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Alicante Live Music

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Navegando con Vetusta morla.

05/10/2014 por Alicante Live Music 3 comentarios

Después de meses a la deriva, ese barco furtivo de nombre Vetusta Morla atracó en el puerto de Alicante. Las corrientes nos han cruzado con ellos en muchas ocasiones. Hemos compartido más de veinte naufragios nocturnos. Tres salvavidas, en forma de disco, han impedido que nos ahogáramos muchas veces. Un sinfín de canciones llevan años alimentando nuestras almas: impidiendo que nuestras conciencias se mueran de hambre… y ahora que, por fin, hemos aprendido a nadar solos y que, ya,  ni siquiera una vuelta al mundo en barco nos da miedo, es cuando podemos decir que: estos 16años, de días en el mundo, han sido, posiblemente, la mejor razón musical que hemos encontrado para mantenernos flotando.
 
Por eso, antes de que los perdamos de vista, cuando se vayan a buscar suerte en otros puertos del gran globo azul, nos compramos un último ticket para pasear por su cubierta de ilusiones por cumplir, y nos disfrazamos de Américo Vespucio para divisar la tierra desde esa particular, y exclusiva, perspectiva que, sólo, lo alto del  palo mayor del Vetusta Morla tiene.
 
La percusión inicial de la canción, que da nombre al último disco de la banda de Tres Cantos, evidenció que el viaje había comenzado. Pucho cedió el timón al oficial de puente Indio y la orilla empezó a incendiarse, mientras los relojes se paraban y enterrábamos los cuentos y los calendarios en mitad del estanque.
 
Sentimos el mareo del primer balanceo de la nave, improvisamos la salida, y el destino, y nos despedimos de l@s que, con el «sold out» no tuvieron la suerte de  alistarse, con nosotr@s, en el ejército suicida.
La segunda deriva encendió el fuego en la sala de máquinas. Nos ocultamos de lo desconocido y empezamos a remar al son de la coreografía que nos marcaba el baile del Capitán Pucho, desde la proa del escenario.
 
Ya calientes, buscando, aún,  los restos de brisa del puerto, nos dimos un golpe (maestro) contra la realidad, y empezamos a medir la velocidad de los ritmos en nudos náuticos.

Sentirnos vivos, hizo que  acelerásemos los compases que seguíamos con nuestros pies, acompasamos nuestras danzas improvisadas y empezamos a sentirnos como en casa, en mitad de aquel mar en calma.
 

Al despertar del primer sueño, nos convertimos en insectos y revoloteamos sobre las prohibiciones, empujados por la fuerza de una simple pregunta :¿qué harías tú?  a la que tod@s respondimos desoyendo las órdenes del capitán y haciendo, cada uno, lo que más nos acercaba a la orilla de la felicidad.
 
Un resplandor iluminó el camino. Allí no eras tú, ni era yo; de repente, éramos, simplemente, nosotros, luchando contra los rayos de la decepción, los relámpagos de los renglones torcidos… en definitiva, los espacios en blanco de nuestras vidas rellenándose con las letras de las cinco primeras canciones de un concierto de Vetusta, escritas a fuego en nuestra particular forma de luchar contra aquella marejada.
 
Poco después, recibimos la visita del pasado. Un viejo mapa, nos recordó el camino hacia la plenitud de sentirnos grandes, más allá de lo que las agitaciones de vértigo, que la vida nos sopla, cuando menos lo esperamos. Los cómos y los porqués amainaron y con la calma, la fuerza de las sirenas, que te atraen como un imán,  nos volvió a mecer.
 
Cuando conseguimos huir del influjo del canto de las sirenas, abrimos el cuaderno de bitácora. Nuestro recuerdo de aquel primer día en el mundo, tenía una cadencia diferente, pero la misma letra. Los sueños de cartón empezaban a tener algo más de consistencia, los barrotes de aquella primera jaula, en cambio, parecían de papel al enfrentarse con la fuerza de la experiencia vital que en estos años hemos conseguido acumular. Miramos a quien teníamos más cerca y nos repetimos, con la más teatralizada de nuestras caras, eso de: «mírame, soy feliz, tu juego me ha dejado así» y, comprendimos que lo único importante de todo esto, era que, estuviéramos donde estuviéramos, perdidos o no, lo importante era no dejar, jamás, de jugar.
 
Siguiendo la zanahoria, con nuestro barco, se hizo el invierno. Los recuerdos de los ausentes se convirtieron en nieve y mirar, desde la lejanía, a aquellas muñecas de hielo, nos hizo comprender que nuestro hogar, más que con fronteras, se delimitaba con sentimientos.

Tanto saltar, nos dimos un golpe en la cabeza que nos provocó amnesia e imaginando tuvimos que recapitular… y, con la objetividad que da repasar los errores pasados, decidimos, unánimemente, centrar nuestro rumbo en alejarnos del duelo lo más rápido posible.
 

Tanto corrimos, que más que una huida, fue un «sálvese quien pueda»… Enumeramos la lista de cosas que podíamos hacer, cambiamos el matiz y cantamos a los cuatro mares: «quiero volver, quiero callar, quiero forzar la realidad…» por una vez, querer fue poder y la autocrítica nos aclaró que los idiotas del 2008, seguían siendo imbéciles hoy; así que izamos la bandera de la reprobación y seguimos navegando, conscientes de que sin el resto de la tripulación,  los reveses del resto del viaje dolerían más.
 
Viendo que habíamos aprendido esa lección, el capitán nos premió con una parada técnica. La precariedad de esta larga crisis, nos había dejado sin botes salvavidas, así que nos montamos en unas barcas a pedales, allanamos el tourmalet de olas, paramos los cronómetros, enterramos los relojes y, como ya no había prisas, nadamos a contrapedal hasta un agosto cualquiera, en el que soñar prosperidades tumbados en un sofá;
 
Volvimos a mirar el mapa. Y seguimos el rastro del polvo y las espinas, las ruinas, las heridas y nuestro miedo a las alturas y al tiempo, que se escurre entre los dedos. La dulzura estaba ante nosotros suplantando «la gran X» de nuestro arrugado papel. La cosa era discutir quien de los presentes merecía copar el podio de la melosidad. Nos divertimos jugando con la ternura, con los abrazos, con el romanticismo y con todas esas cosas que olvidas, cuando una historia se acaba y lo sensible se convierte en un pirata rencoroso, que olvida los avatares del camino y piensa sólo en llevarse la mayor parte del botín.

Hubiera sido divertido cantarle «maldita dulzura» a los corsarios sin barba que presiden el ayuntamiento de la ciudad que nos había visto partir. O que el mundo, de verdad,  pidiera a gritos un castigo, un insulto, una grieta, un vendaval… en definitiva, un final para toda la corrupción, las injusticias, las guerras, la crisis…
 

La rabia selló nuestra antepenúltima postal. Y decidimos trazar una recta en el horizonte. Porque a veces, dar un paso atrás, es la mejor manera de coger carrerilla para afrontar el resto del camino que nos queda por navegar.
 
El paso adelante, se convirtió en salto. Y nos dejamos llevar, simplemente, porque sonaba muy bien dejarse llevar, y tuvimos la gran suerte de llegar a Copenaghe. Trazamos la frontera entre siempre y jamás y la corriente nos enseñó el camino hacia el mar de la tranquilidad guiados por un faro, cuya luz quedó atrapada en las notas de un sintetizador digno del mejor de los hits de Radiohead.
 
Jugar con el azar, abre la disyuntiva de terminar, o empezar desde donde menos te lo esperas. En esos casos, aguardar, merece la pena. Al fin y al cabo, el mar no es más que una gran sala de espera y allí, no somos más que marionetas de las corrientes y las tormentas. Quizá por eso, no nos costó aprender a tener paciencia, que es, en definitiva, la única manera de que las cosas que quieres se acerquen y las que odias se alejen.
 
El viaje estaba a punto de terminar. Y sólo nos quedaba ser valientes y remar al unísono esperando que la suerte nos acabara de poner el disfraz adecuado para ese juego que el tiempo había transformado en fiesta. La banda sonora de aquel momento se parecía al eco de la segunda canción de un pequeño tesoro llamado «mira». Abrimos el cofre y encontramos un sinfín de brillantes sonrisas iluminando el fondo del mar. Practicamos apnea para volver a la superficie a retomar este sueño que, aún no había acabado.

Mirando a nuestro alrededor, completamos la cuadratura del círculo con las sonrisas contagiosas de los que nos rodeaban. Cada uno de los presentes, puso en común el color con el que había pintado su camarote. Formamos un arcoíris y botamos, para demostrar que sí, que queríamos hacer el amor con los pentagramas, y con las olas, y con la luna que bailaba con nosotros. Porque era el mismo satélite menguado el que veíamos desde la cubierta de nuestro barco y el que iluminaba  La Paz,  Quito,  Buenos Aires y todos los siguientes destinos de los participantes de la Volvo Ocean Race, de la gira de Vetusta y de los puertos de atraque directo que a todos nosotros nos quedaban por visitar.

Al volver al embarcadero, la tortuga de la historia interminable era la anfitriona de una fiesta mayor. Se había acabado la deriva, quienes tenían problemas los rapeaban, l@s que querían quejarse: bailaban y l@s que empezaron el viaje melancólicos, cambiaron las lágrimas del principio por sonrisas; Y cuando todos rieron, las piezas de esta historia de mariner@s acabaron de encajar.

El hombre del saco se llevó los miedos, los políticos corruptos, las ideas enrevesadas, los miedos… el capitán del barco gritaba: «tómalo, tómalo» y los grumetes caíamos en su trampa, saboreando la dulzura del carbón que un día nos trajeron los reyes magos.

Un tsunami de emociones inundó de felicidad la eslora de nuestras dudas, mientras la ruptura del celofán dejaba entrever el futuro que el azar había envuelto, concienzudamente, para nosotros.
Ya con el silencio y con el telón bajado volvimos a zarpar con una única convicción: por muchas vueltas al mundo que demos, nunca encontraremos un directo mejor que el de Vetusta Morla… 

  

Publicado en: Alicante Live, Crónicas, Música ALC Etiquetado como: Crónicas de conciertos



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Comentarios

  1. Anónimo dice

    05/10/2014 a las 18:36

    Guau!

    Responder
  2. Anónimo dice

    06/10/2014 a las 06:46

    Preciosa crónica capitán!!! nos ha encantado!!!
    María

    Responder
  3. Anónimo dice

    06/10/2014 a las 07:18

    Gracias por este despertar de semana con buenos recuerdos.
    La analogía marítima ha sido todo un acierto.
    Jesús.

    Responder

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