Creo que con ésta completo cartelera completa de la parte escénica de La Sala Itinerante…
La versión veraniega requiere un oído fino, atención, desmarcarse del bullicio habitual del centro y un conocimiento básico de psicoanálisis (argentino, no de Woody Allen…). Ahh, y paciencia, porque en verano las cenas se retrasan y con ello, los postres, las obras de teatro… ¡bien! mejor evitemos, también, llevar reloj, que para eso estamos en modo vacaciones.
El pan, sin vergüenza, corre a cargo del Mentxaca, para acompañarlo: tinto de verano o cerveza, unos mejillones, caballa, berenjenas o patatas. Te limpias los restos de comida y ves a la apuntadora ejerciendo de presentadora improvisada, visita cada mesa dando la pertinente explicación de que hoy con el menú hay postre teatral y que la señorita sentada en el fondo de la terraza es una actriz a la que… desde ya… hay que ponerle atención.
Y así empieza una historia de amores puente, pasiones inmaduras, exigencias, permisos y regresos a mundos que los enamorados de larga duración olvidan.
Tal vez me sobraron tópicos, pero uno no siempre acierta con el amor, ni con los platos escogidos, ni con las cantidades, ni con la compañía… eso es el pan de la vergüenza: la asunción de la imperfección como constante en la vida, el encanto de la segunda parte, los labios usados o la desconfianza que haberte fumado el mundo te provoca.
Al final, la vida es mejor cuando sueltas lastres, olvidas lecciones, renuevas tu pasaporte y cambias de escenario. Las etiquetas para definir lo que vives (o lo que sientes) no son más que escollos, igual que los consejeros sabiondos del otro lado del teléfono, o la estupidez de no saber dar rienda suelta a lo que eres.
Con el café, Diego Moon y Luciana Barrenechea se despiden. Un aplauso y la vida sigue. Esperaremos al invierno para el siguiente pase.
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