El otro día, un fotógrafo ilustre me dijo que a él le gustaba más escribir que hacer fotos, pero que en una instantánea no hay razones que enfaden al artista (si te ha dado permiso, claro).
Llevo unos días perseguido por algo tan estúpido como el miedo a ofender. Y así estoy condenado a vivir a medio camino entre la tristeza y la pena. A veces, porque me siento solo. Otras porque tengo la sensación de que ya nadie se molesta en mirar atrás. Y no digo al pasado lejano, sino a lo que pasó hace dos días.
Y sin una cosa ni la otra, mi socióloga de cabecera halla una parte de la respuesta al déficit de referentes, o de bases que nos hagan juzgar más objetivamente el estado actual de la realidad, a las personas que nos gobiernan, o a los artistas que nos entretienen.
Así que me fui a cenar con esa misma socióloga, un profesor de universidad, un filósofo en paro y otro periodista, también sin trabajo estable. La primera gran conclusión, con los entrantes, fue que con el buenismo exagerado, la complacencia y el posicionamiento obligado, innecesario y muchas veces involuntario, la sociedad ha salido perdiendo. Primero porque ha perdido el criterio y, con ello ha sometido la influencia a factores que los críticos de antes, o los filósofos de otras épocas, denostaban por simples, vacíos o, incluso, ridículos.
La crítica sirve para abrir debates. Las crónicas adjetivan la realidad y comparan las situaciones de hoy, con otros tiempos. Algo que indirectamente pone el foco en el retrovisor de la historia que guarda los comienzos, las influencias, los parecidos y las semejanzas. De esas lecturas nace el criterio que te ayuda a elegir por ti mismo en lugar de someterte. Porque ¿a que no te gusta que te llame esclavo? ¿o inculto? ¿o ignorante?
Pues, siento decirte, que aunque sea el día de la libertad, esa libertad, filosóficamente hablando, es relativa. Sí, tienes una red de «influencias» de muchos tipos, abierta ante ti. Pero todas conducen a lo mismo, o a algo lo suficientemente parecido para que te sientas especial, siendo lo mismo que el resto.
La ventaja, sí, es que todo el mundo tenga voz. Pero desde tiempos de Barrabás, muchas estupideces acaban silenciando la verdad, los lujos, lo bueno, lo necesario… es más, si tienes libertad y mucho donde elegir, puedes acabar careciendo de potestad para encontrar lo que deseas. De hecho, es posible que nunca encuentres lo que necesitas.
No ha habido un proceso de preparación. Y ahora, con la ignorancia por bandera, combinada ésta con ese déficit de sabiduría (que todos hemos tenido) y con la falta de tiempo que nos hemos tragado a pies juntillas, nos quedamos con un supuesto panorama abierto, en el que, al final, todo el mundo ve y escucha lo mismo, porque ni has dedicado tiempo a ocuparte de tus gustos, ni estás educado para pensar por ti mismo.
La hipérbole es oportuna, pero los filósofos de hoy hablan abiertamente de la necesidad de encontrar caminos hacia esos nuevos pensadores que sustituyan a los eruditos. Los datos, si no se saben interpretar, no valen para nada. Y en esa cruzada de intentar diferenciarnos, o distinguir al burro del ser humano, data la importancia de la crítica y de la crónica, que no es casualidad que haya sido relegada a un segundo o tercer plano de nuestras ocupadas vidas. Si no lo crees compara el tiempo que dedicabas a leer, o entra en el contador de tiempo de tus aplicaciones para ver cuánto dedicas cada día a ver fotos en Instagram, vídeos de Tik Tok, o a enzarzarte en debates que no te acaban de aportar ni satisfacción personal, ni dinero, ni, claro está, sabiduría.
El historiador nos esperanza diciendo que en los tiempos más oscuros para el pensador (por ejemplo, la Edad Media) nacieron las propuestas más rupturistas, las que afianzaban el cerebro, o la curva que discutía el irreversible pensamiento recto, y único al que una sociedad engañada, no es consciente de estar sometiéndose.
En esta historia, el profesor ocupa el penúltimo párrafo, porque sus experiencias resumen mejor los anteriores. En particular, hubo muchas, pero me quedo con una cita que viene de un estudiante de periodismo que mal interpretó una crítica constructiva. «Huir de quien contradice tus principios deja vacía la posibilidad de aprender cosas en una vida». Y si algo nos exige la vida de hoy, es adaptarnos a muchísimas situaciones que no conocemos. Pero todos los presentes sabemos que no todas las respuestas que buscamos se encuentran abrazadas a una misma ideología, o perspectiva.
En el último bocado, el de la autocrítica, todos entendimos que la rebeldía nos aportó grandes conocimientos, que en la huida del redil acabamos encontrando a nuestros referentes, a nuestros autores preferidos, a la música que nos cambio la vida, o incluso la razón para elegir una profesión. Lo curioso es que esta misma conversación la tuvieron 5 pensadores hace 30 años juzgándonos a nosotros. La diferencia es que entonces la crítica nos dolía lo suficiente para rebatirla con una búsqueda de hechos que nos marcaban el camino a seguir. Y el problema real es que dudamos que los ofendidos de hoy busquen fórmulas para rebatir lo que no les conviene o no les gusta. No hay más que remitirse a la edad media de los que se manifiestan en las calles.
Hoy sin crítica, sin curiosidad y sin tiempo para pensar, es difícil creer que lo que yo escriba pueda valer para algo, pero lo escribo. Ni con intención de ser encumbrado, ni con pretensiones, ni con nada parecido. Simplemente, por crítica (constructiva) a lo que me encuentro cada día. Y ahí, obviamente, me incluyo a mi mismo.
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