El periodismo es el arte, o el lastre, de vivir atado a la actualidad. Nada tiene que ver con títulos y aprendizajes fuera de lo que la realidad del día a día puede aportar a equilibrar tus expectativas con lo que la vida en una redacción puede «cubrir «de ellas.
Ya no tengo días libres. Tengo momentos. Ratos que puedo dedicar a lo que me apetezca y, en lugar de irme de cañas, me tomo la cerveza escuchando una charla de Mamen Mendizabal en la UMH. Si emulara a mis compañeros más amarillistas, resumiría todo en la frase «en mi carrera aprendí bien poco». Y más teniendo en cuenta que ha hecho esa afirmación delante de una sala estaba llena de alumnos de la carrera de periodismo (e imagino que sus profesores).
A veces, el contexto es mucho más importante que la búsqueda de titulares. Al fin y al cabo, somos muchos los que después de «perder el tiempo» para obtener un papel, aprendimos lo que es la ética, la vida, las noticias y el periodismo en el día a día.
Académicamente pueden decirte misa. Si tienes suerte, darás con alguien que te marque unas pautas aplicables a tu vida en una redacción, pero es la experiencia y tu capacidad para extraer aprendizajes de ella, la que te hará: primero persona, y luego periodista.
Lo dice alguien que cada día vive más alejado de la ortodoxia periodística. Aunque irónicamente, no sé desatar el nudo que me mete en el saco de la generalización, o la unanimidad absoluta de colegas que siguen pensando que es más importante el anunciante, que el lector/oyente/televidente.
Lo principal es la credibilidad. Y es difícil tenerla si te mediatizan los límites. Los comerciales, los ideológicos y los propios. Hay pocas cosas irrebatibles y si nos hacen centrar nuestra atención en lo debatible, la objetividad se acaba perdiendo entre discusiones que no conducen a ninguna parte y titulares interesados. Y ahí, si la crítica depende de quien te paga, las incongruencias se amontonan y anunciantes y seguidores se dan la mano para abandonarte a la vez.
Esto no es un alegato de mi forma de ver las cosas. No necesito insultar al profesor que se ha marcado un speech para no decir nada, ni criticar o encumbrar a Mamen Mendizabal. La charla la podéis ver vosotros mismos. Y no va a cambiar la precariedad, ni va a reivindicar nada que no se haya reivindicado antes.
Hoy no escribo para llevaros a mi terreno, ni para mostraros una realidad que otros no quieren destapar. Simplemente, quiero agradecer a la charla en su conjunto haberme recordado que el principio de alguien que aspira a ser periodista es tener la capacidad de ver y de escuchar antes de ponerse a analizar.
Si le quitas hierro a lo que no tiene importancia, puedes ver la evolución de una periodista, su adaptación al medio, la nostalgia (la positiva y la negativa) de volver a un aula, el provecho de una experiencia y las reflexiones de la persona, ya sin corsés y con un rol más pedagógico que periodístico.
Aprender es eso. Ni memorizar. Ni encontrar vías para convencer a un profesor de que te ponga una nota mejor, ni dorarle la píldora a quien no merece tu tiempo, ni aspirar a un birrete. La vocación se tiene, o no se tiene. Y aún teniéndola, no todo el mundo sabe desarrollarla. No es fácil encontrar tu camino, ni tienes que darte por vencido. Ni conformarte cuando llegas al punto al que aspirabas y te das cuenta de que no era para tanto.
La clave es encontrar motivaciones. Y mira. Yo, con mi carrera laboral y vital a medias, sigo encontrándolas más allá de lo que los libros me decían hace casi 20 años. Mientras haya preguntas por responder y charlas como estas que te hagan reflexionar, el futuro del periodismo estará vivo. Aunque ni Mamen, ni yo, ni ninguno de los asistentes sepa escribirlo todavía.
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