Entre la nostalgia y la incertidumbre, de lo que el futuro nos puede deparar, está la realidad de la profesión de periodista. Aunque vivimos en una sociedad que ha perdido el gusto por escuchar, el criterio sigue diferenciando los matices que construyen las bases de lo que hoy nos entretiene, mientras perfila lo que mañana podemos llegar a ser. Y en este impás que entierra papeles y levanta imperios fugaces, la necesidad del debate se hace latente. A veces, sin que nosotros mismos seamos conscientes de que irónicamente, es la falta de (auto)crítica la que impide nuestra propia evolución.
Toda revolución nace de un periodo de crisis. Y tras muchos años de agonía, el Covid-19 ha terminado de desnudar las carencias de lo que fueron las mieles añejas del periodismo. El criterio requiere tiempo, justo lo que el reportero de hoy no tiene. Y, seguramente, esa prisa que persigue a todo el mundo, inicie el giro de la rueda que se lleva la calidad de lo escrito, la objetividad de lo expresado y el hilo que nos conectaba con nuestros lectores en el pasado.
Personalmente, agradezco a Iván López Navarro haberme sentado en la misma mesa que compañeros del día a día como Cristina Martínez y Dani Terol, el profesor Miguel Ors, Rafa Cervera (un crítico de los de antes) y Martín Sanz. Es de agradecer, también, que el Concejal de Cultura, gestores, funcionarios y otras gentes preocupadas por el acontecer de los hechos culturales de Alicante, se acercaran a Las Cigarreras a escuchar, y a participar, en el debate.
Somos diferentes, pero nos une un mismo fin. Por eso, sentarnos a hablar de él, más que un hecho aislado, debería ser una práctica habitual. Por desgracia, no es así, y temas como diferenciar la crítica del halago, la relación entre la cultura y las instituciones, el papel del periodista en la gestión de las políticas culturales, los datos objetivos de lo que la cultura aporta al PIB o al comercio y el turismo local o lo que el futuro puede depararnos, fueron atropellándose en la comparación de las perspectivas del hastío y la frescura de los que tratamos de reinventar el mismo concepto, con otros lenguajes y en otros formatos. Cada tema, en concreto, requeriría más de las dos horas que duró «la charla», pero, por desgracia, no siempre tenemos el tiempo y los medios necesarios para juntarnos a ser productivos.
Hubo un tiempo en el que yo mismo pasé de ser periodista a empleado de un medio. Pero, justamente por eso, me hace gracia que, a veces, menosprecien mi trabajo los que han entrado en el juego de dar más importancia a la realidad del anunciante que a la de las personas. Ahí es donde se pierde el criterio, la objetividad, el tiempo, el salario y la dignidad que algunos echaban de menos ayer. Y es, exactamente, por eso, que cada vez hay más gente que no diferencia una opinión escupida en una red social, de una columna en un periódico que nunca va a llegar a sus manos. Más que criticarlos a ellos, deberíamos plantearnos cuál es el motivo de que hayamos acabado así.
Es una obviedad que los tiempos cambian y conviene adaptarse a ellos. Pero sin independencia, el periodismo no es nada. Y eso no se mide ni en tiradas, ni en likes. Como dijo el profesor Ors: «la gente se suscribe, y paga lo que haga falta, por la calidad de lo que te aporta cosas diferentes». Hacer un retoque en una nota de prensa o compartir un cartel no tiene mérito ninguno. Lo puede hacer cualquier mindundi. Lo que se le exige a un periodista es tener criterio para juzgar las cosas y capacidad de expresarlo para despertar el interés de los implicados en lo «noticiado».
Como siempre, la excusa fácil es aludir al desinterés generalizado. Pero si le das la vuelta a la tortilla, igual que hay cenutrios, hay gente que necesita una brújula para encontrar el camino hacia un concierto, una película de la filmoteca, la obra de teatro que merezca una inversión de tiempo y dinero, el taller que eduque su creatividad… no sé venderlo tan bien como otros, pero vivo de ello, que no es poco.
Esta web multiplica por 6 los datos de esa página de la Universidad de la que se vanagloriaba Miguel Ors. La «empresa» de Martín Sanz, esa que tanto hace por la cultura, no se publicita en el medio referente de los que buscan esa misma cultura, como tampoco lo hace la Concejalía de Cultura, o el Ayuntamiento de Alicante, o la UMH… Todos aman las artes, pero sólo la difunden por unas vías concretas. Y esto más que una crítica es una apreciación.
Subsistencia vs resistencia. En el fondo, la precariedad es, justamente, la que nos mantiene alerta, apegados a una utopía y reclamando un cambio, a veces egoístamente, que rara vez llega. Esa realidad del hecho de pasar hambre contiene acepciones de la crítica que no contemplaba el diccionario al que Antonio Manresa aludió en su presentación: la parte positiva de todo esto, la que contiene el adjetivo constructiva, o el prefijo «auto», combinada con la experiencia de que, posiblemente, todos los presentes, menos los políticos, seguiremos remando cuando el cuatrienio acabe. No es que por amar las cosas durante más tiempo las queramos más, pero la experiencia es algo que no habría que desdeñar cuando uno pone fecha de caducidad al todos, y al juntos.
Por eso, aunque no era menester, tuve que acabar una de mis alocuciones diciendo que «la crítica forma parte de mi trabajo». Quizá Manresa no se haya dado cuenta, pero opinar y mojarse, también te expone a ser juzgado. Por eso, exige, también, grandes convicciones matizables, mucha paciencia, una capacidad para debatir, que los cafés compartidos y la escucha desarrollan enormemente y, sobre todo, una aptitud imprescindible para reconocer errores, porque aunque no lo crean, aparte de ver los fallos ajenos, analizo minuciosamente los propios y a diferencia de algunos, agradezco más los palos que las zanahorias, y actúo en consecuencia, respetando que la mayoría prefiere, justamente, lo contrario.
En definitiva, la crítica forma parte de todo. Pero cuando se vincula a la cultura adquiere un halo transversal que afecta a personas, políticas, convivencias, comercios, negocios, empresas, universidades, concejalías… de ese compendio, como en las redes que tanto asustan a Rafa Cervera, se mezclan muchas opiniones de las que conviene quedarse con las válidas. El filtro, en este caso, es el criterio, y el modelaje viene del debate derivado de mezclarlas, como ayer, en una sala. El futuro que no fuimos capaz de descifrar, depende, en parte, de la capacidad que tengamos de contarlo y de juzgarlo, y de las conclusiones que de ese juicio extraigan los que tienen la sartén por el mango. Como ven, la crítica existe, la pregunta es: ¿la tienen en cuenta?
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