
Porno de robots. Sentimientos. Cine en un bar. Debates cruzados… todo esto y más fue el pistoletazo de salida del Ros Film Festival en Viva la Pepa.
Con Lydia Na como cicerone y con un público diverso, el color de la noche de jueves tuvo alicientes robóticos y sensuales mezclados con cerveza y flashes de fotos. Seguramente, el «ni ni ni» del corto «Nina and the robots» nos perseguirá durante un tiempo, mientras asimilamos lo que ganamos y lo que perdemos con esto de la inteligencia artificial, y como cuadra ésta con la pérdida de juicio a la que la sociedad lleva un tiempo sometida.
Entre medias, podemos sentirnos solos, pensar en qué nos complace cuando nadie nos ve, o cómo «Her» se ha quedado obsoleta con maravillas breves y concisas como «Skinjacker» de Dan Horrigan. Sin duda, el corto más aclamado de la selección de la noche.
En el resto, supongo, está el punto de rebelión que las pantallas nos han robado últimamente. Al fin y al cabo, como bien dijo la presentadora del sarao, de la última edición del Ros a esta, hemos sobrevivido a una pandemia, hemos cambiado los cafés sesudos por bailes ridículos delante de un móvil, hedonismos que esconden nuestras penurias reales y hasta nos cuesta distinguir qué parte de participación tiene la IA en artículos, fotos, rutinas…
Imagino que en otros sitios de Alicante, habría gente viendo a Pablo Motos, masturbándose o follando sin plantearse la parte futura y lo que puede haber detrás del ser humano teniendo orgasmos con robots, o máquinas. Y no hablo de la parte mecánica que la rutina acrecienta, o de esa dificultad, cada vez más latente, de distinguir humanidad, donde el deseo sólo tiene lazos con lo material.
En este caso, la cultura sirve para preservar, al menos, una parte del romanticismo. Más que nada, porque si algún día nos leen la mente, será importante contextualizar los datos obtenidos.
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