- Grupo: Luis Brea y el miedo
- Lugar: Las Cigarreras CC
- Público: media entrada escasa
- Sonido: Demasiado alto (teniendo en cuenta la presencia de niñ@s)
Con la primavera vuelven las flores… en la camisa, en la cabeza y en el jardín de los recuerdos que plantamos en cada festival. La parafernalia implícita hace que juegues con tus rarezas. El «indie» se ha pasado de moda, aunque algun@s se piensen que, ahora, es moderno. Pero sigue estando bien eso de desayunar cerveza, bailar a las 12 de la mañana o dar rienda suelta al positivismo que, entre semana, brilla por su ausencia.
Luis Brea lleva el miedo de serie. A pesar de los años, sobre el escenario, sigue manteniendo intacta la timidez, que normalmente, suele ir asociada a la bondad que hace que pienses en que los oídos del niño de la primera fila están sufriendo con el volumen del concierto. A su vera tres graciosos que ganan «chistosidad» a medida que los vasos de cerveza vacíos se van acumulando junto al chaston y los amplificadores.
Yo no tenía previsto estar allí. De hecho mi cabeza estaba a mitad de camino entre las manzanas garageras de Robin Hood y el Record Store Day. Pero a final de mes, mis bolsillos no dan para moteles, ni para ampliar colecciones de vinilos, así que el plan B era resignarse a hacer bueno el título del último disco de Luisbre y cual punto rojo en un mapa: estar ahí…
Y lo cierto es que ahí, se está mejor que en la cama, o en el mercado. A veces pienso por qué coño a la gente le cuesta tanto movilizarse por la cultura. Tal vez no han encontrado aún la capacidad de limpiarte el alma (y la cabeza) que tiene cambiar de aires. La música te puede gustar más o menos. Pero siempre pasa algo.
Intenté no ir solo, pero en Alicante cuesta montarte un plan de última hora, así que recogí mi entrada gratuita, me tomé un café con periódico (como en mis tiempo de estudiante) y me planté allí, sin haberme preparado «el examen», con la guardia bajada y las ganas de divertirme a flor de piel.
Tuve suerte… llegué a tiempo, saludé al fotógrafo, me tomé la cerveza de cortesía y me coloqué tras una pareja de encamisados de flores que tenían pinta de ser muy fan´s de la banda. Normalmente, durante el concierto, el público se va dividiendo entre los seguidores de verdad: serenos, cómplices con sus acompañantes y que no pueden evitar cantar las canciones que los presentes de pacotilla no se saben… y otro grupúsculo que busca enamorarse con una previa atolondrada de desgaste en Spotify y la indudable predisposición a pasarlo bien.
Yo, acabo siempre con el primer grupo, porque lo de bailar ni me gusta ni se me da bien. Y odio que me griten al oído las canciones que todos nos sabemos. Llegaron 3 chicas más (con mariconeras de espalda), se hizo un espacio para que un niño bailara break dance, y con la oscuridad y la subida de intensidad de los temas, se fue pareciendo a una noche de pop, al mediodía, en una sala madrileña.
No me gustan demasiado los Speaches, pero esta vez los agradecí para compensar la falta de conversación, porque cuando la canción me gustaba menos, pensaba en los niños que se duermen, a pesar del ruido, en mi primer concierto (que no fue de Emilio Aragón, ni de Tina Turner, ni de Scorpions), en esos veranos en los que me calzaba 8 y 9 festivales y veía, otras tantas veces, a los mismos grupos, tocando lo mismo (y no me cansaba)…
Me lo pasé bien. Porque Luis Brea (y el miedo), tienen canciones que forman parte de mi vida: «Automáticamente» (de mi época de antidj), el ep del 2013, el disco (redondo) del 2015, «Mil razones» y «Dicen por ahí» (Mis favoritas) e incluso, algo del último: «La nueva generación»(muy pinchable, si los dj´s no se repitieran tanto) y «La casa del misterio» (a la que se le ha dado menos bola de la que merece).
Suficiente para seguir feliz con mi vida normal de sábado. Mis amigos ya estaban de cañas y, al juntarme con ellos, yo sólo pensaba que, aunque se digan casi igual: da más placer vivir, que beber.
Deja una respuesta