Bono, el de U2, dijo una vez que «La música puede cambiar el mundo porque puede cambiar a las personas». A veces me pregunto que hubiera sido de mí si no hubiera ido a Villaba aquella fría noche del final del 2008. Sí, conocí los directos de Vetusta Morla en el pueblo de Indurain, después de una odisea de viaje desde Donosti, con nieve, oscuridad… unos días antes los había escuchado en un programa nocturno de la Cadena Ser tras un ensayo, presentando las canciones de «Un día en el mundo».
Estaba terminando el año que cambió la música de este país. Hasta entonces casi nadie escuchaba pop español. Ni siquiera yo. Había coqueteado un poquito con Los Piratas o Los Planetas, pero era de ese grupo de radicales grunges que había crecido con Nirvana, Smashing Pumpkins, Negu Gorriak, R.E.M y otras cosas más viejas como Los Sonics, los Doors, los Rolling Stones. En español solo escuchaba Extremoduro, Héroes del Silencio, Kiko Veneno, Silvio Rodríguez y, de vez en cuando, los discos de recopilaciones mensuales que regalaban con la Rockdelux, pero lo demás me la traía al pairo.
La cuestión es que recuerdo aquel día porque éramos apenas 20 o 30 personas en una Sala con 10 veces más capacidad. Había ido a cientos de conciertos en mi vida, pero nunca se me había ocurrido contarlo. Entonces no existían ese tipo de necesidades derivadas de tener redes sociales y Whatsapp. Pero como el destino tiene estas cosas, esos días estaba terminando uno de esos cursos del INEM orquestados, básicamente, para licenciados en Psicología, historia, filosofía y otras carreras de letras… allí me hablaron de una forma de reinvención periodística llamada blog y justo después llegó el Facebook.
Así que cree un diario y me puse a contar mi vida. Ahora, que todo el mundo hace el gilipollas en Instagram, parece normal éso de perder tu intimidad, pero entonces las cosas eran muy diferentes. En aquel tiempo no eramos muy conscientes de lo que estaba a punto de pasar, pero, sin saber cómo ni porqué, la música en español, empezó a ganar trascendencia en mi vida. Cambiamos los Cebollas Rock, por los Festivales Indie, Los cd´s de grupos como Delorean, Deluxe, Love Of Lesbian, Sidonie, Los Planetas, Refree, Standstill, The New Raemon, Second, Pauline en la Playa, Febrero… empezaron a mezclarse con las discografías de Bowie, Police… pero yo tenía unos favoritos de Tres Cantos, a los que seguí por Durango, el Antzoki de Bilbao, el Sonorama, el Ebrovisión, el 360 y la lluvia…
En uno de esos viajes, conocí a la que sería la mujer de mi vida, lo que por suerte, no influyó (como les pasó a otros) en dejar de acumular «vivencias vetústicas» por Murcia, Benidorm, Madrid…y así hasta 40 conciertos, cuatro discos… incluso un libro que se iba a llamar «valiente», porque empecé a escribirlo con la mente en un directo en el que, de repente, vi como miles de personas se desmelenaban ante mí con los brazos en alto cantando al unísono la letra íntegra de una canción que yo había podido vivir en una noche de petit comité en Villaba…
Las cosas han cambiado mucho desde entonces. La fiebre del indie se me pasó más o menos a la vez que la palabra mainstream entraba en el vocabulario de los modernos que ahora iban a los conciertos de Vetusta porque estaba «de moda». Así que aprovechando mi traslado a Alicante, retomé el placer de los conciertos en las salas pequeñas, y con él volvieron el rock, el garage, los pogos entre apenas 40 personas, la pelea por la alternativo… Teen Spirit dio paso a Alicante Live Music y encontré un equilibrio que ya solo pierdo un par de veces al año y cada vez que Vetusta Morla se digna a pasar por Alicante, Murcia o alguna ciudad que me quede cerca.
Ahora los conciertos de Pucho y compañía los vivo desde la distancia, abrazado a la nostalgia de recordar los buenos tiempos de lo que mal llamaron indie español mientras la mujer de mi vida baila conmigo. Muchas cosas han cambiado en estos 9 años, El Indio hace coros, las canciones tienen un tempo diferente, Pucho ha aprendido a moverse por el escenario, , todos somos más mayores,… pero algo sigue igual: el poso de felicidad que te deja un concierto de Vetusta Morla. Es como si en apenas un par de horas las partes buenas de mi vida fueran pasando por mi reproductor de diapositivas mentales mientras suenan «valiente», «al respirar», «maldita dulzura», «fuego», «Copenhage»… y «consejo de sabios», «deséame suerte» o «guerra civil» sustituyen a las que sonaban entonces. Hay miles de personas a mi alrededor, pero me siento solo, rodeado de las personas importantes que compartieron conmigo el camino, mientras seis locos tocan para nosotros la BSO de esta parte larga de mi vida.
No creo en el cielo, pero sí que pienso que tu vida acaba rallada como un disco en un momento mientras tus células se acaban de apagar. Y creo que mi final, cuando llegue, será éso, un concierto de Vetusta Morla rodeado de la gente que quiero, seguramente se parezca más al de Villaba que al de la Plaza de Toros por una simple cuestión de amor a la música en sala.
Veremos donde reinventamos ese concepto de»mismo sitio, distinto lugar», que esperemos que el azar no retrase demasiado.
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Si cierras los ojos y te dejas llevar por la buena música y la compañía perfecta, el impacto emocional es tan fuerte que el corazón se vuelve azul intenso. En ese momento no importa estar en una sala o en una plaza de toros, solo importa dejarse llevar por las emociones «contigo». Cuando finaliza, el mundo queda en en «pausa» hasta que volvamos a darle al «play» el siguiente día raro
Muy identificada con las sensaciones que describes sentir durante los conciertos de vetusta. Pero los «modernos» vamos también porque nos gustan, da igual la forma en la que un grupo llegue a ti, ya sea por moda, el boca a boca, porque lo ponen en un local…Lo que importa es que esa gente que empezó a ir por moda haya terminado enganchada a su música. Parece que los que descubristeis antes el grupo os sintáis atacados porque le guste a gente que los han descubierto más tarde. Entiendo lo que quieres decir, pero a cuanta más gente llegue la música, mejor.