Llevo mucho tiempo apartado del fútbol. La verdad, no me gusta nada en lo que se ha convertido: una versión forofa de un mal programa de Telecinco, con señoritos que viven en una burbuja ajenos a los problemas reales de la gente.
Pero soy de la Real Sociedad. Un club que llevaba 34 años sin ganar un título (hasta este sábado).
Lejos de lo que supuso la celebración, del 99% de personas normales que lo celebraron en su casa y el 1% que hizo «el gamba», la victoria Txuri-Urdin, me hizo pensar que una de las cosas más importantes que nos faltan a los alicantinos es la idiosincrasia.
Hace unos años, en una reunión del Consell de Cultura, hablando de las cosas que podríamos cambiar, escribí en una pizarra la frase: «amar lo alicantino». Pero ¿con qué nos identificamos nosotr@s?
Donosti estaba teñida de azul y blanco. Bilbao de rojo y blanco. Allí el fútbol es una religión, e incluso cuando las cosas van torcidas es raro ver una camiseta del Barcelona o del Madrid, porque el sentimiento es más importante que el dinero. Todos se saben el himno, conocen a Arkonada y a López Ufarte, aunque no los hayan visto jugar. Eran buenos, pero, además, eran de casa.
Pensemos ¿Qué colores nos unen a los alicantinos? ¿Seríamos capaces de enumerar cinco o seis personajes de nuestra historia que sean referentes para nuestros hijos? Los donostiarras, los bilbaínos, los madrileños y los sevillanos se reúnen en las «partes viejas» de sus ciudades ¿Dónde nos reunimos nosotr@s? ¿Por qué el barrio está tan desangelado?
Seguramente, el que nació aquí no se hace esas preguntas, porque se ha acostumbrado a sobrevivir sin idiosincrasia. Hay algún caso contado, como el Hort Comunitari de Carolinas, las Asociaciones musicales, algunos racós de fiestas… en las que uno puede encontrar la raíz de su «alicantinismo». Pero falta un vínculo real entre eso que algunos sienten cuando retumban las mascletás, suena «la manta al Coll» o el Hércules marca un gol, con lo que es el amor por el entorno, y el contexto, en el que eso surge.
Nos falta Chovinismo. Defensa de lo autóctono. Una cerveza propia, unos colores por los que pelear, una idea de ciudad común, un hecho histórico defendible por encima de filias y fobias, de política y de diferencias sociales, una fiesta sin candados, un barrio con luz, símbolos y referentes a los que agarrarnos.
En siete años aquí, me he preguntado mil veces porqué la gente se esconde cuando hace falta un apoyo, una firma, o una presencia. Todos esos que convierten en fiesta los días de Hogueras, los Moros y Cristianos, la romería de la Santa Faz, o los días de sol, ¿qué apego real le tienen al sitio en el que viven? 5 de cada 10 alicantinos no han subido nunca al castillo, ni han ido al Maca, 7 de cada 10 no han pisado el Teatro Principal o una biblioteca pública. Muchos no saben en qué división juega el Hércules, o que tenemos un equipo de Basket, o uno de Fútbol Americano.
¿Por qué no hablamos más de Balmis ahora que las vacunas son lo más importante? ¿Por qué no hay más explicaciones sobre las esculturas de Bañuls? ¿por qué conocen más a Sempere en Cuenca que aquí? ¿Por qué conocemos más a Castedo que a Maisonnave?
Tenemos tan poco apego por lo nuestro, que hemos destruido más del 30% del catálogo de edificios relevantes de 1980. Y si Luceros tiene grietas, nos importa una mierda, porque preferimos tres días de jarana. De más de 300.000 personas, sólo 1000 han firmado para salvar el Cine Ideal (un 0.003% de la población sin contar el resto de la provincia), tenemos las playas hechas una mierda… y así podría pasarme el día llenando la parte sin apegos de esta ciudad. Pero cuando alguien viene de fuera, lo sientas a tomarse un cubo de cervezas, lo emborrachas y después, ahí se queda el guiri, el nuevo, o el turista buscándose la vida…
Sin idiosincrasia la luz de esta ciudad se apagará entre cervezas, mudanzas y restos de edificios que un día significaron algo. No tiene porqué gustaros el fútbol, pero sí que deberíais tener curiosidad por saber de dónde venimos y contribuir a mejorar el «hacia donde queremos ir». Quizá, para ello, haya que desempolvar referentes, reinventar las fiestas, retocar las tradiciones, aprender un nuevo idioma, apostar por la culttura autóctona, elegir otros colores con los que identificarnos, «chovinizar» actos cotidianos, ensalzar la memoria de nuestros abuelos y encontrar espacios en los que reunirnos, discutir, emborracharnos y ensoñar juntos.
Necesitamos un plan de ciudad. Un plan de futuro. Una realidad que nos identifique y por la que merezca la pena pelear. Individualmente lo hemos hecho siempre muy bien, pero ha llegado la hora de poner todo eso al servicio del colectivo, para tener un futuro más limpio, más bonito y más reconocible por todos.
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