El aplatanamiento moral ha sido uno de los grandes problemas de la historia de Alicante. Aquí todo vale para enriquecerse: desde la corrupción de los políticos, hasta el simple hecho de no cumplir un plazo. La triquiñuela es una forma de vida, dicen que derivada de una antigua herencia fenicia, que debe ser la única, porque el resto de idiosincracia voló con los pelotazos inmobiliarios y esa perspectiva a corto plazo que ha matado tantas buenas cosas.
Hoy, hay un sector de gente que se ha dado cuenta de que el cortoplacismo solo trae desgracias. Que tener dinero es bueno, pero que más vale un millón de personas viviendo bien, que una persona acumulando las riquezas de ese millón de pobres muriéndose de hambre. La pregunta obvia sería: ¿qué es vivir bien? He ahí la eterna cuestión histórica cuya respuesta varía oscensiblemente según te hayas criado en una corte de princesas sin coronar, o, como la mayoría: en la puta calle.
«Los de arriba» se las han ingeniado para provocar en tod@s una sensación de insatisfacción derivada de estupideces como no tener un coche «mejor», o un piso en el «mejor» sitio o un puñetero móvil que no vale para llamar pero saca unos selfies de cojones.
Se nos ha olvidado ser buenos vecinos, pensar en qué vamos a dejar como herencia a nuestros hijos, o que, a parte del sustento, hay un matiz llamado principios, que muchos obvian para llenar sus bolsillos a costa del sufrimiento, o la precariedad, ajena.
Quizá por éso, la hipótesis del reseteo atemoriza a los mediocres. Ésos que tienen un puesto a dedo: vagos, ignorantes y sin el merecimiento suficiente para ostentar título alguno, que, de repente, acaban siendo alcaldes de una gran ciudad, consejeros de una multinacional, presidentes de una empresa que factura no se cuantos miles de millones, o directores influyentes de asociaciones de vaya usted a saber que forma moderna de robar.
Lo curioso es que todos ellos tienen un asesor económico, otro legal… pero ninguno tiene un consejero moral, o un ratito para la autocrítca, lo que evidencia que mi abuelo tenía razón cuando decía que «nadie se hace millonario siendo honrado».
La esperanza es descubrir que más allá de una lucha individual hay un sinfín de males comunes que resolver. Yo no sé lo que es vivir bien, pero sé que es básico tener un techo bajo el que dormir, un plato en la mesa y la conciencia tranquila. Tal vez por eso, me acerqué a la Plaza Séneca, donde Alacant Desperta había instaurado su campamento de aportaciones diversas para cambiar las cosas que se hacen mal.
Reiniciar el sistema no es más que el principio. El rato que pasé allí escuchando, tuve la sensación de haber sobrevivido a un holocausto nuclear. Como si tras la autodestrucción del pasado, los supervivientes trataran de encontrar un punto de partida diferente para que los errores no vuelvan a repetirse.
Cuando el molde se rompe, hay que arreglarlo y aprovechar la disyuntiva para que los supuestos quemados den paso a nuevas ideas. En esa ecuación, la participación general es la contraprestación para encontrar un principio diferente para una historia que nosotros podemos empezar a escribir. Desde la gimnasia, hasta la alimentación, pasando por la forma de reciclar las cosas, la manera de hacer las cuentas, el mecanismo de libertad para contar lo que pasa, el enfoque de las prioridades o, incluso, la diversidad hecha forma de diversión, o principio de (in)moralidad.
Lo demás es un matiz: conocer mundo es una forma de mejorar como persona, la cultura: la mejor manera de enriquecerse, el futuro una incógnita que hay que descifrar a base de trabajo, y soñar, una forma gratuita, y necesaria, de ser libre.
El cambio, más que una revolución en si, es una forma de reconocer que algo no funciona cuando nuestros derechos menguan y el hambre se convierte en una amenaza real, mientras seres encorbatados (de otro planeta) predican que la crisis se ha acabado, que el paro ha bajado, que el Cambio Climático es una patraña o sandeces por el estilo. Es curioso que sean tan precisos para definir la palabra calidad cuando va asociada a sus vidas, y lo mal que lo hacen cuando la hilan a la sanidad, al trabajo o a la vida de los demás.
Ya cometimos el error de ahogar en el sistema iniciativas como el 15M o el primogenio Podemos. Quizá la herencia de aquellos fracasos es que mucha gente ha recuperado la ilusión y algunos jóvenes han descubierto la lucha como forma de protesta. Lo difícil en estos casos es frenar los egos, detectar la mediocridad que siempre toma la palabra y evitar los personalismos que resquebrajaron las buenas intenciones en el pasado.
Para todo lo demás, está el tiempo, la paciencia, la libertad que los que lloran viendo «los archivos del pentágono» añoran y la esperanza que, pase lo que pase, nunca hay que perder.
El botón de reset parpadea, los pretextos son obvios y hay una mayoría de gente con una precariedad común. El resto de la historia aún está por escribirse. Seguramente no será un best seller, pero quizá el boca a boca lo convierta en una amenaza real para las altas esferas acomodadas. De momento, esperemos que haya versiones futuras de este exitoso reiniciando el sistema.
(To be continued…)
Deja una respuesta