Se cumplen 20 años del estreno de la película de Alex de la Iglesia. Si volvéis a ver La Comunidad, con los ojos de hoy, veréis que muchas cosas han cambiado en lo que a convivencia vecinal se refiere. Pero este toque de queda sí que ha abierto hilos de convivencia diferentes.
A falta de reflexiones más profundas, la primera medida de la mayoría de Comunidades Españolas ha sido cerrar sus fronteras. Miran a Madrid para pedir ayudas, pero la solución a un problema común, va a hacerse de puertas para dentro.
La Comunidad Valenciana aún no ha tomado esta decisión, pero sitiado por el cierre de Aragón, el más que inminente «confinamiento» de Murcia y el «bajo mínimos» en el que viven sumidos los aeropuertos últimamente, nos va a conducir, inevitablemente, a crear nuestro propio guetto del Covid-19.
En estos tiempos de banderas hasta en la mascarilla, las circunstancias van a poner a prueba nuestro nacionalismo. O dicho de otra manera, vamos a poder medir las capacidades de nuestra cultura, idiosincrasia, economía, valores, empatía… y todo sin esa treta del engaño que tanto nos gusta a los alicantinos.
A más de uno le genera depresión pensarlo, pero, también, podemos vivir esta experiencia obligada como un reto: ¿somos capaces de convivir a pesar de los riesgos? ¿sobreviviremos sin agentes externos perturbándonos? ¿Hay vida más allá del turismo chabacano? ¿tenemos suficientes artistas para llenar las programaciones de nuestras casas de cultura/teatros? ¿Abriremos los parques al teatro, a la musica, a la danza…? ¿cambiaremos nuestros hábitos? ¿podemos cenar a las 20.00h? ¿adelantar el prime time? ¿vivir sin producciones nuevas de Netflix o HBO?
Imagino que como a mí, hay un halo de miedos y nuevos e interrogantes que os persiguen. Mi respuesta está siendo rehabilitar mi concepto de Comunidad. Es obvio que tenemos nuestro núcleo familiar, nuestro trabajo (o lo que queda de él), los amigos seleccionados con los que nos relacionamos… y, después: el resto del mundo, ése que ahora puede contagiarnos, o, también, puede ayudarnos dándonos un huevo o un poco de sal, el que se pelea para tener un metro de terraza más dónde podernos sentar, el que innova, el que se reinventa y nos pide que antes de recurrir a Amazon nos demos una vuelta por nuestro barrio.
Los noticieros ya auguran la enésima crisis. Pero puestos a sucumbir, a lo mejor es el momento de aprovechar este encierro obligado, esta limitación de nuestras libertades, derechos y opciones de trabajo, para pensar en qué clase de sociedad queremos ser y sobre qué nuevos objetivos queremos edificarla.
Visto el primer intento fallido, el descorazonamiento puede invadiros, pero el sabio refranero español dice que no somos muy dados a tropezar dos veces con el mismo virus. Quizá por eso, lo más sencillo debe ser idear una No Navidad con valores antiguos renovados basados en el respeto y la convivencia, algo que haga que volvamos a pensar en las consecuencias de cada uno de nuestros actos antes de parecer que nos la suda todo un pimiento…
Sé que la Covid-19 ha tenido cosas horribles, pero ¿por qué no usar su infalibilidad para dar valor a nuestro entorno generando lazos comunitarios y asociativos que se coman ese egoísmo en el que llevamos sumidos tantos años?
Seremos igual de pobres, económicamente hablando, pero quizá podamos estar mejor preparados para lo que está por venir, abriéndonos a nuestros vecinos, reactivando el comercio de proximidad o consumiendo artes locales. Luego ya viajaremos más allá de lo que ahora nos permiten, pero ya que no podemos hacer más, empecemos por vivir en el barrio, la ciudad o la provincia que nos gustaría. Saldremos ganando tod@s.
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