En pleno debate sobre lo que suma y lo que resta, hay una pregunta que parece que nadie se haga hasta que Pablo Iglesias toma partido y una simple opinión, se convierte en otra bomba más en la colección. ¿Por qué se han quemado tan rápido l@s polític@s de Podemos?
Yo, desde que tengo uso de razón, he asistido a esperpentos protagonizados por «gobernantes» de todos los colores, desde Guerra, hasta Wert, pasando por gente que perpetuaba su presencia en el Congreso haciendo el ruido justo para no ser protagonista de nada. Que es lo que imagino que les gusta, a los que gobiernan el país en la sombra.
Para evitar eso, llegó el 15M… Después, Pablo Iglesias, Ione Belarra, Yolanda Díaz, Ada Colau o Irene Montero se han equivocado. Mucho, como todas. O, en realidad, más, porque el riesgo al error se sobreentiende en dos procesos que no se han dado en la historia de la democracia en España: Mojarse, de verdad, y querer cambiar las cosas en un solo mandato. Quizá intuyendo que la fecha de caducidad, iba coincidiendo con el blanqueamiento de cosas, de las que, curiosamente, no se habla tanto, como, por ejemplo, de lo que fue Franco, y lo que España heredó de sus más de 40 años de oscuridad. Que ahora parece resumirse en una moda fascista perdida entre banderas que a mí, inevitablemente, me llevan a acordarme de Mario Camus y sus Santos Inocentes. Yo que creía que definía otras épocas, y cada vez reconozco más Régulas, Azarías y Pacos a mi alrededor.
La radicalidad no gusta, porque no estamos acostumbradas a ella. Y nos suena tosca, o es fácil convencernos de que es innecesaria, o dañina, para nuestras vidas tranquilas de mierda. A la gente de izquierdas, porque se pierde discutiendo matices, y al resto, porque sólo oye lo que quiere oír.
La prueba inequívoca de todo esto es la ironía de no poder meterte con el Presidente de Mercadona, aunque tu compra (no la compra de fulanito, ni de menganita) la tuya, sea un 30% más cara que antes de la pandemia. O que la gasolina que TÚ le pones a tu coche y la luz, de TU factura, suban mientras tu salario no se corresponde con los beneficios de las eléctricas, o las petroleras.
Lo llaman populismo, pero resulta que los pensionistas están de acuerdo, que las asociaciones LGTBI+ secundan los cambios promovidos por el Ministerio de Igualdad, que muchos, en la vida real, se han beneficiado de la subida del salario mínimo que hasta los empresarios tuvieron que aceptar, o de ofrecer una muerte digna, sin ir a la cárcel, a la gente que quieres.
Pero en la España, o el mundo, de hoy, Un meme vende más que un hecho. Porque no tenemos tiempo para contrastar las cosas. Ya, ni siquiera, para pararnos a pensar en cómos, ni en porqués.
Esa misma prisa, se traslada ahora a la negociación. Curiosamente, pretenden imponer las posturas templadas. Eliminar del discurso la radicalidad. Atenerse a ser una fuerza común, a la izquierda del PSOE. Y presionan con encuestas, saltan contra el discordante, entierran la parte buena de estos cuatro años, y el hacha de guerra, y el hecho de personalizar los culpables… haciéndonos creer que renovarse es repetir errores, o fiarnos de gente que elude el debate, porque no hay tiempo, o asume la derrota antes de consumarse.
Yo no creo en el comunismo, justamente, porque no creo en los regalos. Ni me conformo con los mínimos. Ni en no discutirlos si quiera. El problema es que la diferencia, para algunas, ha quedado fuera. Y sin ella es normal que no se entienda que el error forma parte del hecho de cambiar las cosas. Y que de todos estos cabos sueltos, los beneficiados, vuelven a ser los que aprovechan la desidia generalizada, para abstenerse, o agarrarse a cosas que no son tan reales, como los números rojos, estos sí, de nuestra pobreza manifestándose por nosotras.
Fdo: La discordante.
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