Foto de J.M Brozetta; |
La señora del asiento de al lado se giró para tratar de amenizar el preconcierto del niño, pero como nosotros, el chiquillo ya había extraído la parte solaz del acto y, sin querer, nos recordó que la música es, en si, el juego más divertido al que podemos jugar. Rechazó el caramelo que le ofrecía la entrañable señora, porque su paladar ya estaba suficientemente endulzado, y con una sonrisa jovial nos hizo ver que el concierto estaba a punto de empezar.
Ned Collete, afinó su guitarra con una corta sucesión de acordes extraños y esperó a que sus dos acompañantes se acomodaran para empezar a cantar. El principio del concierto fue exquisitamente frágil. Como si «el bridge over troubled water» de Simon y Garfunkel encarnara la distancia que separa Berlín de las antípodas, y ya no hicieran falta alas para volar. Hacía tiempo que no escuchábamos canciones tan estudiadas, que sonaran tan simples y alejadas de los típicos acordes que todo el mundo utiliza para componer sus temas.
Una digitación casi impecable de bajo y una batería vaporosa sin estridencias, conformaban la atmósfera perfecta, para que el silencio, y los aplausos, parecieran dos invitados secundarios. El puente congelado decapitó nuestras dudas y los efectos fueron tomando relevancia en el in crescendo en el que todos crecíamos al unísono, yendo de los matices técnicos del Victorian College of arts, en el que se graduó este músico australiano, a la aspereza rabiosa del suburbio en el que se había criado.
Durante la actuación, repasaron al completo el álbum que publicaron el pasado año y entre pájaros, pianos, vanidad y graciosos chistes en un inglés entendible, incluso, para aprendices principiantes del idioma de Shakesperare, como nosotr@s, llegamos a un final «come clean» de guitarra eléctrica que acabó de convencer a l@s que valoran los decibelios por encima de letras y otros matices menos académicos.
Foto de J.M Brozetta |
Dolly Parton o Anne Murray, estarían orgullosas de la escuela que han creado. Incluso en España este género evolucionado tiene fieles adeptas como Anni B Sweet, Russian Red, Penny Necklace o Maika Makovski, pero aunque, a veces, somos un poco chovinistas, Gemma Ray, está a un nivel superior y bastan dos acordes del «Shake baby Shake» para que acabes sometido al influjo de ese cuchillo en el que apoya su codo y aparca la mala hostia de vasca que transmiten sus ojos cuando se sube al escenario.
El prolífico batería, si hubiera nacido unos años antes, hubiera encajado perfectamente con las ronettes o las marvelettes. El jefe de Bronze rat, vale, lo mismo, para un roto de órgano, que para poner un poco de flema inglesa al diálogo de besugos que entre canción y canción tienen. No todos los británicos pueden ser los Monty Python, pero está bien que se lo crean. Además, para el humor fácil, ya estaba el bajista, que compartían con Ned Collette, y que, con la cantidad de cervezas que llevaba en el cuerpo, entre los dos conciertos, nos mantuvo expectantes ante la posibilidad de que, con tanta subida y bajada de escaleras, el efecto del alcohol le pudiera hacer caer… pero no, como nosotr@s, él también era un profesional de la ingesta de espumosas, así que nos quedamos con las ganas de verle tropezar y disfrutamos del resto del concierto rellenando los depósitos de nuestros motores con leche de acordes.
Anónimo dice
Muy bien traído lo del niño, llevarlo a un teatro a jugar con música es más educativo que ponerle un dvd de Disney.
Felicidades por todo lo que hacéis y como lo hacéis.
Mónica C.
Anónimo dice
Muy bueno!!
Saludos
Luci