Desconectarse de uno mismo es sentir que tus acciones no son acordes con tus valores u objetivos. Es caminar físicamente por inercia, hacer cosas que las circunstancias del momento exigen que hagas.
La maternidad significó todo eso para mí. Hasta hace muy poco tuve que dejar de lado planes de ocio, posponer actividades, dejar de hacer cosas que me gustaban y reducir las relaciones sociales al mínimo, hasta casi desaparecer. Cambiar unas inquietudes por otras y vivir cada día cansada pero sin poder descansar.
Me mimeticé tanto con mi nueva realidad que hasta hubo quien se preocupó de verdad al ver que mi presencia en las RRSS había cesado. Se entiende, hasta ese momento había estado muy activa en el entorno poético, acudiendo a recitales, participando en eventos, compartiendo en el “cara-libro” mis andanzas, publicando la agenda literaria semanal con ALM y de repente un día, tras un breve mensaje de despedida, desaparecí como si me hubiera tragado la tierra. Pero es que ya no tenía nada que contar, no iba a ningún sitio, no hacía más que estar en casa con mi hija, dando teta y luchando por un ratito más entre las sábanas cada día. Buscando la forma de encontrar media hora libre al día para leer, ver un rato la tele, hablar con mi pareja o cualquier actividad que me sacase de mi frustrante rutina.
Sí, la rutina de la crianza es frustrante y agotadora. Desde que te levantas hasta que te acuestas piensas en si hoy tendrás un respiro en algún momento. A la vez, no puedes sacar de tu cabeza la preocupación por que tu hijo o hija esté bien, no enferme, que reciba la suficiente estimulación necesaria para un desarrollo normal y va resultando que la rutina que te hace prisionera cada vez te va costando menos, te acostumbras, te organizas, tu hijo o hija va creciendo y empieza a dormir de tirón cinco horas seguidas o se duerme a las diez de la noche en vez de a las doce. Te vas adaptando a sus horarios y asumes que esto va de acoplarte tú y no al revés. Entonces la presión baja un poco y comienzas a disfrutar más porque has dejado de ir contra-corriente.
Este proceso no ocurre de la noche a la mañana; da lugar a tensión entre la pareja, a sensación de estar atrapado, a pensar si te has equivocado (porque sí, todo el mundo en algún momento de “ya no puedo más” piensa que antes estaba más tranquilo y “para qué me habré metido yo en camisa de once varas”) y entonces aparece, ahí está, LA CULPA. Puede que hiciera su aparición antes, cuando estabas en la tesitura de “teta-bibe”. La culpa es otra compañera de por vida para las madres y padres, se une al cansancio y a la preocupación y casi todos los días salen juntas a pasearse por su lugar favorito, tú.
Todo esto no se publica en RRSS, lo normal es subir fotos con tu retoño en plan súper-feliz, en la playa, de paseo, poner un hashtag #cuqui y que la gente vea lo bien que llevas la maternidad. Aclaro que no estoy en contra de que quien quiera lo haga, yo no comparto mi vida como madre en RRSS pero reconozco que tampoco me hago fotos cuando tengo cara de no haber dormido en toda la noche o simplemente estoy limpiando en mi casa.
Nadie suele hablar de lo dura que es la maternidad y la paternidad; si comentas con alguien algún momento complicado que estás pasando, la respuesta es “esto es así”, “es lo que hay”, “si te cuento como estoy yo”. Creo que por eso hay tanto secretismo. No nos gusta sacar a la luz el lado oscuro.
Quien lea esto puede que piense que estoy amargada o puede que agradezca que alguien lo diga por una vez; lo que escribo es la verdad sin más. Al principio he dicho que hasta hace poco estaba desconectada de mí misma, eso quiere decir que ya no lo estoy y me hace muy feliz. Pero ha hecho falta un apagón como el de la maternidad para ponerme en mi sitio, hacerme analizar mis objetivos y fijar mis prioridades. Ahora, después de tres años, un embarazo, un parto y una lactancia que ha cambiado mi cuerpo, una pandemia que ha dejado huella en mi alma, un trabajo temporal que ha marcado mis acciones y una oposición para la cual me sigo preparando a día de hoy; al fin puedo decir que he encontrado el rumbo.
Por ser madre no soy ahora ni más feliz ni menos que antes, siento que esta experiencia me ha hecho trascender. Hago aclaración también sobre este hecho, que tener hijos no es obligatorio, ni todo el mundo quiere o puede tenerlos. A mí me ha sacado de mi zona de confort y veo las cosas desde otra perspectiva, siento que me ha hecho madurar y me ha anclado a la realidad. Es bueno enfrentarse a nuevos retos.
Este año he vuelto a hacer muchas cosas que había aparcado en la cuneta. Vuelvo a sentirme con fuerzas para iniciar nuevos proyectos y aunque el día solo tiene veinticuatro horas, el tiempo es relativo y lo que haces con él importa demasiado como para pararte a pensar qué hacer con él. (No reniego de las agendas, son imprescindibles).
Escribiendo esto no sé si estoy regresando a algún lugar o explorando nuevos horizontes, lo que sé es que vaya donde vaya me he encontrado a mí misma y lo demás hay que encajarlo.
Ana Smaz
Deja una respuesta