El sábado, al salir del concierto de Marc Ribot (re)surgió un debate interesante que, quizá, convendría trasladar a otros espacios: La curiosidad como respirador indispensable de la cultura. Luego entramos a una heladería y encontramos la inspiración para hacer una analogía: ¿os imagináis que sólo hubierais probado un sabor? ¿No os apetecería probar otro? Pues eso es la cultura, helados de muchos sabores a probar, con tarrinas de muchos tamaños, cucuruchos, toppings… así que no deberíamos limitarnos a comernos siempre el mismo puto helado. ¿No?
La historia viene de largo, pero se resume en la queja habitual, no defendida con hechos, de muchos (seudo)culturetas de esta provincia. Lo de «seudo» no es un insulto al uso, sino la reafirmación del dualismo quejicoso de quienes cuando un festival confirma a determinados grupos, no tardan en decir que son «los de siempre», mientras que si ese mismo festival improvisa, o se arriesga, con otros artistas no tan «mainstream», los mismos que se quejan de una cosa, claman al cielo con un «no los conocen ni en su casa».
El caso es quejarse. Y carecería de importancia si, a la hora de la verdad, unas apuestas y otras tuvieran su sustento en forma de entradas vendidas. Pero a Alicante le queda un largo camino que recorrer en lo que a la conversión de curiosidad en vida cultural se refiere.
La solución requeriría un ambicioso plan de educación. Más allá de matemáticas, los idiomas o saber de autores y arte clásico, hay una disciplina que se desarrolla poco (por no decir nada) en los colegios: la sensibilidad artística. Los gustos los modela cada cual, pero llama la atención que un largo 80% de la población de la provincia no iría a un acto cultural si no se vende alcohol, comida o este le reporta algún otro «bien» social.
El otro 20% lo niega, pero rara vez un acto alternativo congrega a más de 50 personas, por lo que el ratio de «raros» por metro cuadrado en esta provincia es preocupante.
Y trasladado a otros aspectos, siempre nos acordamos de la gente del restaurante peruano Wasi, cuando nos dijeron que no era habitual atender a alicantinos con ganas de descubrir cosas diferentes… y eso es malo, primero porque te cierras las puertas del cambio, y lo más importante, porque el no comparar suele llevar al inevitable menosprecio de lo propio.
La gestión cultural
Ante esta disyuntiva, y dada la falta de presupuesto, los pocos gestores culturales (privados) serios que hay en la provincia, optan por las «apuestas seguras». Es decir, congregan a un público determinado, para unos eventos concretos y se dedican a repetir la estrategia hasta la extenuación sin preocuparse de renovarse ellos, ni tratar de cambiar al resto. Lo que les lleva a ganar dinero mientras dure la moda, para morir después…
Y los que no, se vuelven locos buscando fórmulas convencer de que estoy trayendo al mejor músico de Nueva York (aunque tú no lo conozcas), o educando a través de una selección maravillosa de cine, a la que van apenas 10 personas, o un ciclo literario en el que hay más gente de fuera conectada, que alicantinos llenando las butacas.
Así encontramos a expertos del punk, que nunca irían a un concierto de jazz, literatos snobs que pasan del cómic, o amantes del teatro que no saben lo que es la Impro. Disciplinas cercanas que nosotros mismos separamos estricta y equivocadamente, con etiquetas que no hacen más que penalizar nuestras capacidades mentales.
En una provincia de más de un millón y medio de habitantes, hay un público transversal de 200 o 250 personas a la que la curiosidad mueve donde haga falta. El resto, «se deja llevar», normalmente, dentro de unos parámetros. Son culturetas sociales de los que se emborrachan en los festivales, pero se aburren en las conferencias. No pisan museos, pero van a chiringuitos con conciertos de covers. Y tienen Netflix y Spotify, pero nunca han bajado de la primera fila de recomendaciones, porque es ahí donde encuentran el tema de conversación con el 80% de su entorno.
Si les preguntas por lo que es la cultura, te hablarán de Izal o Love of Lesbian, de Almodovar o de Pérez Reverte. Nada fuera del top 10 comercial, manido, impuesto y repetitivo.
La desgracia es que son ellos los que llevan la voz cantante en lo referente al número de entradas vendidas.
La gestión Pública.
Ayuntamientos y Diputación tampoco ponen de su parte en liderar un cambio. Ellos, que sí tendrían margen (económico) para apostar por propuestas diferentes, generalmente, no lo hacen. Y si las hacen no las promocionan, o las tienen en un cajón de innombrables y minoritarios. Es como un cupo de apoyo al artista local limitado a un dinero circunstancial que no va a ningún otro lado. La medición es tan simple como ver donde se fotografía un político (galas, focos cegadores, artistas de relumbrón) y donde no (bibliotecas, centros sociales de barrios, junto a artistas locales o emergentes).
En 7 años, puedo contar con la mano de los dedos, los gestores públicos que han hablado abiertamente de un plan a medio-largo plazo que implique cambio, o se centre más en educar que en contentar. Tiene su lógica, teniendo en cuenta la fecha de caducidad de la mayoría de los cargos, y el ansia de «romper con todo lo anterior», con la que llegan los sustitutos.
Y ahí, del desaguisado, o de la incapacidad del funcionariado cultural de imponerse, acabamos con que los laboratorios de ideas, explotan, los talleres de cambio no se promocionan y las sugerencias, como esta, se ignoran.
Y ¿qué pasa con las nuevas generaciones?
Rara avis… es complicado, por no decir imposible, encontrara a personas de entre 18 y 25 años en un acto cultural de Alicante. Haciendo un análisis rápido, tiene algo de lógica que las nuevas generaciones no tengan ninguna relación con la cultura. Hay una saturación de planes destinados a pequeños entre 0 y 6 años, a partir de ahí no existe preocupación alguna por la relación de nuestros chavales, y chavalas, con las artes. Ni en la práctica activa, ni desde la butaca. Así, si no hay carreteras que conduzcan al teatro, a la música o al cine, pues lógicamente, se desvían a otras partes.
Nuestros amigos los gestores deportivos, dicen que por el fútbol, el baloncesto y el balonmano, tampoco es que paren mucho desde que se suprimieron las ligas escolares (quizá por eso tampoco hay equipos en la élite). Y los psicólogos dicen que el 90% de los padres no saben a qué dedican sus hijos el tiempo libre, es decir, ni en el colegio, ni en casa reciben estímulos para tener «conciencia cultural».
Por lo que sí, hay rara avis, pero la mayoría andan perdidos entre pinitos artísticos con el móvil, el gimnasio, escarceos lógicos con el alcohol y las drogas y búsquedas inacabadas de una personalidad en, seguramente, los foros equivocados.
Los otros 50 añoran poder ir a la Sala Tramoia o buscan quitarse el mono en sitios como El Refugio, en lugar de pelear por (auto)gestionar espacios o crear colectivos con un mínimo de fuerza para reivindicar algo.
Conclusión
Podéis llamarnos snobs, pero hay una preocupante desatención de la cultura alternativa, la transformadora. No de la física y los actos, que si leéis esta web los jueves, sabréis que más de 150 eventos semanales. Sino de la lucha entre el desinterés generalizado de quien propone y quien debería exigir. Y eso es algo preocupante, porque lejos de la transformación que venden, puede acabar con lo que el arte de crear ha supuesto desde la prehistoria al mundo.
Sin curiosidad, todo se convierte en gris. Y en ese tono, perdemos la capacidad de sorprendernos y nos limitamos a ver 100 veces al mismo grupo, o al mismo humorista contando el mismo chiste, por el simple hecho de que está de moda.
Todos tenemos fetiches. Pero la inteligencia emocional exige una búsqueda que, por desgracia, estamos suprimiendo de la ecuación. Y eso que tenemos una red de redes con todo o, siendo chovinistas, una agenda variada con ofertas diversas.
No nos gusta dar consejos, e igual ahí radica uno de nuestros grandes errores (pensar que nos lee gente lo suficientemente inteligente como para decidir por si mismos). Por eso, más allá del filtro que podamos hacer, os diremos que la próxima vez que os acerquéis a la cultura, penséis en algo más que en el alcohol, en qué es lo que hacen los demás, o en que el artista es vuestro amigo. Hay muchas cosas diferentes, con capacidad de llenar vuestros vacíos existenciales. Sólo es necesario un poco de curiosidad y otro poco de saber abrir la mente a lo diferente.
Con eso, no solo ganaréis en diversión. Sino que, quizá encontréis una vía a ser tan felices como la primera vez que visteis a vuestro grupo favorito, o cuando visteis una peli que os abrió de par en par el cerebelo, o una obra de teatro que os hizo pensar.
Eso es la cultura, la curiosidad, un tiempo de asueto y los retos diferentes que probarla genera en tu vida. Llámalo inspiración, orgasmo, capacidad de crítica o forma de vida. Pero imagina como sería esa vida si te gustan los helados, y en las heladerías sólo vendieran helados de un sabor neutro como la nata. Lo que pretendemos que veas es que quizá si no conocieras la fresa, el turrón, o el chocolate, serías feliz comiendo solo helados de nata, pero ¿a que el cuerpo te pide, a veces, uno de mantecado, de limón picante o de pistacho? Pues eso, la vida es más divertida probando cosas diferentes. Nosotr@s somos la heladería y tú el/la que elige.
No seas tont@ y prueba cosas diferentes…
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