Sentirnos vivos, hizo que acelerásemos los compases que seguíamos con nuestros pies, acompasamos nuestras danzas improvisadas y empezamos a sentirnos como en casa, en mitad de aquel mar en calma.
Tanto saltar, nos dimos un golpe en la cabeza que nos provocó amnesia e imaginando tuvimos que recapitular… y, con la objetividad que da repasar los errores pasados, decidimos, unánimemente, centrar nuestro rumbo en alejarnos del duelo lo más rápido posible.
Hubiera sido divertido cantarle «maldita dulzura» a los corsarios sin barba que presiden el ayuntamiento de la ciudad que nos había visto partir. O que el mundo, de verdad, pidiera a gritos un castigo, un insulto, una grieta, un vendaval… en definitiva, un final para toda la corrupción, las injusticias, las guerras, la crisis…
Mirando a nuestro alrededor, completamos la cuadratura del círculo con las sonrisas contagiosas de los que nos rodeaban. Cada uno de los presentes, puso en común el color con el que había pintado su camarote. Formamos un arcoíris y botamos, para demostrar que sí, que queríamos hacer el amor con los pentagramas, y con las olas, y con la luna que bailaba con nosotros. Porque era el mismo satélite menguado el que veíamos desde la cubierta de nuestro barco y el que iluminaba La Paz, Quito, Buenos Aires y todos los siguientes destinos de los participantes de la Volvo Ocean Race, de la gira de Vetusta y de los puertos de atraque directo que a todos nosotros nos quedaban por visitar.
Al volver al embarcadero, la tortuga de la historia interminable era la anfitriona de una fiesta mayor. Se había acabado la deriva, quienes tenían problemas los rapeaban, l@s que querían quejarse: bailaban y l@s que empezaron el viaje melancólicos, cambiaron las lágrimas del principio por sonrisas; Y cuando todos rieron, las piezas de esta historia de mariner@s acabaron de encajar.
El hombre del saco se llevó los miedos, los políticos corruptos, las ideas enrevesadas, los miedos… el capitán del barco gritaba: «tómalo, tómalo» y los grumetes caíamos en su trampa, saboreando la dulzura del carbón que un día nos trajeron los reyes magos.
Un tsunami de emociones inundó de felicidad la eslora de nuestras dudas, mientras la ruptura del celofán dejaba entrever el futuro que el azar había envuelto, concienzudamente, para nosotros.
Ya con el silencio y con el telón bajado volvimos a zarpar con una única convicción: por muchas vueltas al mundo que demos, nunca encontraremos un directo mejor que el de Vetusta Morla…
Anónimo dice
Guau!
Anónimo dice
Preciosa crónica capitán!!! nos ha encantado!!!
María
Anónimo dice
Gracias por este despertar de semana con buenos recuerdos.
La analogía marítima ha sido todo un acierto.
Jesús.