“Vosté necessita que s’alcen” es lo que le dice el terapeuta al personaje interpretado por Josep Manel Casany, nuevo presidente de la Generalitat que está a punto de dar el discurso de su vida y se ve boicoteado por un síntoma corporal que lo puede llevar a la ruina. “Jo quan entre a un lloc, la gent s’alça”, le decía antes en una ocasión mientras le contaba su vida.
¿Por qué una persona querría ser presidente?
L’electe es una historia de inseguridad y poder escrita por el català Ramón Madaula y dirigida ahora por Carles Sanjaime, montaje ganador del Premi Ciutat d’Alcoi 2019.
Si es cierta la idea nietzscheana de que todo ser humano ambiciona poder, la palabra “presidente” resuena aquí como una cima simbólica al respecto. Y sin embargo, tal vez el concepto supere la realidad, pues a veces el que manda para tanta gente está supeditado a un sinfín de condiciones.
El protagonista de esta historia, L’electe, digamos que, parece buena persona. O al menos, esa es la sensación que nos suele llegar cada vez que una narración juega con personajes que tienen la autoestima puesta en duda. Mientras Spiderman enfatiza con eso de “un gran poder exige una gran responsabilidad” como queriéndonos educar en la parte responsable, aquí nuestro superhéroe parece más necesitado de lo primero que de lo segundo. Si el señor araña trepara una noche hasta su ventana para darle consejo a modo épico, invertiría el lema en su charla: “una gran responsabilidad, exige un gran poder”.
Y en eso consiste el trabajo del doctor, interpretado por otro grande: Alfred Picó. Figura inquietante que inducirá al protagonista a un recorrido interno del que extraerán conclusiones, donde no faltan las catarsis explosivas y los métodos extravagantes, momentos de mucha comedia que estallan al compás que el propio público averigua los orígenes del problema, pareciendo el espectador un compañero en prácticas que analiza el caso sentado detrás del psiquiatra.
En resumen, definamos la pieza como una comedia con trasfondo que destapa la vulnerabilidad del triunfador que no se lo cree y que, sumergida en el debate sociológico, es también, quizás de rebote, una clase de autoayuda intrapersonal que muestra la fuerza escondida del débil y su proceso de búsqueda. Sesión de terapia a la que el público se ha inscrito como oyente y que evoluciona en tiempo verosímil a través de reflexiones sociales y sutiles lecciones sobre la psique y sus conflictos: las influencias familiares, la necesidad de crear un mito…
Sucede en ocasiones que, quien tiene la verdad más pequeña es a la vez el de la voz más grande. Aquí la figura del político es un amigo al que, aún no sabiendo su ideología, apetece animar, porque se nos muestra nervioso en la recámara y su relato es el de un ser vulnerable que lleva a las espaldas un camino de superación. Orador al que votaríamos antes de dar su discurso, compadecidos de sus complejos y su naturaleza humana. Quien sabe si, solventada su salud, seguiría cayéndonos bien, o si, al ver su programa electoral, saldríamos corriendo. He aquí un interesado por reservar butaca para la segunda parte de L’electe.
A modo de conclusión y con tentativa de adorno, quede a la vista un detalle, que es el recuerdo cinéfilo de aquella superproducción donde un monarca recibía ayuda para combatir un problema de tartaja: El discurso del rey.
Escribe: Nando Arroyo.
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