Texto y vídeo: Victoria Lourdes.
Yo no he visto a Rebeca Jiménez 57 veces, como alguno de los presentes el domingo en la Sala Euterpe, pero con los ecos de las malditas coincidencias que no me dejaron verla el sábado en Elche, no podía faltar a mi quinta cita con la ronda de canciones, y tequila, de esta segoviana errante que nunca defrauda.
Hubiera estado bien que más gente hubiera tenido a bien acabar el finde desgarrándose el alma. Pero la ausencia de algunos es la «rentabilidad» de la que tiene más espacio para digerir, más sitio para escuchar mejor y más tranquilidad para ver si como María Mendoza el día anterior, yo también me arrancaba a bailar la versión más melancólica de «la llorona».
La vida es actitud y Rebeca ha dado vueltas suficientes a esta colección de mundos distintos, para disfrutar el momento. Porque la que está, es la que disfruta y el resto se lo pierde. Porque es un placer compartir viaje con las letras mezcladas con notas de piano, mientras cierras los ojos con ella, a la vez, y dejas que el viaje te lleve de mala racha en mala racha, aprendiendo cosas.
La melancolía es un estado normal que muchas vivimos habitualmente. Y la música es la mejor terapia para entender que compartirla es mejor antídoto que el helado americano, o el encierro, o el pijama de felpa… Sé que muchas temen a la soledad, al desamor, a la tristeza y a todas esas cosas que prevalecen en las historias de las mejores cantautoras. Pero el poso posterior, tiene olor a mezcal, cicatrizante de metralla de guerra acabada y sonrisas con un valor que sin elementos de comparación grises, no tendría.
Me gustó la tarde, porque me tocó todo. Mis hits favoritos, el alma, la parte perdida entre el tímpano y el acumulador de sensaciones y la vida. Cinco de cinco. Mis ojos te lo dirían, si hubieras venido. E incluso en domingo, te hubieras sentido, como nosotras, reinas de la noche, a la vez que lloronas. Con atrevimiento para salir de mi propia cabeza y ver el mundo desde arriba, después de verlo desde abajo.
Creo que me dejé en El Euterpe el corazón y la cabeza, un vaso sin beber y la certeza de que cuando vuelva, si no trabajo, volveré a estar. Porque la terapia me salió más barata que ir psiquiatra, o la factura mensual de las series que con más palabras y más horas, me dicen mucho menos que esta sesión de tarde de domingo.
Te lo puedo resumir mejor
Pero no será lo mismo. Porque nada se parece a lo vivido, y vayas a ver a Rebeca Jiménez una, cinco o cincuenta y siete veces, la historia nunca se repite, porque depende de la conexión, del momento que vives y de lo que pidas, que sea lo que sea, su piano, la guitarra de Carlos Payán, o el rato del «Bicho Raro» Óscar Ballester te lo dan, y se queda ahí, para las que estuvimos y lo gozamos.
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