El domingo es un día de apalanque, dicen. Las tardes de mantita, una peli mala de televisión o un partido de fútbol (o la final de la Copa del Rey de Baloncesto) digiriendo la comida familiar, o resucitando de la enésima resaca y esos supuestos, erróneos, que nos han hecho perder taaaantas horas.
El mundo era así, hasta que la cultura conectó un enchufe y transformó esta idea equivocada: al principio, con un estreno cinematográfico y, luego, con los conciertos del Atiende Alicante.
Esta vez, los encargados de comprobar si los cimientos del Arniches resisten terremotos fueron Nueva Vulcano, un trío de catalanes, cuyo disco tuvo el honor de ser considerado, en nuestro blog, el tercero mejor del año pasado.
Pero la novelería engaña, porque lejos de esa atmósfera popera del disco, en directo se transforma como una oruga en crisálida y se vuelve rockero. Hace no mucho, leímos un artículo/entrevista en El confidencial en el que Albert y Wences, batería y bajista (respectivamente) contaban la realidad de esos grupos, que ni venden suficientes discos para hacerse millonarios, ni reciben las llamadas, que merecen, para formar parte del cartel de los festivales.
Es curioso el medidor de la fama, que les otorga notoriedad a repelentes adolescentes que escriben de la vida sin tener ni puta idea de ella, o a subproductos patrocinados que carecen de calidad y que, luego, te encuentres con gente humilde, ilusionada y con talento que se come los mocos.
Tal vez sea porque quienes les admiramos valoremos más su música que la imagen que trasmiten. ¿Qué más da que bailen como dos cojos recién salidos del ortopeda, si su música suena bien? ¿Qué importa el sudor? prueba inequívoca de que lo dan todo sobre el escenario. Ellos son como nosotr@s, ajenos a las modas pasajeras, barbudos, con bigote o afeitados porque nos sale de los cojones, y con la curva de la felicidad acentuada para marcar una diferencia entre una castaña y la Castanya.
También tenemos en común que somos amigos de nuestros amigos, no hay más que ver la primera fila para saber que estos tres musicazos siguen teniendo los pies en el suelo y se deben portar bien, para que la gente que les rodea siga emocionándose con sus canciones. Tanto que nosotr@s nos contagiamos del ritmo saltarín de una chica con coleta, con el baile de San Vito, que nos enseñaba el fino arte de como bailar canciones de rock sobre una butaca de teatro.
El resto de la primera fila ya se hubiera levantado después de la segunda canción «juntos por el bien común». La emoción era tal, que Albert rompió una cuerda y tuvo que tirar de una viaja amiga negra para seguir el resto del concierto.
Practicamos catalán mientras el Novelería, en versión distorsionada, iba sangrando pop y espiritualidad, mirlos, Fuimos hasta la boya, volvimos, admiramos la belleza de Venecia, incluso conocimos a Rabindranath, antes de degustar los temas de la escusa del viaje: su nuevo single «Nombres y apellidos«, que deja en evidencia, que, como nosotr@s, ellos también se criaron en la, tristemente desaparecida, EGB.
Con «te debo un baile«, popularizada por The new Raemon, el sudor acabó de dibujar estelas de arte en la camiseta de Albert, mientras todo el teatro levantaba sus cejas, con la incredulidad que el instante previo a los bis nos deja a todos. Un buen momento para repasar las cosas que hemos hecho, volvernos reversibles o dar de comer a esos peces de colores, que aunque ellos no lo crean, seguimos recordando.
Así es la vida. En este mundo en el que todo se mide con dinero, el aprecio de la minoría es un don infravalorado, aunque no por ello valga menos de lo que nuestras cuentas corrientes se empeñan en enrojecer. Puede que no vendan discos, o que nos vayan a muchos festivales, pero seguro que, como el domingo, seguirán llenando teatros y garitos de esos en los que la música suena como tiene que sonar.
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