El snobismo tiende a rondar un género popular como es el jazz, nacido en la calle y que suena mejor cuando va acompañado de palpitaciones de gente real.
Es obvio que las grandes figuras necesitan «un marco superior»: un gran auditorio, un caché top en la marea baja de La Concha, o una entrada que diferencie al curioso del amante del género. Pero todo amor tiene un principio y no hay pasión posible si el elemento a amar se enjaula para que sólo unos pocos privilegiados lo puedan degustar.
Hace unos días criticábamos el aislamiento de la propuesta del Fijazz y hoy aplaudimos como desde la modestia, la celebración del día internacional del jazz es, justamente, el complemento que le falta al enunciado del Festival de la Diputación: el carácter popular. Sin él, no habría gomina ni corbata… bueno, si acaso, alguna ajada de negro con talento llevando sus lamentos a un piano o una trompeta en los tiempos del Ragtime y el Whisky de las tres equis de San Louis o Misouri.
El jazz necesita niñ@s expresándose, Lindy Hoppers dando vueltas, escuelas como la de la Agrupación Casa Sofía, sillas en la calle, veteranos y noveles compartiendo escenario, paseantes que viven su primera vez, clásicos versionados «a la alicantina», jam sessions…
Eso es la esencia, y más en una ciudad en la que brilla el sol y necesita carteles que evoquen más que un 2 x 1 de garrafón y sitios de playa donde debería haber más hueco para la expresión libre, las artes y el intercambio cultural.
El domingo en la Explanada fue mágico y, desde la más absoluta modestia, le abrió el jazz a un montón de gente a la que las barreras del snobismo les atemoriza.
Las borracheras de club, el saxofonista que te deja sin palabras o el vuelo a New Orleans, son simples consecuencias de lo que empieza con una pequeña dosis de rutina dominguera musicada de otra manera. Sin un principio así, es complicado imaginar a nuevos músicos participando en las Jams del Villavieja, del Coscorrón, o del Mussol, o a jóvenes sustituyendo a todas esas glorias pedantes que se piensan que el jazz tiene exclusividad o que se puede encerrar en la diferenciación de quien se quiere más a si mismo que al género en si.
Son 10 años de celebración del Día Internacional. Y sí, hay mucho talento suelto en Alicante. Hay eventos como el del Principal que hay que cobrarlo, aunque sólo sea para dignificar al músico o para poder repetir experiencia el próximo año.
Pero, también, hay que saber de donde viene todo esto: del arte de transformar y de la capacidad de crear comunidad. Y ¿sabéis cómo se hace eso? Dejando que el que quiera bailar baile, y el que crea que tiene talento lo aporte. De ese crecimiento, vemos como crecen Dani Catalá, Klau Gandía, Vera Lu, Carlos Porcel… y comparten ratos con Pepe Bornay, Goya Riera, los alumnos y maestros de la Casa Sofía, la Gente del Club de las Mil Pesetas de Villena, los de los festivales de las Marinas… y, al final, sin quererlo, tenemos no un día, sino muchos ratos y posibilidades de conocer de cerca una versión levantina de lo que Thelonius Monk, Billie Holliday, Dizzy Gillespie, Big Mama Thornton., Charlie Parker, Ella Fitgerald, Sarah Vaughan, Chick Corea o Etta Jones hicieron, y hacen grande.
Por eso hay un día internacional, y jams, y festivales, y músicos que se inclinan por el blues, y del blues pasan al jazz, y del jazz a la fusión… porque en el fondo, lo necesitamos y nos viene bien. Y lo bien que nos sienta a los que lo amamos, tenemos que saber trasmitirlo al que no ha tenido la suerte de vivirlo. He ahí el compás, la cojera y la partitura quemada por la improvisación. La que aquí, o en Sant Louis, bulle en la puñetera calle.
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