La vida cambia cuando te haces mayor (y te echas novia). De repente, pasas de volverte loco en un tardeo improvisado, a comer un cuadrado de patata con un huevo con una trufa que estalla cuando partes el tubérculo y la yema cae sobre una base de crema de cebolla y, eso es sólo el principio, porque de ahí al tiramisú de turrón, pasas por gazpachos de fresa, sopa de ajo en un chupito de esos en los que antes sólo concebías verter tequila, pimientos rellenos de Bacalao, merluza en salsa verde, carrilleras con chocolate, solomillo Wellinghton… vamos siete platos Gourmet dignos del Bulli, tras los cuales te apetece más una siesta, que irte a un bar a darlo todo, o, si acaso, una distendida tertulia de cosas de mayores, que poco tienen que ver con las conversaciones superfluas que manteníamos, borrachos, hace no demasiado tiempo. Pero con Gintonic, que la escusa de los digestivos es lo que primero se aprende cuando descubres que la angustia estomacal de tus padres es hereditaria.
Esta vez, a parte del corrillo, rematamos embarcándonos en una aventura en un teatro (a punto de tirar la toalla por falta de público), para ver a una chica con una voz angelical, secundada por un chelo y una percusión, que poco tiene que ver con la del bruto punkie que entretenía tus noches en los antros oscuros.
Lo peor, es darse cuenta de que tus gustos se han sofisticado y de que, en la oscuridad de un teatro, sientes el sosiego justo que necesitas para arrancar de cuajo los estreses de la semana y para digerir los siete platos que te acabas de meter entre pecho y espalda.
No conocíamos demasiado a los protagonistas de la tarde noche: Nes, un trío ecléctico, con Nesrine Belmokh: una prodigiosa voz a medio camino entre Edith Piaff y Fairuz, capaz de erizarte los vellos de tu cuerpo cien veces en apenas una hora. Al cello, Matthieu Saglio complementa la armonía de esas cuerdas vocales, rozadas por un ángel, con el toque moderno de los samplers y los loops. Y, de fondo, la percusión precisa con nombre menos francófono: David Gadea, pero con el talento de no recargar con ego lo que ya suena perfecto.
Por lo visto, Ruzafa tiene la culpa de que esta conexión sea posible. Lo que no pase en Valencia… ¿eh? Pues eso, que por 15euros viajamos a París, recordamos Montmartre, nos rendimos al embrujo del norte de África, sucumbimos al encanto de la felicidad descrita en un inglés digno del mejor barrio de Londres y educamos a nuestro paladar, y a nuestros oídos, para valorar en su medida justa momentos irrepetibles como esa magistral interpretación de «La volonté«, un tema sutil donde los haya, y un fin de fiesta único con la canción que hizo que Ted Mosby dejara de buscar mujer: «La vie en rose».
Hacerse mayor tiene sus cosas buenas. Un sabio callejero decía que la juventud era un tesoro que había que gastarse en menos de 10años. Y nosotr@s tuvimos la suerte de dejar una parte de esa fortuna invertida en cultura, para que como los protagonistas de la película «Amor» de Michael Haneke, la música siempre tenga el don de acercarnos a la vida que quisimos tener y que ahora, por suerte, con arrugas, cartucheras y menos tolerancia al alcohol, seguimos viviendo.
Os dejamos el Facebook del grupo y su soundcloud para que os deleitéis como hicimos nosotr@s el sábado
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