«Estoy en desacuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo (Evelyn Beatrice Hall)».
Pocas frases definen mejor lo que se ha vivido en las últimas semanas con el caso de Pablo Hasél. A diferencia de los tiempos de Voltaire, de la que se extrae esta frase tan popular entre los políticos, hoy en día, en los países democráticos no es necesario morir para defender un derecho. De ahí que, obviamente, condenemos la violencia, tanto de manifestantes como de la policía, en las «revueltas» que están teniendo lugar estos días.
Aclarado esto, nos vemos obligados a matizar un hecho que se empieza a convertir en constante: la susceptibilidad derivada del egoísmo, que hace que se radicalicen las opiniones incluso cuando no hay razón para ello.
Hoy el, cada vez más desacertado, vicepresidente Iglesias cargaba las culpas sobre la prensa, después de sandeces ridículas como la comparación que Isa Serra hacía entre la libertad de España e Irán, mientras en nuestro muro de Facebook, un grupo de «infiltrad@s» (que en 6 años no habían comentado (apenas) nada), sacaban de quicio el hecho de que informáramos sobre la manifestación del pasado miércoles en Alicante.
He ahí la importancia de la frase con la que se abre el artículo. Porque a veces, no hay que quedarse en el titular, ni extraer de un cartel lo que nosotr@s no hemos dicho. Basta con interpretar lo que se lee. Pero, claro, cada vez es más flagrante la realidad de que los incultos de hoy saben leer, pero no tienen la capacidad de interpretar lo que leen.
La verdad, cansa este extremismo en el que todo tiene que ser blanco o negro. A diferencia de otros, obviamos el populismo fácil y omitimos la loa a un cenutrio como Pablo Hasél. No compartimos casi nada de lo que dice, ni nos gusta su «música». De hecho nos parecen condenables y multables muchas de sus afirmaciones. Como campaña de marketing, le ha salido bien, y casi diríamos que barato. Pero lo que habría que plantearse aquí, primero es si decir algo es digno de una condena de cárcel (por muy burro que sea lo que se dice). Y lo segundo si es acertado dar alas a un personaje así, que de apenas llegar a 100 personas en su Youtube, ha acabado obteniendo decenas de miles de reproducciones en sus vídeos.
Esto debe ser consecuencia de tener una sociedad que más que centrarse en las cosas de calidad, prefiere reírse con memés, o dar voz a los gilipollas para descojonarse, o para dar pie a la ironía de quien prefiere mirar los defectos de los demás que los propios.
Y, entre otras cosas, justamente para evitar esta simpleza o tratar de dar luz a las numerosas propuestas alternativas y culturales que existen, sigue existiendo esta web (aunque a veces nos veamos obligados a entrar en cuestiones educativas, políticas o empáticas).
«Los más listos», en cambio, utilizan toda la basura que mueven las redes para, simplemente, desviar la atención. Porque es más fácil hablar de disturbios contados que de corrupción o de incompetencia. Es tan sencillo como colocar un adjetivo (socialcomunista o facha) para evitar hablar de lo que realmente debería ser importante: la crisis que estamos viviendo, la subida de la factura de la luz, el debate sobre la libertad de expresión, el futuro de los jóvenes que creen que no pierden nada quemando contenedores o vaciando una tienda… o qué les lleva realmente a hacerlo, que no es precisamente «ser antisistema», como nos venden algunos.
El problema es que, aunque algunos nos ninguneen, los periodistas seguimos tratando de extraer la realidad de toda esta mierda. Los artículos de opinión (interesados) han sepultado las verdaderas noticias. Y, en consecuencia, ha desaparecido el debate derivado de la propia crónica de la realidad.
Si resumes todo en tu capacidad para insultar, o defender una idea que puede estar equivocada, acabas por perder la capacidad de crítica. Y en esas estamos. Desde el Presidente del Gobierno al último parado, pasando por profesores de Concertadas, freelances, gente que lleva meses de retraso en el cobro de ERTEs, Facturas públicas… hosteleros, comerciantes, autónomos… Todos enfadados.
Quizá el futuro transforme esto de las izquierdas y las derechas en un conglomerado de gremios buscando acuerdos. Pero ahora mismo, da asco ver como la incompetencia de los políticos, tiene adhesiones básicas en los descerebrados que se quedan con la parte del programa que les interesa.
¿Alguien mira por alguien más que por si mismo? No. Y si os fijáis, cada vez hay más idealistas que con los años acaban sucumbiendo al egoísmo. Es complicado abstraerse de la teoría de que todos tenemos un precio, sobre todo cuando acumulamos cosas que no queremos perder. Y la cuestión, entonces, sería poder medir qué cantidad de decepciones puede soportar una persona. O más bien, cómo gestionamos nosotros esas decepciones si tenemos que afrontarlas desde la individualidad, en lugar de desde el «mal colectivo».
El sabio refranero español lo resume en «nunca digas de este agua no beberé». El que escribe siempre se ha fijado en lo que iba por delante suyo para llegar a la conclusión de que hay cambios inevitables y que nada tiene que ver tu percepción de la realidad cuando eres un joven sin nada que perder, que cuando tienes un hijo al que alimentar, una casa que pagar o te haces mayor y ya solo te preocupa que tu pensión te dé para sobrevivir.
Tener memoria es importante. Casi tanto como tener capacidad de (auto)crítica o saber rectificar. Como persona, empiezo a sentir esa disyuntiva que separa la ideología de la soledad de no compartir, ni siquiera, los matices más importantes con casi nadie.
Como periodista, mi terapia es releer escritos del pasado para ser consciente de que igual que las ideas que trato de transmitir hoy han evolucionado con respecto a las de hace 5 o 6 años, dentro de un tiempo, espero haber sabido perfilarlas aún mejor, para lo que me hacen falta errores, aciertos y saber abstraerme de lo que muchos haters intentan acabar de quemar.
Yo no soy un cura, ni tengo dogmas, ni doctrinas populistas, ni pretendo convencer a nadie. Cuando escribo algo lo hago, siempre, con la intención de mejorar mi entorno, o la parte de la sociedad que se para a leerme. Y leo atentamente lo que los que me quieren y los que me odian me dicen.
Ojalá todos hicieran lo mismo. O, como le dijo Pau Donés a Évole en el Documental que emitieron ayer en la Sexta: disfrutáramos la vida, en lugar de centrarnos más en lo que odiamos que en lo que podemos querer.
Pero a día de hoy, en estos tiempos de susceptibilidades y poca (auto)crítica, pedir sosiego y reflexión creo que es más utópico que crear un mundo que dé la importancia que merece a la cultura o la educación. Justo eso que bien enfocada acabaría de transformar la mayoría de las cosas por las que hoy estoy escribiendo este artículo.
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