Muchas se sorprendieron con el tono y la mediocridad del debate entre presidenciables de anoche…
… Pero la crispación y el preponderar las diferencias forma parte del día a día de los que lidiamos todas las semanas con políticos. El 90% de ellos vive sumido en una endogamia que vive lejos de la (auto)crítica, en una realidad paralela en la que unos lo hacen todo bien, y el resto se equivoca.
El escudo de los datos macroeconómicos evitan ver la realidad a millones de españoles que tienen el privilegio de vivir ajenos a la política y que le dé igual quién gobierne, porque eso no recorta sus derechos, ni cambia las circunstancias de la gente de su entorno.
A mí, personalmente, me perjudica enormemente que este sea el nivel político de mi país. Porque se supone que estos dos, deberían ser los grandes exponentes del diálogo, de los grandes acuerdos de Estado, o de las decisiones que cambian la realidad de gente como tú y como yo.
Lo triste no es que el nivel de ambos candidatos esté dando pena. Lo triste es que los militantes de sus partidos, en lugar de criticarlos los están aplaudiendo con las orejas. Lo triste también, es que los mediadores no intervengan. Lo triste es que, encima, salgan contentos. Y lo peor es pensar que si esto es lo que proponen para liderar un país, qué nivel hay en una Comunidad Autónoma, o en un Ayuntamiento. Porque ahí, también, la tónica acaba siendo una mezcla entre mentiras y evitar que «el oponente» diga lo que tiene que decir.
Por si alguien tenía alguna duda, el debate de ayer escenificó el final del bipartidismo. Pueden tener el poder mediático suficiente para hacer el ridículo, pero el combate encumbró a los ausentes. Porque a día de hoy, España no se puede entender sin una izquierda que ponga sobre la mesa los problemas reales, sin un centro que discuta la hegemonía o los giros de guion de unos y de otros, de nacionalistas que se enorgullezcan y busquen una alternativa a esta forma de entender el país, incluso a una ultraderecha que saque de las cloacas al facherío y corte las alas de «independencia» al discurso unilateral que hasta ahora el PP no ha tenido que negociar con (casi) nadie.
El mapa real de España es ese, y no el que ayer, determinados intereses económicos intentaron representar sin éxito. Porque aunque media España lo entienda así, esto no va de dividir al personal en dos frentes y gobernar solo para tu mitad. Al revés, con el tiempo, todo lo que ayer negaban sucederá y el PP negociará cosas con Bildu (como ha hecho en la Diputación de Gipuzkoa) y el PSOE votará lo mismo que VOX como hizo ayer en Murcia.
Aunque muchos tengan miedo, este país tiene un bagaje democrático suficiente, para limitar determinados poderes. Si no en las urnas, en la calle, o en el día a día. Lo que es obvio es que ha llegado la hora de cambiar esa imagen rancia de otra época que vimos ayer en televisión. Y estaría bien que para empezar, la comunidad periodística se negara a formar parte del paripé. Primero, exigiendo más participación y más de un debate. Y luego, eliminando el acotamiento de guion que impide que los candidatos tengan que hablar de cosas y muestren una cara diferente a la que preparan en sus casas.
Al fin y al cabo, lo que nos faltan son referentes. En política, en el periodismo, en el funcionariado, en las escuelas… en definitiva, en la superficie visible de nuestra «querida» España.
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