Tras el esperpento del jueves, la cordura regresó el viernes con la luz que los lobos de La Fam dieron a La Explanada y, el sábado, con el concierto de Ramonets en la antigua cochera de tranvías el sábado.
Oh la cultura volvió a ser un éxito de masas. La verdad es que si algo bueno ha tenido esto del Covid-19 es que la colección de SOLD OUTs del verano ha sido más que reseñable. Sobre todo para los eventos que han tenido el fin de divertirnos en familia.
Es cierto que cuesta ver un concierto de Ramonets sin moverte de una silla, pero las medidas de seguridad es lo que tienen, y como nos hemos adaptado a la mascarilla o a llevar el gel hidroalcohólico en el bolsillo, pues nos tendremos que acostumbrar a mover el culete, o a hacer el espantapájaros, con el culo pegado al plástico.
Las dos veces que he visto a la banda valenciana, me ha surgido la misma pregunta ¿quién se divierte más los padres/madres o l@s niñ@s? Empiezo a entender que el concepto «diversión» cambia cuando tienes hijas. Cuesta un tiempo buscar un equilibrio entre la nocturnidad regada en alcohol y música estridente de antaño y los cuentos, las marionetas o la «música adaptada a…».
Encanto tiene todo, pero los rockeros agradecemos esta nueva ola de querer enseñar a los pequeños quienes fueron los Ramones, Queen, Pink Floyd o Los Beatles. De hecho, hasta esos covers, que tanto he odiado siempre, tienen un sentido o, más bien, una utilidad. Y más viendo a la generación de pánfilos «jóvenes (y aburguesados)» que me encontré al llegar a Alicante.
En los colegios deberían meterles una guindilla en el culo, prohibir los putos móviles y enseñarles a pelear un poco por lo que hará mejor el mundo en el que viven. Curiosamente, al introducirme en el maravilloso mundo de la paternidad, me he dado cuenta de la importancia que los payasos de la ETB tuvieron en mi educación. Txirri, Mirri eta txiribiton, o el adoctrinador-acojonador de peperos Porrotx te enseñaban un camino de respeto, idiosincrasia (cultural, tradicional e idiomática) y civismo, que, en parte, aquí, cumplen Els Ramonets.
Han elegido bien, versionando a los ramones, por eso que dicen que el punk es una música repetitiva que se pega a tu cerebelo. De hecho, aunque la escuela de idiomas siga sin sacar un curso de introducción al valencià, aprendí muchas palabrejas sueltas escuchando «som xiquetes i xiquets», desarrollé mis entendederas con ese ritmo para nenicxs de los speechs entre canciones, y las traducciones que el alma libre que dejan sin instrumento en el escenario nos iba dando (nada que ver con el líder de los Lemonheads).
Bueno, que mola que niños que no levantan un palmo del suelo, «escolten rock & roll», aprendan que las diferencias molan y que «tots som especials», que en el parque, aparte de hacer el gamba y abrirte piteras en la cabeza, puedes bailar punk, que hay que reciclar y respetar el planeta ó que el reguetón(to) es prescindible en la sociedad actual.
Parece simple, pero cuando uno se arrima a guarderías y colegios y ve los recreos con pantallas, bandas sonoras denigrantes y la sobre-exposición de tik-tok, instagram… pues que queréis que os diga, prefiero que los chavales se planteen ocupar fábricas vacías para dar rienda suelta a sus capacidades artísticas, que vayan al teatro o que se acuerden de que hubo un día que los Ramones, Sex Pistols y The Clash abrían los ojos de generaciones de otras épocas.

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