.
Royal Mail, nos ratificó que la música granadina sigue gozando de muy buena salud. Seguro que si el Unbuendía no hubiera cerrado, estos chicos habrían apalabrado otro par de fechas en Alicante y todos los inconscientes que se habían quedado en casa, hubieran tenido la posibilidad de enmendar su error, viéndolos en directo.
Al fin y al cabo, cuesta encontrar un sonido tan fresco y, más aún, tener la suerte de degustarlo, prácticamente, en exclusiva. Hechos como este hace que uno, aparte de raro, se sienta enormemente privilegiado, como si ese lugar más allá de las estrellas que describen en una de sus canciones estuviera reservado para 20 o 30 escogidos entre los que nos encontrábamos.
Esa gente que teme encontrar cosas nuevas, se pierde, mientras reproduce rutinas de viernes, sensaciones únicas e irrepetibles que quizá nunca se vuelvan a dar. Ver a un grupo disfrutar de la que está tocando, hace que te contagies y que una semana de mierda en la que lo que ni el dinero, ni el boxeo, ni discutir han solucionado, se quede en una anécdota cuando abrazas a un humilde cantante y os autoagradecéis mutuamente, el hecho de haber inventado un subidón derivado de un parapapapapapa repetido, que os acompañará a ambos, durante el tiempo suficiente para volver a encontraros con otra de esas rarezas que os convierten en barbudos, bohemios, excéntricos o raros…
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