«Para la libertad, sangro, lucho, pervivo… »
La censura ha vuelto. Hay varios músicos paseándose por los tribunales, mientras supuestos entendidos en arte evitan polémicas retirando obras de Arco. Los publicistas hilan fino sus anuncios para no molestar a feministas, viejos, fachas,tontos negros, bajos y altos, gordos o delgados… twitter es un foro vetado en el que el síndrome de Hubris ha desbancado al divertido doble sentido, la ironía y el sarcasmo del principio. Y los periódicos, más que contar noticias, llenan sus páginas de absurdas estupideces enmarcadas en una asquerosa mediatización llamada: línea editorial.
Por otro lado, encontramos la incultura popular generalizada encarnada en la lágrima fácil, el yoísmo, el ofender por ofender, la poca capacidad de interpretar el doble sentido y la pérdida de interés por la lucha global en pro de la cultura de la copia, la pataleta inservible en redes sociales que no lee nadie, o la confusión que provoca pensar que lo que ven en la televisión o en youtube es más real que lo que pasa al otro lado de la puerta de sus casas.
Así nos va. Idolatramos a subnormales, votamos a gente mediocre para que lidere nuestras comunidades, centramos nuestra atención en patrañas televisadas y perdemos más tiempo en opinar, sin tener ni puta idea, que en enterarnos de lo que realmente está pasando.
El sábado la Asociación de cantautores hizo un llamamiento para reivindicar la Libertad de Expresión. «¡Qué rollo!» pensarán l@s mism@s que creen que la huelga del 8 de marzo no sirve para nada, o l@s que piensan que la paridad salarial no es un motivo de queja (a estas alturas), o, incluso, los que, a pesar de no cobrar ni 1000€ al mes, o esperar 15 días para que te atienda un médico, creen a pies juntillas que la crisis se ha acabado, o l@s que hacen chistes en su instagram de la «rebelión de los yayos» reivindicando la dignidad de sus pensiones, o los incultos que no conocen el «God Save the queen» y otras letras con sorna que en la España (constitucionalmente monárquica y católica) de hoy en día le supondrían una citación judicial y un linchamiento público al amigo Sid Vicious (& company).
Las grandes guerras se fraguaron en pequeñas batallas (normalmente perdidas por los más débiles). Pero resulta irónica la mentira extendida de que ser minoría es sinónimo de descrédito. Yo fui a la plaza del mercado de Alicante, porque cada semana sufro en mis carnes el ninguneo, los insultos y las amenazas de utilizar la libertad de expresión. Éramos 10 o 15 personas rodeadas de gente que no se planteaba que sin lo que habíamos ido a reivindicar, no podrían llevar minifaldas, piercings, tatuajes, mechas californianas… o algo tan simple como juntarse con más de dos amig@s sin vigilancia policial, o beberse una cerveza en mitad de una plaza.
Es irónico que sea esa misma libertad la que te coarta, o te corta en determinados momentos, con matices adheridos al concepto como el respeto, el civismo, la pertenencia, la democracia o la interpretación de un mismo asunto por diferentes cerebros libres.
Repartimos octavillas (como las de antes). Y me di cuenta de algo obvio: falta diálogo. Callar para que otro explique su punto de vista, explicarle el tuyo y ver en qué puntos estáis de acuerdo y en cuales no. Y eso es lo positivo de actos como el del sábado, porque te das cuenta de que cuando el ego se aparca y se piensa en primera persona del plural, las iniciativas fluyen, las ideas se renuevan e incluso algunos cabralocas disfrazados se dan cuenta de que la vida es algo más que emborracharse y mirarse el ombligo.
Me fui demasiado pronto, porque tenía un compromiso cultural. Pero, a veces, 10 minutos son suficientes para darte cuenta de que no estás solo. Que de hecho, tu cruzada tiene otros puntos de partida divididos en diferentes barrios, propuestas, intereses y personas. Me fui con pena, porque no entiendo que en pleno siglo XXI haya que reivindicar cosas que, se supone, ya deberían formar parte de la normalidad. Da que pensar que los mayores tengan que enseñarnos cómo se lucha, o recordarnos lo que ellos tuvieron que hacer en su momento, que sean ellos los que tomen la voz cantante porque, al margen de pelear por sus derechos, tienen el plus de haber firmado (con sangre) esa «normalidad», que algunos no valoran, hace casi 40años.
Pero justo ahí, en mitad del enfado, la tristeza y la reflexión, está el punto de partida: la ilusión, la que te ayuda a asumir que, aunque el camino es largo, y tiene muchas desviaciones, merece la pena empezar a andarlo.
Os seguiremos contando la historia y esperamos que durante el relato, aumente el número de caminantes…
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