El apoyo institucional parece una gilipollez, y muchas veces lo es. Pero por desgracia, de los gustos, las promesas y el criterio de nuestros políticos suele depender una parte importante del futuro de las ciudades, las provincias y las comunidades de este país.
En Alicante, que no hay mecenas culturales como Banderas en Málaga, sufrimos las consecuencias de que la cultura sea la gran olvidada. En 8 años que llevamos «dando por culo», ningún presidente/presidenciable/alcalde/alcaldable ha hecho un guiño serio a las artes. Con dar la cara, o posicionarse, bastaría para que Valencia no se quedara con el 98% de la inversión cultural de la Comunidad, para que tuviéramos más financiación del Gobierno Español y de Europa, o para vender bien todo lo bueno que aquí se hace.
Pero no. En mitad de esa ambigüedad que mete en el mismo saco el turismo, la gastronomía, la fiesta y la cultura, esta última, en su contexto público, siempre acaba repudiada y en un triste segundo plano.
Ojalá algún día, las hostias para protagonizar la foto de las fiestas patronales de turno, fueran para anunciar el Photoalicante, la Muestra de Teatro, el Low Festival, el Abril en Danza, la programación de un teatro, una nueva exposición de algún artista local o cualquiera de las maravillas que enriquecen el día a día de La Terreta.
Hoy que se han presentado a bombo y platillo que la Entrega de los Soles de la Guía Repsol va a ser en Alicante (el 27 de febrero de 2023 en el ADDA), sólo nos preguntábamos el valor de que un alcalde, o un presidente de diputación, o un Conseller de postín estén en la foto. ¿ponen en valor la gastronomía local como tal? ¿es un respaldo al sector? ¿una foto sin más?
La siguiente pregunta es obvia: ¿La parte económica de ese respaldo, si fuera a parar a la cultura, metería a las artes alicantinas en ese ranking utópico de realidades culturales por expandir? o, igual que se pelea por esta hazaña gastronómica: ¿podría Alicante acoger los Goya, los Forqué o los MAX alguna vez?
La duda no va a resolverse, porque, como hemos dicho antes, a la cultura, ni se le pone el foco, ni se le dota del dinero necesario (y si se le dota, como en el caso de la Dipu, se reparte sin criterio), ni se la toma en consideración, cuando en la ecuación transversal de la búsqueda del visitante al que tanto les gusta lamer el culo, es el factor número tres después del alojamiento y el comer.
Es un lujo recibir a lo más granado de la gastronomía nacional. Pero por aquí pasa, sin pena ni gloria, lo mejor de la música patria, premios MAX, Goyas, pensadores, filósofos, pintores emergentes, muralistas top… y nadie se saca una foto, ni dedican un rato a hacer una nota de prensa, ni nada de nada.
El turismo de calidad del que hoy han hablado, tiene más empaque aderezado con unas cuantas propuestas que ni siquiera hay que idear, porque ya existen. No tienen 54 soles, porque la postura hacia esa realidad, en concreto, ensombrece un trabajo que huye de las burbujas en las que se cimentan los proyectos que malvenden con el beneplácito de los medios que sólo viven de cobrar ayudas institucionales, para decir todo, y sólo, lo que esas instituciones quieren.
Nos alegra que a la directora de la Guía Repsol (María Ritter) le parezca que esta Comunidad es «un escenario perfecto para celebrar la gastronomía». Creo que de Donosti, última sede de la gala, dijo más o menos lo mismo. Y tiene razón, Alicante es el sitio ideal para celebrar la gastronomía, la cultura, el sol y muchas más cosas. Todas compatibles. Todas nuestras. Todas exportables. Todas en cabeza de un presente que cada vez se aleja más de la playa, o más bien, utiliza esa playa para enumerar complementos que, al final, llaman más la atención que lo que monopoliza el turismo que venden desde el Patronato.
No es una pataleta. Ni pretendemos ensombrecer un más que merecido reconocimiento al excelente trabajo de Quique Dacosta, Rafa Soler y todos los cocineros de futuro que nos deleitan con su talento en estas tierras. Se trata de encontrar un equilibrio en la balanza que ayude a que el trabajo silencioso, o el que se hace bien, valga lo mismo que el de los que se llevan todas las fotos, todas las subvenciones y otras cosas de las que, quizá, nos toque hablar más pronto que tarde. Al fin y al cabo, una parte de esa hostelería sin nombre, vive de lo que la cultura genera cada fin de semana, y, al revés, porque muchas veces, el plan cultural va ligado a probar alguno de los restaurantes de las inmediaciones del sarao. Retroalimentación que dirían los modernos.
Todo forma parte de lo mismo. Y todo debería tener un sentido, una importancia, un valor. Tras oír hablar a los protagonistas de la foto, nos hemos dado cuenta de que igual que nadie se para a leer lo que dicen en estas presentaciones, es poco probable que todo ésto se vista con otra ropa diferente cuando en febrero, siendo el centro neurálgico de la gastronomía, no aprovechemos para reivindicar otras bondades. Como, por ejemplo, la cultura.
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