En mis cinco meses como padre he ratificado que hay dos tipos de progenitores: los que se agobian y los que no aparcan lo que les gusta de sus vidas por tener un bebé.
Es obvio que hay matices que hay que variar, como los horarios o el gasto en antiojeras. Pero tener un hijo no es el fin del mundo, de hecho, puedes ir a conciertos, comer con amigos, incluso tomarte una copa en una terraza o una cerveza aprovechando que tu hija sabe dormir sin necesidad de entrar en un búnker aislado de luces y ruido.
Así que no os creáis ni una sola palabra de esos progenitores que desaparecen y llenan sus whatsapp de excusas, porque como padre que no tiene, precisamente, ayudas de abuelos/tíos/cuñados… no me ha costado entender que hay manducas, eventos compatibles con tus hijos, abrigos y mantas para el frío, bancos y esquinas para dar biberones, cascos para el ruido y vida más allá de los columpios, los hinchables y los putos parques de bolas.
Ayuda tener una hija que se porta bien y formar un buen equipo con tu pareja. Pero lo que más mola es vivir en una ciudad en la que proliferan las actividades aptas para todos los públicos (incluídos padres, madres y bebés).
Quizá, como en muchas otras cosas, nos falta un cambio de mentalidad para aceptar que un niño pueda estar en un concierto acústico, o asimilar un carrito de bebé como mobiliario circunstancial de una visita guiada, o que dar un biberón mientras un autor presenta un libro no es molestia… no sé, soy el primero que asume que un llanto joroba casi tanto como un borracho que grita sandeces. Pero también soy consciente de que en la vida hay un proceso lógico que hace que tu aguante y tu forma de divertirte cambie. Yo hace años que no me pillo un pedo de adolescente descabezado o aguanto por aguantar en un bar porque acostarme a las cinco de la mañana mola. De hecho, hace tiempo que me di cuenta de que tiene más consecuencias negativas a la mañana, que diversiones noctámbulas reales.
¿Qué me divierte a mí? – os preguntaréis – Los conciertos, probar restaurantes, tomarme un vermut (o un vino), mantener conversaciones interesantes… y sí, aunque en estos meses haya descubierto palabras como muselina o cambie pañales y dé biberones, mi vida sigue teniendo partes en las que mi hija no tiene porque ser la protagonista y puedo hablar de política, de actualidad, tomarme una cerveza, ir a cenar (aunque me retire para los cubatas) y tengo capacidad suficiente para que mi mujer se vaya a comer un día con sus amigas, o se vaya a pasar un fin de semana por ahí y yo me puedo ir al Funtastic o a ver un concierto en Stereo.
Somos independientes, sabemos organizarnos y no te vamos a joder la noche (o el día) por llevar con nosotros un carrito con un bebé que se pasa más tiempo jugando, comiendo o durmiendo que llorando o molestando.
Así que nada, pasa de los estereotipos y no olvides que antes que padre fui tu amigo, un cultureta, o un gourmet. De hecho, me gustaría que mi hija heredara todo eso. Así que aparte de militante cultural, haré todo lo que esté en mi mano para que mi hija siga yendo a conciertos de Francisco Nixon, Yaike, a actos abiertos al mundo como el Universo Blade Runner, la Feria del Vermut, las Foodtrucks, las presentaciones de la SEU, Pynchon o Fahrenheit 451, exposiciones… y más cosas, si aparte de al horario europeo, los programadores se adaptaran a la conciliación familiar de la cultura.
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