Recuerdo que mi primera impresión sobre Alicante fue que «aquí la gente quiere (de amar) las cosas cuando ya no tienen remedio». Vivo rodeado de nostálgicos que acumulan historias muertas en las que nadan, y se hunden, en contraposición a los que venden humo hablando de futuros maravillosos que nunca llegan.
Es como si nadie quisiera vivir el presente. Como si el ahora fuera un trámite que nadie desea habitar. Bueno, siendo concreto, el que vive el presente sufre una vorágine de precariedades que le impiden tener perspectiva, pero el resto vive en una nube de melancolía y desánimo que resulta preocupante. Porque es un síntoma inequívoco de desarraigo, de crítica vacía y de silencio.
Causa y efecto.
Un experto sociólogo me cuenta que «una estructura social inestable conduce a la duda, que no es lo mismo que poner en duda». En este caso, más que la precariedad económica, podríamos hablar de escasez de arraigos. La psicóloga en la mesa, habla de lo fácil que aquí calan Halloween, el Black Friday o Papá Noel, y lo difícil que es encontrar gente que se identifique con las Muixerangas, el valenciano, la pelota o, incluso, algo tangible y despolitizado como la gastronomía. ¿conoces una banda alicantina? ¿y una bailarina de Elche que triunfe fuera? ¿o una alcoyana?
No apreciar algo como sociedad, te lleva, muchas veces, a poner en duda cualquier «forma de amor», incluido el que deberías procesarte a ti mismo, a tu familia, a tu barrio o a tu ciudad. Sin la fortaleza que eso da, impera la desconfianza. Y en ese punto, el ahora, más que una oportunidad, es un temor perdido entre la decepción por lo que perdiste y la versatilidad impredecible de lo que vendrá.
El presente, es el medidor de la realidad. De la tuya, de la mía, de los que se fueron y de los que vendrán. Y no tener la capacidad de valorarlo hasta que ha desaparecido, es el lastre que merma gran parte de las opciones del desarrollo de una comunidad con tantas cosas por mejorar como la alicantina.
Igual es hora de cambiar el punto de partida y en lugar de pensar en qué queremos ser, debemos empezar reflexionando sobre lo que somos ahora mismo. Seguramente, encontraríamos puntos más optimistas que los que el sociólogo y la psicóloga que me han ayudado a desarrollar esta idea. Eso sí, el optimismo debe ir acompañado del tiempo que siempre decimos que no tenemos. O, en su caso, el que deberíamos dedicar a los arraigos que nos hacen plantar una base sobre la que erigir todo lo demás.
Vivir y respirar eso. Es la garantía de que habrá vida y que quizá mañana en vez de tener nostalgia, podamos sentir orgullo, o reflexionar sobre referentes… y los puntos de partida de los que hoy no somos conscientes.
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