Sentirse importante parece una premisa en esta sociedad de las stories. Agosto es mi mes de descanso, el tiempo en el que observo, reflexiono, busco cosas que mejoren lo que hago, lo que me da de comer y lo que me ayuda a sobrevivir.
A mi TOC, siempre me falta tiempo para muchas cosas. Pero este año, por razones personales, me he pasado casi un mes en Zarautz, un pueblo de poco más de 20.000 habitantes, cuyo presupuesto de cultura supera al de Alicante. En tiempos más meticulosos, viniendo de una tarde con dos chicas de 30 y 21 que NUNCA habían ido a un concierto, afilaría mi pluma y criticaría a diestro y siniestro todo lo malo que había dejado aquí. Pero esta vez, con tiempo para la reflexión, y dejando al margen la obvia diferencia de criterio entre un joven que vive en su día a día rodeado de cultura y otros que confunden cultura con diversión o fiesta, me voy a quedar con algo que en Zarautz es simple, quizá por la herencia de los Gaztetxes y asociaciones con presidentes con fechas de caducidad. En Alicante no sucede, y debería: EL RELEVO GENERACIONAL (que no la herencia).
Me da que aquí tardamos más de lo debido en confiar responsabilidades y gestiones a los jóvenes, que son los que tienen ideas frescas y rompedoras. Para explicarme mejor, me traslado a unas fiestas de barrio (Azken Portu). Recién llegado a Zarautz, encontré en mi buzón un programa que llamó mi atención en 3 aspectos:
- El presidente de la «comparsa» apenas tenía 20-25 años, más o menos, la edad media de toda la comisión de fiestas.
- El programa estaba lleno de publicidad. Con más de 130 comercios aportando entre 30 y 250€.
- La programación mezclaba cosas tradicionales (bertsos, carreras y planes infantiles, concursos de cocina, torneo de mus, comidas populares…), un criterium ciclista y, he aquí la cuestión, una parte de programación cultural que mezclaba espectáculos de danza y conciertos de bandas jóvenes como Eire, Dupla, Merina Gris o Funkiwis.
Seguramente, como a mí, no os suenen la mayoría de los grupos. Pero en eso consiste, precisamente, el relevo: Primero, en hacer entender EL RESPETO a todos los que habitan el barrio, el sentido de la fiesta y la importancia de esta en la integración de niños, jóvenes y gente mayor. E instaurada esa responsabilidad, mantener un ecosistema comercial de barrio, fomentar las aportaciones personales, hacer camisetas y que el criterio adquirido se traduzca en una fiesta con nuevos nombres, nuevas ideas creadas de manera asociativa, sin miedo a que lo anterior se esfume o se tire por la borda.
En la comida popular, abierta a todo el mundo (por cierto), me encontré con los que en mi época gestionaban todo esto. Y ellos viven y disfrutan la fiesta de manera natural. Su época de gestión acabó, y al que le gustó, se montó su negocio, o hizo sus pinitos montando programaciones culturales en bares, o ayudando a la concejalía de cultura a incrementar sus propuestas. Pero pasado esa «juventud» se entiende, y se respeta, que los tiempos cambian, igual que las maneras de divertirse de las nuevas generaciones. Por eso, hay que dejarles a ellos, elegir, disfrutar, cuadrar presupuestos y equivocarse. Y no imponerles lo que nosotros creemos que les conviene, o les gustaría, desde nuestra poltrona alejada unos 20 años, o más, de su realidad.
Eso, y la independencia parcial de lo público (siempre hacen falta permisos, vayas, cortes de tráfico…), otorgan la libertad necesaria para aprender a gestionar, ya no una fiesta, sino un negocio, una casa o la vida. Y eso, creo que es un gran aprendizaje, más que para la gestión, para la implicación y el respeto a todo lo que te rodea. Igual, por estos lares, deberíamos tomar ejemplo.
Deja una respuesta